11 de marzo de 2011

Fest, gran conocedor del carácter psicopático del caudillo, describe con maestría sus obsesiones y angustias
ABC
HERMANN TERTSCH
Día 11/03/2011
EL 13 de noviembre del 2003 tuve el honor de presentar en Barcelona, junto a mi querido Hans Meinke, el libro «El hundimiento», sobre los últimos días de Hitler en el búnker en Berlín en la primavera de 1945. Aquel libro, publicado en España por Galaxia Guttenberg, habría de inspirar dos años después la película homónima de Oliver Hirschbiegel, que tuvo un gran éxito también aquí, con el gran Bruno Ganz en su magistral papel del Hitler terminal. Mi admirado Joachim Fest moriría tres años después, tras una vida ejemplar y envidiable de sólidas creencias, dignidad inquebrantable e incansable labor intelectual. Entre sus grandes obras, además de «El hundimiento», destacan su gran biografía de Hitler, su libro sobre «Albert Speer, el veredicto final» y su obra sobre la resistencia alemana contra Hitler publicada con motivo del 50 aniversario del atentado del 20 de julio. Pero antes de morir, Fest aún nos habría de legar sus memorias de infancia y adolescencia tituladas «Ich nicht» (Yo no), un homenaje a la firmeza moral de su padre frente al nazismo. Represaliado desde un principio, su padre, un profesor, resistió a todas las presiones y tentaciones y mantuvo, cimentada en su fe católica, una firme resistencia al entorno hitleriano. Hombre de la clase media ilustrada alemana, aquel maestro mantuvo esa entereza ejemplar frente al régimen criminal que las elites alemanas fueron incapaces de ofrecer. De haber reaccionado con similar dignidad, criterio moral y coraje las clases dirigentes alemanas, un hombre como Hitler nunca habría llegado a causar el daño que hizo. El miedo al conflicto y a la represalia, la comodidad, la indiferencia ante el dolor ajeno y la subestimación de la amenaza, fueron —como bien explican el propio Fest y Sebastian Haffner, el otro gran explorador del alma alemana en el nazismo— las claves que permitieron a un solo hombre convertir sus monstruosos sueños en realidad. Una sociedad cobarde sin líderes morales, con unas clases dirigentes
acomodaticias y oportunistas, despierta durante el hundimiento cuando los sueños hace tiempo se habían convertido ya en las más atroces pesadillas. La tragedia se consuma.
Fest, un gran conocedor del carácter psicopático del caudillo, describe con maestría las obsesiones y angustias de aquel hombre ensalzado y adulado hasta el paroxismo que sólo ve y siente su propia suerte. Que rodeado de miseria, muerte y desolación sólo alcanza a sentir pena por su propia persona y sus objetivos. Con la guerra claramente perdida desde hacía casi dos años se obstina en forzar a sus ejércitos y a la población civil a seguir matando y muriendo. Pese a la evidencia del fracaso de todos sus planes y ambiciones, con pleno conocimiento de las terribles consecuencias que para su pueblo suponía prolongar una agonía sin esperanza, se aferra a sus fantasías y al único amor del que es capaz, el propio, para llamar a la lucha final. Cuando Europa está perdida y Alemania devastada y ocupada, cuando la ciudad de Berlín es ya una escombrera, el caudillo refugiado en su búnker repite sus febriles augurios sobre un repentino cambio de la suerte de la guerra. Niega toda realidad. Habla de la inminente invención de un arma milagrosa que salvará su proyecto. Farfulla sobre planes de recuperación y reactivación económica. Rechaza las sugerencias de rendición para salvar vidas y parar la destrucción. Se obstina en que la única tragedia es la personal y propia, la del caudillo que todo lo ha dado por el pueblo. Es incapaz de la menor empatía con los sufrimientos de los millones de ciudadanos, a los que podría poner fin con una decisión personal. Pero el caudillo no sufre por los demás, el caudillo se da pena.

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