10 de marzo de 2011
Día 10/03/2011 - 09.05h
«Alemania, Italia, Rumanía y Finlandia declararon la guerra a Rusia», titulaba ABC a toda página el 24 de junio de 1941. Apenas cuarenta y ocho horas antes, Hitler había decidido atacar a su ex aliado Stalin. Las dos alimañas se las iban a ver cara a cara. Poseedores de información privilegiada, tres jerarcas y nombres muy propios del régimen de Franco, Ramón Serrano Suñer, Manuel Mora y Dionisio Ridruejo almuerzan en el Ritz madrileño. Conocen casi antes que nadie la noticia y deciden obrar en consecuencia. Es hora de ponerse del lado de la Alemania nazi, devolverle los favores prestados y comenzar una nueva cruzada contra el comunismo.
Puesto al corriente, el Dictador da su aprobación. España no entrará en guerra pero mandará soldados para apoyar a los alemanes. A miles de kilómetros, Hitler se da por enterado, por satisfecho y acepta las noticias que llegan de Madrid. Ha nacido la División Azul (la 250 de la Wehrmacht), cuyo primer contingente marchará hacia el este de Europa tan solo tres semanas después, el 13 de julio. Al final de la guerra habían participado en ella cuarenta y cinco mil voluntarios de los que casi cinco mil murieron. Dieciocho mil compatriotas formaron parte de la primera leva, bajo el mando del general Muñoz Grandes.
Jorge M. Reverte, hijo de divisionario (Jesús M. Tessier), ha seguido los pasos de estos hombres que se dejaron la juventud cuando no la vida sobre la helada estepa soviética, en «La División Azul. Rusia, 1941-1944» (Ed. RBA), casi 600 páginas repletas de documentación, de testimonios de primera mano, de pequeñas batallas y gigantescos sufrimientos. Una pista que no siempre se ha de perseguir en el campo de batalla. Lejos de las trincheras se libraban otras luchas, diplomáticas, de espionaje y políticas, consectores del Régimen enfrentados entre sí, hazañas bélicas (la terrible de-fensa de Krasni-Bor) y hazañas del corazón como «Los Cuadernos de Rusia», testimonio literario de aquellos meses terribles frente al General Invierno del propio Dionisio Ridruejo.
Suculento botín
Aquella velada en el Ritz bullía desde hacía tiempo en mentes preclaras del Régimen. «Prácticamente toda la clase dirigente franquista estaba convencida en ese momento de que no se podía desperdiciar la ocasión de estar al lado de Alemania —explica Jorge. M. Reverte—. Quizá, incluso, Franco era el más cauto, pero los nazis aparecían como los que serían los vencedores de la guerra, y los dirigentes franquistas pensaban en un suculento botín: el África francesa, el Orandesado, e incluso Gibraltar, algo así como un regreso al pasado imperial de España».
Quizá cueste creerlo, pero la División Azul tuvo más orígenes, aparte del idealismo de muchos de sus miembros. «Otro de los hilos que manejó muy bien Franco —continúa Reverte— fue el de los falangistas radicales y pronazis, que consideraban que el Régimen era blando, que no evolucionaba como esperaban y que hasta se planteaban si no ya un golpe de Estado sí un golpe de timón. Al general le vino muy bien que estos falangistas se fueran lejos, a Rusia, que se desfogaran e incluso que desaparecieran y con ellos su oposición». Aquellos primeros voluntarios provenían, como señala el autor, de «los sectores más revolucionarios del falangismo, casi todos del SEU de Madrid, pero con el tiempo la presencia nacional-católica también se haría mucho más fuerte».
Muchos voluntarios creían de buena fe en lo que hacían, aunque hubo también quien fue por el sueldo («no era malo el que daban los alemanes»), gente que quería hacerse perdonar, pero sobre todo personas «que no tenían ni idea de lo que se iban a encontrar, que estaban convencidos de que a los tres meses estarían desfilando por Moscú y se encontraron con una marcha a pie de mil kilómetros, una guerra terrible y unas condiciones meteorológicas terroríficas». Una historia repleta de amargura sobre la tierra de Dostoievski y Tolstoi (temperaturas gélidas, ejecuciones sumarias, asesinatos en masa de judíos), ante la desconfianza alemana: «Fueron bien recibidos, pero en muchos aspectos era un ejército lamentable que generó desconfianza entre la Wehrmacht. A los españoles, para ganarse su respeto, sólo les quedaba el valor. Y hubo mandos que retrasaron una retirada o alargaron una batalla solamente para que ese valor quedara certificado».
Hombres y nombres como los de Cabo, Masip, Patiño, Salamanca, Soriano, Palacios, Linares, Sánchez Fraile... compatriotas que se dieron de bruces con el horror y el terror. Como otros miles de sus camaradas, españoles entre el fuego cruzado de Stalin y Hitler, dos fieras enloquecidas. Españoles como Jesús M. Tessier, padre de Reverte: «Tardé mucho en que me contara algo, guardaba dentro de sí un dolor muy serio, un recuerdo espantoso», rememora el escritor. Un recuerdo que a buen seguro late todavía en algún pequeño rincón de España. Como en Consuegra, Toledo, donde, como informaba ayer una esquela en ABC, murió Afrodisio de la Cruz Verbo, ex combatiente de la División Azul. Compañía de Esquiadores. Eran doscientos, apenas una docena sobrevivió.
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