N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
miércoles, 18 de marzo de 2020
SUPERIORIDAD – 19/03/2020
Por más que el animal esté debajo del hombre, hay un punto en que está por encima de él: en el animal no hay una lucha interior, que ora lo lleva a un lado, ora a otro. Por ejemplo, una de las actitudes más viles en el reino animal, y por eso muy simbólica, es cuando una gallina huye espantada. Puede dudar, cambiando varias veces la dirección de su carrera, pues de alguna manera su conocimiento le indica que el peligro cambió de lugar, o porque primero vio el peligro de una manera y después lo vio de otra. Pero no tiene una división interna, una incertidumbre, una duda, obedece al instinto.
El ser humano tiene dudas. En general sentimos dos leyes opuestas. San Pablo llama a eso "la ley de la carne y la ley del espíritu". Queremos algo por la apetencia carnal, pero por la apetencia espiritual deseamos otra cosa. Hay un combate interior, que nos lleva a contradicciones, y a veces hacemos una cosa, después cambiamos y hacemos otra. El animal, en ese punto, es superior al hombre.
A comienzos del siglo pasado en los parques solía haber lagos artificiales con cisnes que a los niños les gusta verles nadar. La mayoría eran cisnes blancos y alguno negro. Resultaba encantador ver la decisión suave, pero sin ninguna forma de vacilación, con que un cisne tomaba rumbo en el agua, aparentemente sin motivo. A veces seguía adelante, otras veces daba una vuelta, nadaba sin rumbo aparente por mitad del lago, pero nunca tontamente. Seguro de sí, mirando el lago con aquel pescuezo alto y la superioridad del cisne, flotando como si no se mojase y regocijándose del contacto con el agua.
Un niño que no conociese aún la doctrina del pecado original podría preguntarse: ¿Por qué no soy así? ¿Por qué no tengo esa seguridad que tiene el cisne, esa sencillez en la vida? ¿No sería mejor que yo hubiese nacido cisne?
Se percibía que el cisne no tenía lucha interior. Incluso cuando hacía algo sin razón aparente, la decisión estaba motivada por algo de su instinto. No había lucha interior y podría convertirse en símbolo de la falta de vacilación y de la ausencia de duda interior. Parecía haber un acuerdo implícito del cisne con las aguas pues ellas nunca intentaban nada contra él, ni él contra ellas. Deslizándose sobre esas aguas, parecía adornarlas, y ellas nunca se movían en su contra. El cisne salía seco, perfectamente arreglado para todo el día. Agradaba enormemente contemplarlo.
Esta división, ora queriendo una cosa, ora otra, nos deja tan bajo que parece ser una vergüenza. Sin embargo, eso nos coloca muy por encima de los cisnes y de los otros animales, representando de hecho una ventaja. Somos capaces de conocernos a nosotros mismos y de conocer a los demás. Somos capaces de conocer el mundo exterior. Nuestro intelecto nos hace capaces de conocer a Dios. Nosotros entendemos. El simple hecho de comprender nuestra alteridad, que cada uno de nosotros es uno, y no el otro, el hecho de que cada uno pueda decir "soy yo" es una superioridad fabulosa. Somos inteligentes, conocemos a Dios y al mundo externo, nos conocemos, sabemos quiénes somos. También por eso el hombre es el rey de la creación. Un rey que se tambalea y que cae, si no abre los ojos y si no reza mucho. Rey ciego, pero que tiene en su frente una diadema, una corona.
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