N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
jueves, 26 de marzo de 2020
LIBERTAS – 27/03/2020
Esclavitud, ruda y extraña palabra, sobre todo para los oídos modernos, habituados a oír hablar, en todo momento, de desalienación, de liberación, y cada vez más propensos a la gran anarquía, la cual, como una calavera con la hoz en la mano, parece reír siniestramente a los hombres.
Del hombre cumplidor de sus obligaciones se decía en otro tiempo que era esclavo del deber. De hecho, era un hombre situado en el ápice de su libertad, que comprendía por un acto todo personal las vías que le tocaba recorrer, deliberaba con varonil vigor caminar en ellas, vencía el asalto de las pasiones deshonestas que intentaban cegarlo, desfibrar su voluntad y vedarle así el camino libremente escogido. El hombre que alcanzaba esta suprema victoria proseguía con paso firme hacia el rumbo debido, era libre. Esclavo era, por el contrario, aquel que se dejaba arrastrar por las pasiones desordenadas, hacia un rumbo que su razón no aprobaba, ni su voluntad escogía. A estos genuinos vencidos se llamaba esclavos del vicio. Se habían, por esclavitud al vicio, "liberado" del sano imperio de la razón. Estos conceptos de libertad y servidumbre León XIII los expuso, con la brillante maestría que le caracterizaba, en la encíclica Libertas.
Hoy todo se ha invertido. Como tipo de hombre libre se considera al hippie con una flor en la mano, deambulando sin sentido, o una bomba en el puño esparciendo el terror a su antojo. Al contrario, por encadenado, por hombre no libre se tiene a quien vive en la obediencia de las leyes de Dios y de los hombres. En la perspectiva actual, es libre el hombre a quien la ley permite comprar las drogas que quiera, usarlas como entienda y esclavizarse a ellas. Y es tiránica, esclavizante, la ley que veda al hombre esclavizarse a la droga. Siempre en esta extraña perspectiva hecha de inversión de valores, es esclavizante el voto religioso mediante el cual, en plena conciencia y libertad, el fraile se entrega al servicio desinteresado de los más altos ideales cristianos. Para proteger contra la tiranía de su propia debilidad esa libre deliberación, el religioso se sujeta, en ese acto, a la autoridad de superiores vigilantes. Quien así se vincula para conservarse libre de sus malas pasiones está sujeto hoy a ser calificado de vil esclavo. Como si el superior le impusiera un yugo que cercenase su voluntad, cuando, por el contrario, el superior sirve de barandilla para las almas elevadas que aspiran, libre e intrépidamente, sin ceder al peligroso vértigo de las alturas, a elevarse hasta el ápice de las escalinatas de los supremos ideales.
En definitiva, para unos es libre quien, con la razón obnubilada y la voluntad quebrada, impulsada por la locura de los sentidos, tiene la facultad de deslizarse voluptuosamente por el tobogán de las malas costumbres. Y es esclavo aquel que sirve a la propia razón, vence con fuerza de voluntad las propias pasiones, obedece a las leyes divinas y humanas, poniendo en práctica el orden. Sobre todo, es esclavo, en esa perspectiva, aquel que, para más plenamente garantizar su libertad, opta libremente por someterse a autoridades que lo guíen hacia donde quiere llegar. ¡Hasta ahí nos lleva la atmósfera actual, impregnada de freudismo!
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