N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
viernes, 20 de marzo de 2020
LUZ – 21/03/2020
El camino tomado por el hombre durante su vida se puede comparar con el curso del sol a lo largo de un día. Al amanecer, el sol emite rayos suaves, que contemplamos con encanto, y su brillo se intensifica gradualmente a medida que ilumina todo el panorama. Al igual que el sol, un niño de tierna edad irradia frescura primaveral, resplandece con encantos que recuerdan al amanecer. Son graciosos atractivos, que no se repiten en otras edades. Cuando se acerca el mediodía, el sol brilla en su apogeo. Persistente e inmutable, destellea sin ningún esfuerzo aparente, pareciendo sacar de si todas sus energías, para iluminar todas las regiones del universo donde su luz debe llegar. Sin parecer fatigarse por este colosal esfuerzo, se empeña en mostrar una generosidad inmensa. Su potencia incomparable parece hacer la oblación de sí mismo, y en esto simboliza metafóricamente el esfuerzo, la operatividad y la gloria de un hombre en la madurez. Al comenzar a ponerse, va poco a poco perdiendo su brillo, lo que se puede comparar, en la vida del hombre, con la fase en que él ya dio lo mejor de sí, ya puede alegrarse por haber alcanzado sus objetivos. Delante de la misión cumplida, del opus factum, puede irse retirando con dignidad y dejando las cosas de este mundo. Asume una gloriosa disminución de sí mismo, como quien dice: Habiendo llegado a este punto, no consigo cesar de repente, y de ahora en adelante me dedicaré a la contemplación gloriosa. Voy desapareciendo gradualmente, pues fue gradualmente que subí a lo más alto. Combatí el buen combate y llego a la última etapa, que es la del ocaso. Muy próximo del anochecer, y antes de desaparecer completamente, el sol emite un último resplandor, que aún es la gloria de sí mismo. No entra en la oscuridad, sino es el mundo el que pierde la luz por haberse retirado él. La vida del hombre justo tiene algo de esto, cuando va dejando de irradiar luz para entrar en la luz de la eternidad.
La noche representa aspectos completamente diferentes. La luna no tiene el poder iluminador del sol. A medida que se eleva en el horizonte, su luz contrasta con las tinieblas y las tinieblas van creciendo a su alrededor. Se destaca de la oscuridad, pero sin crecer en luminosidad. No pretende destruir la oscuridad, no es esa su función. No pretende dominar, ni se impone como el sol. No estando él presente, ella devuelve amigablemente parte de su luz. Frente a los hombres que están solos y huérfanos del sol, la luz de la luna entra en su intimidad y les consuela, dándoles una ayuda, un alivio, una esperanza. A los que quedaron atemorizados con el esplendor del sol, la luna les tranquiliza: Usted no interpretó bien al sol. Yo también soy luz y si observa cómo es la luz en mí, mañana entenderá mejor el brillo del sol. Gracias a esa acción benéfica de la luna, de la Señora de todos los Pueblos, esos hombres amanecen reconciliados con el sol y bajo el sol benevolente reanudan sus jornadas. Como consoladora, la penumbra de la luna también atenúa lo que es feo, tosco, defectuoso, a la manera de la Señora. Y el sol prosigue su acción grandiosa, a la manera de Dios Nuestro Señor.
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