domingo, 12 de abril de 2020
RESUCITASTE – 13/04/2020
TRANS. IGNACIO BARANDIARAN
Curiosa paradoja. Vuestros enemigos continúan temiendo vuestras manos, aunque estén atadas. Y por esto os mataron. Vuestros amigos parecen menos conscientes de vuestro poder. Y porque no confían en Vos, huyen despavoridos delante de los que os persiguen. ¿Por qué? Aún ahí la fuerza del mal se patentiza. Vuestros enemigos aman tanto el mal, que perciben, aún bajo las humillaciones de las cuerdas que os prenden, toda la fuerza de vuestro poder… y ¡tiemblan! Para estar seguros, quieren transformar en llaga el último tejido de carne aún sano, quieren derramar la última gota de vuestra sangre, quieren veros exhalar el último aliento. Y aun así no están tranquilos. Muerto, todavía infundes terror. Es necesario lacrar vuestro sepulcro y cercar de guardias armados vuestro cadáver. Cómo el odio al bien les hace perspicaces, a tal punto de percibir lo que hay de indestructible en Vos.
Y, por el contrario, los buenos no ven esto con la misma claridad. Os reputan derrotado, perdido… huyen para salvar el propio pellejo. Sólo tienen ojos, sólo tienen oídos para presentir el propio riesgo. Es que el hombre sólo es perspicaz para aquello que ama. Y si ve mejor su riesgo que vuestro poder, es porque ama más su vida que vuestra gloria.
¡Pero cuánta razón tenían vuestros enemigos! Resucitaste. No sólo las cuerdas y los clavos de nada valieron, sino que, además, ni la losa del sepulcro, ni la cárcel de la muerte os pudieron retener. ¡Sí, resucitaste! ¡Aleluya!
Señor, ¡qué lección! Viendo a la Iglesia eclipsada por la apostasía de toda su Jerarquía, abandonada por sus hijos, negada por las costumbres paganas y por la ciencia panteísta de hoy, se vacila, se tiembla, se juzga todo perdido. ¡Señor, mil veces no! Vos resucitasteis por vuestra propia fuerza y redujisteis a la nada los vínculos con que vuestros adversarios pretendían reteneros en las sombras de la muerte. Vuestra Iglesia participa de esa fuerza interior y puede en cualquier momento destruir todos los obstáculos que se le oponen. Nuestra esperanza no está en las concesiones, ni en la adaptación a los errores del siglo. Nuestra esperanza está en Vos, Señor. Atended las súplicas de los justos que os imploran por medio de la Señora de todos los Pueblos. Enviad, ¡Oh, Jesús! vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la Tierra.
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