lunes, 27 de abril de 2020
RAZÓN – 28/04/2020
A pesar de que muchas cosas a nuestro alrededor nos quitan la esperanza del castigo mayor que el Gran Diluvio en tiempos de Noé anunciado repetidamente en las apariciones marianas, como las de la Señora de todos los Pueblos en Akita en 1973, hay también otra razón de orden superior, trascendental, que nos lleva a esperarlo.
El mundo está inmerso en el pecado, hundiéndose cada vez más en él sin las vueltas y revueltas características de algunos ríos chinos sino directamente y para abajo en dirección al infierno. No es posible que este mundo merecedor de castigo, y de un castigo en la proporción apocalíptica de los pecados que comete, no sea castigado.
Y no se trata del castigo en la otra vida, el castigo que recibiremos cuando hayamos muerto y seamos juzgados. Ya sabemos por la fe que quien muere en estado de pecado va al infierno y de eso nadie se escapa.
Pero no se trata de eso, no son sólo los hombres que pecan, son las naciones que también pecan y, según enseña San Agustín, cuando una nación peca, ese pecado no va ser juzgado el día del Juicio Final porque cuando el mundo acabe no habrá ya naciones, por tanto, no habrá un castigo propio para las naciones.
Entonces, ¿cuándo serán castigadas?
Serán castigadas evidentemente en esta Tierra pues en el otro mundo no existirá Grecia, ni Turquía, ni Kurdistán, ni Taiwán, ni Uruguay, ni Ucrania, etc. sino que allí existen solamente los que se salvan y los que se condenan. Las calamidades del pueblo judío después el deicidio son un buen ejemplo de esto.
Dado que no hay conversión de los pueblos no hay más remedio de que un castigo destroce este mundo revolucionario que se está perdiendo por el mal al que se ha entregado.
Es decir, a pesar de que las apariencias nos quiten la esperanza del gran castigo, sin el cual la conversión del mundo y el Reino de María son una utopía, esta razón es de una tal naturaleza que pasa por encima de todas las objeciones que se puedan hacer.
Supone un amor de Dios, una actitud de alma, abandonando todas las esperanzas humanas, de todas las ventajas mundanas, para navegar y navegar en este río chino en dirección al mar, que se podría llamar río del absurdo, seguros de que un día los que más hayan esperado, los más persistentes en esta navegación aparentemente absurda, de repente, en una vuelta del camino exclamarán: ¡Ahí está el mar!
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