martes, 28 de abril de 2020
GRIGNION – 29/04/2020
San Luis María Grignion nació en Montfort en el año 1673. Ordenado sacerdote en 1700, se dedicó a predicar misiones a las poblaciones rurales y urbanas de Bretaña hasta su muerte en 1716. Las ciudades en que predicó, inclusive las más importantes, vivían en gran medida de la agricultura y estaban profundamente marcadas por la vida rural. De tal forma que, si bien no predicó exclusivamente a campesinos, puede ser considerado esencialmente un apóstol de poblaciones rurales.
En sus sermones no se limitaba a enseñar la doctrina católica de modo que sirviesen para cualquier época y cualquier lugar, sino que sabía dar realce a los puntos más necesarios para los fieles que le oían.
No veía los errores de su tiempo como meros frutos de equívocos intelectuales, oriundos de hombres de incuestionable buena fe, errores que por esto mismo serían siempre disipados por un diálogo diestro y ameno.
Capaz del diálogo afable y atrayente, no perdía de vista, sin embargo, toda la influencia del pecado original y de los pecados actuales, así como la acción del príncipe de las tinieblas, en la génesis y en el desarrollo de la inmensa lucha movida por la impiedad contra la Iglesia y la civilización cristiana.
La célebre trilogía demonio, mundo y carne, presente en las reflexiones de los teólogos y misioneros de buena ley en todos los tiempos, él la tenía en vista como uno de los elementos básicos para el diagnóstico de los problemas de su siglo. Y así, según las circunstancias lo pedían, sabía ser suave y dulce, como un ángel mensajero de la dilección o del perdón de Dios, o un batallador invicto, como un ángel encargado de anunciar las amenazas de la Justicia Divina contra los pecadores rebeldes y endurecidos. Ese gran apóstol supo alternativamente dialogar y polemizar, y en él el polemista no impedía la efusión de las dulzuras del Buen Pastor, ni la mansedumbre pastoral aguaba los santos rigores del polemista.
La sociedad francesa de los siglos XVII y XVIII en que vivió, en el ocaso de uno y en las primeras décadas del otro, estaba gravemente enferma. Todo la preparaba para recibir pasivamente la inoculación de los gérmenes del enciclopedismo y desmoronarse enseguida en la catástrofe de la Revolución Francesa.
En las tres clases sociales, clero, nobleza y pueblo, preponderaban dos tipos de alma, los laxos y los rigoristas. Los laxos, tendentes a una vida de placeres que llevaba a la disolución y al escepticismo. Los rigoristas, propensos a un moralismo frío, formal y sombrío, que llevaba a la desesperación cuando no a la rebelión. Mundanismo y jansenismo eran los dos polos que ejercían una nefasta atracción, inclusive en medios reputados como los más piadosos y moralizados de la sociedad de entonces.
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