30 de abril de 2020

PONTCHATEAU

miércoles, 29 de abril de 2020


PONTCHATEAU – 30/04/2020

El mundanismo y el jansenismo, como tantas veces sucede con los extremos del error, llevaban a un mismo resultado. Cada cual por su camino apartaban las almas del sano equilibrio espiritual de la Iglesia. Esta, efectivamente, nos predica en admirable armonía la dulzura y el rigor, la justicia y la misericordia. Nos afirma por un lado la grandeza natural auténtica del hombre, sublimada por su elevación al orden sobrenatural y su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo, y por otro lado nos hace ver la miseria en que nos lanzó el pecado original, con toda su secuela de nefastas consecuencias.

Nada más normal que la coalición de los errores extremos y contrarios frente a quien que predicaba la doctrina católica auténtica, lo verdaderamente contrario de un desequilibrio no es el desequilibrio opuesto, sino el equilibrio. Y así, el odio que anima a los secuaces de los errores opuestos no los arroja unos contra otros, sino que los lanza contra los apóstoles de la verdad. Máxime cuando esa verdad es proclamada con una vigorosa franqueza, poniendo de relieve los puntos que discrepan más agudamente con los errores en boga.

Exactamente así fue la predicación de Grignion de Montfort. Sus sermones, pronunciados en general ante grandes auditorios populares, culminaban, no pocas veces, en verdaderas apoteosis de contrición, de penitencia y de entusiasmo. Su palabra clara, llameante, profunda, coherente, sacudía las almas ablandadas por los mil tipos de moleza y sensualidad que en aquella época se difundían desde las clases altas hacia los demás estratos de la sociedad.

Al terminar sus sermones, frecuentemente los oyentes reunían en la plaza pública pirámides de objetos frívolos o sensuales y de libros impíos, a los cuales prendían fuego. Mientras ardían las llamas, el infatigable misionero hacía nuevamente uso de la palabra, incitando al pueblo a la austeridad.

Esta obra de regeneración moral tenía un sentido fundamentalmente sobrenatural y piadoso. Jesucristo crucificado, su Sangre preciosa, sus Llagas sacratísimas, los dolores de María eran el punto de partida y el término de sus pláticas. Por eso promovió en Pontchateau la construcción de un gran calvario que debería ser el punto de convergencia de todo el movimiento espiritual suscitado por él.

En la cruz veía la fuente de una superior sabiduría, la sabiduría cristiana, que enseña al hombre a ver y amar en las cosas creadas manifestaciones y símbolos de Dios, a sobreponer la fe a la razón orgullosa, la fe y la recta razón a los sentidos rebelados, la moral a la voluntad desordenada, lo espiritual a lo material, lo eterno a lo contingente y transitorio.

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