27 de agosto de 2018
¿Salvar a la Iglesia o destruir a Francisco?
ANÁLISIS
¿Salvar a la Iglesia o
destruir a Francisco?
El hecho de que Viganò forme parte del corazón de la lucha interna
contra Francisco no restaría trascendencia o veracidad a sus acusaciones, pero
conviene situarlas
El Papa, durante una misa en Phoenix
Park, este domingo en Dublín. DANNY LAWSON GTRES
Un consejero directo del Papa Francisco, en una conversación reservada
hace dos meses, se mostraba asombrado por la fuerte oposición interna que el
Pontífice ha tenido en estos últimos años. Lo más sorprendente, señalaba, es
que proceda de los sectores más conservadores de la Iglesia, tradicionalmente
alineados con el Vaticano. Se trata de una facción liderada en un inicio por el
cardenal estadounidense Raymond Burke, que genera simpatía en Italia y ha
recibido un gran apoyo de los sectores más conservadores y pudientes de la
Iglesia en Estados Unidos. Justo donde pasó los últimos años el arzobispo Carlo
Maria Viganò, autor de la denuncia contra Francisco y nuncio del Vaticano en
Washington entre 2011 y 2016. El periodo en el que se cocinó la sucesión de
Benedicto XVI y empezó este Pontificado (2013).
Las acusaciones de Viganò
en su carta de 11 densas páginas, donde asegura que el Papa conoció
los abusos del cardenal Theodore McCarrick en 2013, son de una gravedad
insólita. Si se confirmasen, afrontaría una delicadísima situación en un
momento crucial para el papado y su credibilidad en un tema crucial como los
abusos quedaría muy resentida. El hecho de que Viganò forme parte del corazón
de la lucha interna contra Francisco –participó recientemente en una reunión de
prelados contrarios al Papa en un hotel de Roma en la que se debatía el momento
idóneo para desobedecer a un Pontífice- no restaría trascendencia o veracidad a
sus acusaciones. Pero conviene conocer el entorno desde el que llegan para
descifrar los motivos y la precisión del momento elegido: el viaje a Irlanda, zona
cero de los abusos, y pocas horas antes de su habitual rueda de
prensa a bordo del avión papal.
Viganò, nombrado arzobispo por Juan Pablo II, no es un ingenuo, como él
mismo se autodenomina en la misiva. Curtido en la carrera diplomática y en la
secretaría general del Governatorato de la Ciudad del Vaticano, algo así como
su Ayuntamiento, fue apartado del cargo desde donde obtenía un enorme caudal de
información y poder. Tarcisio Bertone, entonces secretario de Estado de
Benedicto XVI -a quien ahora acusa de promover sistemáticamente a
“homosexuales”- pilotó esa patada hacia arriba. Resultó también que Viganó fue
el protagonista de la primera noticia de
Vatileaks a través de la divulgación de una carta en la que
avisaba al Papa de diversos casos de corrupción y le suplicaba no ser apartado
para llegar hasta el fondo del asunto. La realidad es que tuvo más que ver con
su propensión a las intrigas, a las mentiras, a su falta de lealtad y a unas
imprudentes misivas que dieron pie al origen del escándalo de filtraciones.
Viganò, obsesionado con la lucha contra la homosexualidad en la Iglesia
–cree que es la causa de los abusos- tejió una red de relaciones
ultraconservadoras en EE UU. A su regreso en 2016 –Francisco le relevó de su
puesto después de que estuviera a punto de arruinar el viaje a EE UU exponiéndolo
a un encuentro con una juez que se negaba a casar a homosexuales– frecuentó los
ambientes tradicionalistas antifrancisco de
Roma. En esa época la ciudad llegó a amanecer con carteles pegados en las
paredes contra el Pontífice y el Papa libró varios pulsos con miembros
destacados de esta facción, como el propio cardenal Burke. Desde entonces, este
sector puso en duda oficialmente la exhortación apostólica más importante del
Papa (Amoris Laetitia) en la famosa Dubia, su capacidad
teológica y unos 60 historiadores, teólogos y sacerdotes le acusaron de cometer
siete herejías. En plena tormenta por los escándalos de abusos en Pensilvania,
Viganó ha lanzado el ataque más agresivo y calculado.
Etiquetas:
ANALISIS,
Autodemolición de la Iglesia,
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