13 de abril de 2018
Cumbre de las Américas: ¿qué esperan las comunidades judías?
OPINIÓN
Cumbre de las Américas:
¿qué esperan las comunidades judías?
Esperamos que a corto plazo Estados Unidos pueda recuperar la voluntad
de actuar en sociedad
En momentos en que el mundo está profundamente
polarizado y nuestra región enfrenta también retos de todo tipo, reuniones
multilaterales como la Cumbre de las Américas, a realizarse en Lima, Perú, el
13 y 14 de abril, son más que bienvenidas.
¿Son efectivos estos encuentros? Consideramos que a
pesar de todas las diferencias políticas que cruzan nuestro continente, el
hecho de que los jefes de Estado de todo el hemisferio se reúnan para dialogar,
fortalecer los lazos de amistad y colaboración y coordinar acciones es ya de
por si un logro monumental. Pero más allá del tema central de la cumbre, Gobernabilidad democrática frente a la corrupción –lacra,
esta última, que ha generado muchos titulares en meses recientes–, o la ausencia del presidente de Estados Unidos, Donald
Trump –primera vez que un mandatario de dicho país no acude desde
los inicios de dichas Cumbres en 1994–, o si se produce o no
una declaración final –en las últimas dos
cumbres no las hubo–, estos foros son también relevantes
por las reuniones privadas que posibilitan los acuerdos paralelos y la
gestación de consensos que ayudan a que nuestros países avancen.
Hoy por hoy la diplomacia con su objetivo
primordial de abrir canales de comunicación y traer a distintos actores a la
mesa es ya prioridad no solo de los propios países, sino de organizaciones no
gubernamentales como AJC. La compleja agenda hemisférica que contempla la seguridad,
comercio y migración como ejes principales, solo puede ser exitosamente
abordada a través de la cooperación multilateral. De hecho, en el caso de
América Latina, AJC se ha convertido en un conector y articulador de las
comunidades judías desde hace más de una década. En nuestra propia “cumbre”
regional anual –el Foro Estratégico– los líderes judíos tratan temas de interés
compartido, las tendencias regionales, y analizan cómo, en tanto parte de la
sociedad civil, pueden influir en la agenda continental en forma constructiva
en conjunto con otros actores centrales.
Si es cierto que la Cumbre de las Américas funciona
como un termómetro de lo que ocurre en Latinoamérica, podemos afirmar que –a diferencia de Europa en donde el antisemitismo de nueva
cuenta muestra su rostro obscuro– la vida judía en
la región pasa por un momento de auge. En la mayoría de los países se ve una
creciente inserción, visibilidad y participación política. Dos tristes
excepciones vienen al caso. Debido a la cada vez más crítica situación que
afecta a todos los venezolanos en general además de episodios de amenazas y de
antisemitismo oficial, esta destacada comunidad continúa siendo mermada. Y en
Chile, parangón de los derechos humanos, de forma sistemática decenas de judíos
chilenos son cuestionados y estigmatizados públicamente por su cercanía con
Israel tanto en universidades como en la actividad política, afectando con ello
el entramado social y poniendo en jaque a la convivencia.
A su vez, celebramos que las relaciones con Israel,
en la gran mayoría de los casos, pasan por su mejor momento. Los diferentes
países de la región han identificado en el Estado Judío a un socio estratégico
dispuesto a colaborar para encarar retos que van desde la seguridad ciudadana
hasta el manejo de agua. Prueba de ello son la cantidad de acuerdos y tratados
que se han firmado en los últimos años. Afortunadamente, los desencuentros
políticos pasaron a un segundo plano.
No dudamos que el tema del combate a la
inseguridad, que incluye amenazas por organizaciones terroristas y el crimen
organizado, será un foco de los asistentes a la Cumbre, aunque no reciba la
misma cobertura mediática que otros asuntos candentes, tales como la lucha
contra la corrupción. Tristemente, la comunidad judía de Argentina fue blanco
de dos de los peores ataques terroristas en el hemisferio (en 1992 y 1994), con
el aval y la implementación de Irán y Hezbollah.
Afortunadamente, líderes regionales han entrado en cuenta que organizaciones
criminales y terroristas no respetan fronteras y que deben de ser enfrentadas
con mayor coordinación y voluntad política, más recursos y legislación
actualizada.
¿Qué rol puede y debe de seguir jugando Estados
Unidos en todo esto? La única manera en que puede continuar ejerciendo una
influencia positiva es por medio de un discurso colaborativo y no impositivo.
Los continuos e injustificados ataques contra México, su pacífico y estratégico
vecino al sur con cuyo destino está entrelazado por geografías, economías
culturas y familias compartidas; el discurso de odio contra inmigrantes
latinos –especialmente los Soñadores–quienes aportan día a
día a la prosperidad de Estados Unidos y cuyo futuro se encuentra ahora en
limbo; los planes de militarizar la frontera que atentan contra la lógica y
contra el concepto de un país de inmigrantes y de refugiados, lo único que han
logrado es retornar a la otrora noción de vecinos distantes, aludiendo al
concepto del periodista Alan Riding.
Aunque nos preocupa el mensaje negativo adicional
que la ausencia del presidente Trump está transmitiendo a la región y la
influencia cada vez más notoria de otros actores como China y Rusia, esperamos
que a corto plazo Estados Unidos pueda recuperar la voluntad de actuar en
sociedad. Solo así el aporte de dicho país puede ser significativo para
encontrar salidas no tradicionales a la crisis en Venezuela, la lucha contra la
corrupción, el combate al terrorismo y el crimen organizado, la estabilidad
regional y el progreso de nuestros pueblos.
Saludamos a los líderes latinoamericanos que, por
su predisposición al diálogo, dan un ejemplo al mundo; y los urgimos a que
continúen considerando a las comunidades judías de sus países como aliados y
socios indispensables en la construcción de sus agendas tanto en el plano
doméstico como hemisférico.
Dina Siegel Vann es
Directora del Instituto Belfer para Asuntos Latinos y Latinoamericanos del AJC
(BILLA).
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