18 de abril de 2018
Cervera, el héroe que vivió y murió por España: «Solo podrán tomar las astillas de nuestras naves»
Pascual Cervera y Topete fue un héroe que vivió y murió por España. Un almirante que, a sabiendas de que los cinco bajeles bajo sus órdenes directas caerían tiroteados por los estadounidenses si salía de la protección del puerto de Santiago de Cuba, cumplió las órdenes gubernamentales y se enfrentó a los superiores buques norteamericanos.
Los galones y el patriotismo, que obligan incluso a marchar hacia el exterminio con la cabeza bien alta. Aquel 3 de julio de 1898, como el mismo oficial señaló poco después, perdió todo... salvo una cosa: la honra de saber que había cumplido escrupulosamente sus deberes como militar.
Así lo dejó claro el propio Cervera cuando volvió a España después de ser apresado por los norteamericanos. Aquel día, el Ministro de Marina le recibió con unas palabras dolorosas, pero realista: «Siento mucho lo sucedido, General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio». El almirante, veterano de decenas de contiendas y vilipendiado por el gobierno, respondió entonces de forma lapidaria: «Así es. Todo menos el honor». Aquella frase lapidaria fue solo una de las muchas que salieron de su boca a lo largo de su vida. Y es que, el marino que esta misma semana ha sido tildado de «facha» por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, derrochó patriotismo en muchas de sus misivas, telegramas y arengas.
Hoy, analizamos el viaje a la destrucción de uno de los mayores héroes de España a través de los mensajes ligados a su intervención en la guerra contra los Estados Unidos.
A finales de 1890, la situación en algunas de las colonias españolas era insostenible. Ejecmplo claro de ello era Cuba, donde las tropas españoles se veían obligadas a apaciguar revuelta tras revuelta. La relación con Estados Unidos no era mucho mejor. Y es que, aunque técnicamente reinaba la paz con los hombres de las barras y estrellas, la realidad era que en toda la península se sabía que los norteamericanos estaban esperando su momento para hacerse con los territorios hispanos de ultramar. Así lo dejó claro el mismo Cervera en una misiva enviada
«Parece que el conflicto con los Estados Unidos está conjurado, o al menos aplazado; pero puede revivir inesperadamente, y cada día estoy más convencido de la idea de que resultaría en una gran calamidad nacional […] Puesto que prácticamente no tenemos escuadra, a donde quiera que se envíe, deberán ir todos sus buques juntos, porque dividirlos sería en mi opinión el mayor de todos los errores; pero también sería un error enviarla a las Antillas, dejando nuestras costas y el archipiélago filipino sin defensas […] seré paciente y cumpliré con mi obligación, pero con la amargura de saber que mi sacrificio es en vano…
...si nuestra pequeña Escuadra estuviera al menos bien equipada con todo lo necesario, y sobre todo bien adiestrada, podríamos intentar algo […] cuando las naciones están desorganizadas, sus Gobiernos, que son simplemente el resultado de tal desorganización, también están desorganizados, y cuando llega el lógico desastre, no quieren su causa real; por el contrario, más bien el grito es siempre “TRAICIÓN”, y buscan a la pobre víctima que expíe las culpas cometidas por otros...
...te encomiendo con gran confianza todo lo que aquí te escribo; pero al mismo tiempo, te pido no destruyas esta carta, guardándola en lugar seguro, en caso de que un día fuera conveniente que se conozca mi opinión de hoy»
Desde el instante en el que el «Maine» fue hundido y, en consecuencia, España entró en guerra con los Estados Unidos, el almirante Cervera explicó en multitud de ocasiones al gobierno de Madrid que, a su parecer, lo idóneo era proteger las costas españolas y, más concretamente, las Canarias. Islas que, tal y como él mismo dejó patente en varias ocasiones, corrían el riesgo de caer bajo dominio norteamericano.
La siguiente propuesta fue presentada por Cervera a sus oficiales durante una de las reuniones mantenidas en abril, después de que se les informara de que debían partir hacia las colonias americanas para dar toda la guerra posible a los norteamericanos.
«En las circunstancias actuales que atraviesa la patria, ¿conviene que esta escuadra vaya a América o que cubra más bien nuestras costas y Canarias, para desde allí acudir a cualquier contingencia?»
Entre los primeros mensajes del almirante Cervera, destaca uno de los telegramas que envió al ministro de Marina, Segismundo Bermejo, el 19 de abril de 1898 desde Cabo Verde.
Cervera, que había sido despachado a las Américas con órdenes de proteger Puerto Rico, escribió al político después de haberse reunido con los oficiales de su escuadra José de Paredes, Juan V. Lazaga, Emilio Díaz Moréu, Víctor M. Concas, Antonio Eulate,Joaquín Bustamante y Fernando Villaamil. Ese encuentro terminó con la firma de un documento en el que todos solicitaban al gobierno regresar a las Canarias para acondicionar los bajeles antes del combate.
Tras esta reunión, Cervera escribió una carta secreta a Bermejo explicándole sus impresiones tras la reunión:
«El natural impulso de marchar decididamente al enemigo, entregando la vida en holocausto de la Patria, era la primera nota que se dibujaba en todos; pero al mismo tiempo, el espectro de la Patria abandonada, insultada y pisoteada por el enemigo, orgulloso con nuestra derrota, que no otra cosa puede obtenerse en definitiva, yendo a buscarlos a su propio terreno con fuerzas tan inferiores, les hacía ver que tal sacrificio no sólo sería inútil, sino contraproducente, puesto que entregaban la Patria a un enemigo procaz y orgulloso, y Dios sólo sabe las funestas consecuencias que esto podría traer».
El día 21 de abril de ese mismo año, los temores de Cervera se hicieron palpables cuando Bermejo le envió un cable en el que le ordenaba dirigirse a Puerto Rico arguyendo que las costas de Canarias estaban bien protegidas. Como respuesta, el almirante despachó un mensaje en el que dejaba claro que acataba las órdenes, pero también señalaba que la responsabilidad de lo que sucediera a partir de entonces no sería suya.
«He recibido telegrama cifrado con la orden seguir para Puerto Rico a pesar de persistir en mi opinión, que es opinión general de los comandantes de los buques; haré todo lo que pueda para avivar salida rechazando la responsabilidad de las consecuencias. Agradecemos saludo Nación, cuya prosperidad es nuestro único anhelo, y a nombre de todos, manifiesto nuestro profundo amor a la Patria».
El 23 de abril, poco después de que Bermejo llevara a cabo una junta en la que consiguió que varios almirantes le diesen la razón, Cervera reiteró su lealtad al gobierno, aunque señaló de nuevo su desacuerdo.
«Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones, lo cual implica la necesidad de que cualquiera de ellos me hubiera relevado».
El 28 de abril, antes de salir de Cabo Verde para enfrentarse a los norteameriacnos, el almirante Cervera envió una misivia a sus hermanos. Una triste carta de despedida en la que dejaba claro que se dirigía a la muerte.
«Mis queridos hermanos: Acabamos de refrendar nuestros pasaportes para el cielo. Hoy hemos confesado y comulgado casi todos los de esta escuadra para cumplir con el doble precepto que nos obliga, el del precepto pascual y el del peligro de muerte. Algunos han faltado, con gran pena mía, pero no me ha parecido bien obligarles. Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. Vicente, si sucumbo, como espero, cuida tú de mi mujer y de mis hijos. A todos os abraza, Pascual».
La arenga más épica del almirante Cervera se sucedió el 3 de julio de 1898. Por entonces, el oficial había decidido salir del puerto de Santiago de Cuba para enfrentarse a la gran flota norteamericana de Sampson. No estaba de acuerdo con ello, pues sabía que iba a ser destrozado por los buques de las barras y estrellas, pero -tras intentar hacer entrar en razón al gobierno de Madrid y no lograrlo- se limitó a cumplir las órdenes.
«Dotaciones de mi escuadra: Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa...
...He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel que se muere por la Patria...
...El enemigo codicia nuestros viejos y gloriosos cascos. Para ello ha enviado todo el poderío de su joven escuadra. Pero solo las astillas de nuestras naves podrán tomar, y solo podrán arrebatarnos nuestras armas cuando, cadáveres ya, flotemos sobre estas aguas, que han sido y son de España...
...Hijos míos, el enemigo nos aventaja en fuerzas, pero no nos iguala en valor. Clavad la bandera y ni un solo navío prisionero. Dotación de mi escuadra: ¡Viva siempre España! Zafarrancho de combate y que el Señor acoja nuestras almas».
A pesar del valor demostrado en batalla (Cervera intentó atraer el fuego sobre su buque para que el resto de la flota lograse escapar), el almirante se ganó el odio de los políticos de la Península. En palabras de su bisnieto, Guillermo Cervera, cuando regresó a España en septiembre con el resto de militares capturados tras la contienda fue recibido con recelos. Uno de los primeros en hablar con él fue el Ministro de Marina. Y fue entonces cuando el almirante pronunció una de sus frases más célebres.
-Siento mucho lo sucedido, General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.
-Así es. Todo menos el honor.
La valentía de Cervera durante el combate hizo que fuese capturado por los norteamericanos. El almirante fue llevado entonces al barco del capitán de navío Evans, quien hizo la siguiente descripción de lo que sucedió en la cubierta de su navío, el «Iowa»:
«EI Almirante Cervera fue trasladado desde el “Gloucester” a mi buque. Cuando puso el pié sobre la cubierta fue recibido con todos los honores debi dos a su graduación por la totalidad de mi Oficialidad. La dotación del “Iowa” junto con la del “Gloucester” prorrumpió en un “hurra!” cuando el Almirante español saludó a los oficiales americanos. Aunque el héroe ponía sus pies en la cubierta del “Iowa” sin ninguna insignia, todo el mundo reconoció que cada molécula del cuerpo de Cervera constituía de por sí un almirante».
Durante la conversación entre ambos, y mientras Cervera se deshacía en lágrimas por lo sucedido, Evans le alavó de la siguiente forma:
«Caballero, sois un héroe. Habéis realizado el acto más sublime que se recoge en la historia de la Marina».
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