30 de septiembre de 2009

Foto de familia gótica

Foto de familia gótica


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Opinión

Firmas

JUAN MANUEL DE PRADA

Sábado, 26-09-09

EN su relato Los amigos de los amigos, Henry James narra la historia de una mujer discreta hasta la terquedad que rehuye veladas y saraos, para evitar que la fotografíen. Y, aunque era incapaz de explicar su aversión a ser retratada, mucho más lo era de ceder ni un ápice en su determinación: «Era un prejuicio, una testarudez, un voto: viviría y moriría sin dejarse fotografiar». Tal vez a la mujer de Henry James la guiase el afán -la coquetería- de ser original; tal vez intuyese que dejarse fotografiar acabaría siendo un signo de vulgaridad, y evitándolo se curaba en salud, aun a riesgo de resultar esnob. Esta aversión a dejarse fotografiar es hoy una manía o testarudez mucho más dificultosa que en los tiempos en que Henry James escribía Los amigos de los amigos; pero, desde luego, si alguien desea que no lo retraten debe empezar por rehuir la vida social, como hacía la protagonista de aquel relato.
Siempre me ha causado gran hilaridad esa gente anhelante de notoriedad que, después de entregarse con denuedo y delectación a la vida social, finge melindres o rechazo ante el escrutinio de una cámara; y esa hilaridad se tiñe con sus ribetes de asquito cuando esa misma gente, después de introducir a sus hijos en la vorágine de su notoriedad, se pone estupenda si alguien osa retratarlos en público. Uno pensaba que esta hipocresía chillona era achaque propio de los petardos y petardas del famoseo, pero ahora descubrimos que también es achaque gubernativo; en donde se demuestra que estamos gobernados por petardos. Resulta que Zapatero decide acompañarse de sus hijas en su tournée americana, tal vez para darles el capricho de pasearse (a costa del presupuesto) por la Quinta Avenida, tal vez para que puedan disfrutar del estrellato o asteroidato de su progenitor; resulta que Zapatero no se priva de llevarlas a la tribuna de la sede de Naciones Unidas, para que escuchen su discurso delicuescente, o a los saraos que Obama, su anfitrión y falso mesías, organiza; pero luego, cuando retratan a sus hijas, reacciona como cualquier petardo o petarda del famoseo y pretende que las fotografías (para las cuales, por cierto, sus hijas han posado con donaire y poderío, escoltadas por los rostros risueños de sus papis y del matrimonio Obama) sean retiradas de la circulación. Sólo que, a diferencia de los petardos y petardas del famoseo, que tienen que comerse con patatas las consecuencias de su desliz, nuestro petardo presidencial ordena a sus mamporreros que llamen de madrugada a los periódicos, exigiéndoles en tono amenazante que no se atrevan a divulgar tales fotografías.
Esto de exhibir a las hijas en la tribuna de la sede de Naciones Unidas y en los saraos que organiza el falso mesías Obama, y luego pretender que las fotografías en las que las hijas aparecen posando sean retiradas de las circulación es como pretender estar en misa y repicando. Claro que aquí estar en misa equivale a exhibir a las hijas; y repicando equivale a ponerse estupendo, aduciendo que divulgar las fotografías de las hijas constituye un atentado contra los menores. O sea, la misma hipocresía chillona que se gastan los petardos y petardas del famoseo. Aunque, en honor a la verdad, hemos de decir que la hipocresía chillona de nuestro petardo presidencial admite circunstancias atenuantes; y es que la indumentaria gótica de las muchachas -botas doctor Martens, muñequeras de estibador, vestuario a lo Morticia Addams- parece más apropiada para una fiesta de Halloween que para una velada en el Metropolitan. Pero tal vez las hijas de Zapatero fueron las únicas que entendieron la verdadera naturaleza del sarao al que habían sido invitadas, mitad mascarada y mitad aquelarre, con el falso mesías Obama engañando al mundo con sus triquiñuelas -«Truco o trato»- y, en medio de la foto, un gran calabazón hueco y sonriente iluminando la escena.
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