25 de agosto de 2008
Las Adoratrices plantan cara a las mafias con fines de explotación sexual
ABC.es - Sábado 23, agosto 2008 - Últ. actualización 15:10h
Las Adoratrices plantan cara a las mafias con fines de explotación sexual
LAURA DANIELE
MADRID
Sábado, 23-08-08
El Gobierno ha prometido que antes de que finalice el año, España contará con un plan integral contra la trata de seres humanos. Hace pocos meses, además, firmó un convenio europeo para luchar contra las redes organizadas que trafican con personas con fines de explotación laboral, pero sobre todo sexual, un delito que se ha convertido en el tercer negocio ilegal más lucrativo del mundo. Se calcula que en nuestro país, cerca de 18.000 mujeres han sido introducidas bajo engaño para ejercer la prostitución en las calles o en clubes de alterne.
A la espera de una mayor protección de las víctimas, que a día de hoy no consiguen una residencia legal en España sino denuncian y colaboran con la desarticulación efectiva de estas mafias, la Congregación de las Religiosas Adoratrices ha decidido plantar cara a estas redes a través de una iniciativa pionera: la creación de una red de casas de acogida en Madrid para atender y ofrecer a estas mujeres la oportunidad de una nueva vida.
Un compromiso desde 1844
El carisma de esta orden religiosa surgió en 1844, cuando María Micaela Desmasiere López de Dicastillo, una mujer de familia aristocrática, conoció por sorpresa en el madrileño Hospital San Juan de Dios a una joven gravemente enferma como consecuencia de los abusos sexuales a los que la sometía un hombre con el que su padre, importante banquero de Navarra, hacía negocios. «La chica del chal», como se la conocía, había sido traslada a Madrid mediante engaño por este hombre para explotarla sexualmente.
Esta dramática historia marcó a santa Micaela, quien en 1845 decide abrir una primera casa de acogida para ayudar a estas mujeres y once años después, en 1856, funda la Congregación de Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, cuyo carisma es «la liberación e integración, promoción y reinserción social de la mujer víctima de diversas formas de esclavitud».
Hoy, aquella primera respuesta a una de las formas más denigrantes de explotación de la mujer, lleva el nombre de Proyecto Esperanza. Por él, han pasado desde su creación en 1999, 461 mujeres. Esos nombres y apellidos y la ubicación de los hogares creados por las religiosas para ofrecer a las mujeres un alojamiento gratuito y seguro donde poder recuperarse y rehacer su vida, son el secreto mejor guardado. Y es que, pese a asegurar que no tienen miedo, ya han recibido alguna que otra amenaza por parte de estas redes de delincuencia organizada. «Se ha dado el caso de alguna amenaza, pero nosotras hemos nacido así, con este carisma. Cuando te incorporas a la congregación ya sabes a qué te vas a dedicar», explica la hermana Paloma Rodríguez De Rivera, vicaria de la congregación y educadora.
Tarea difícil
El trabajo que realizan estas monjas, junto a un grupo de especialistas en Derecho, Psicología, Medicina y Trabajo Social, es complejo. «Hay tremendas dificultades para que estas mujeres obtengan el permiso de residencia. Muchas de ellas siguen vinculadas a la prostitución porque no tienen papeles y ni posibilidades de regularizar su situación. Entraron a España por la vía de la trata pero no encuentran otra vía para poder salir de la prostitución», precisa Marta.
Desde este proyecto llevan años reclamando al Gobierno que tome medidas de protección de los derechos de las víctimas y que no se condicione su residencia legal en España a una denuncia o a que, mediante su colaboración, la Policía logre desarticular estas bandas.
La labor de estas monjas, que conviven a diario con estas mujeres con las que se ponen en contacto, la mayoría de las veces, a través de la Policía, es difícil. La primera barrera que deben sortear es la falta de confianza con la que llegan a estos centros, después de haber sido engañadas y explotadas, incluso hasta por sus propios familiares o parejas.
El testimonio de Dumitra es conmovedor. A los 18 años conoció a un joven a través de internet en Rumania y le ofreció venir a España para trabajar en un lavacoches. Cuando todo estuvo arreglado, el joven la trajo a Madrid donde la obligó a ejercer la prostitución en la calle. «Amenazas tras amenazas -relata- nos obligaban a estar trabajando para los chulos sin contar nada a nadie. Fue una pesadilla horrible. Luego me vendieron a otros porque un chico se enamoró de mí, y allí fue mucho peor. Un día dije basta, no aguanto más, llamé a un cliente y vino a buscarme. Hace un año que estoy libre». Dumitra prefiere no recordar pero sabe que volviendo al horror de aquellos días puede ayudar a muchas mujeres.
Las Adoratrices plantan cara a las mafias con fines de explotación sexual
LAURA DANIELE
MADRID
Sábado, 23-08-08
El Gobierno ha prometido que antes de que finalice el año, España contará con un plan integral contra la trata de seres humanos. Hace pocos meses, además, firmó un convenio europeo para luchar contra las redes organizadas que trafican con personas con fines de explotación laboral, pero sobre todo sexual, un delito que se ha convertido en el tercer negocio ilegal más lucrativo del mundo. Se calcula que en nuestro país, cerca de 18.000 mujeres han sido introducidas bajo engaño para ejercer la prostitución en las calles o en clubes de alterne.
A la espera de una mayor protección de las víctimas, que a día de hoy no consiguen una residencia legal en España sino denuncian y colaboran con la desarticulación efectiva de estas mafias, la Congregación de las Religiosas Adoratrices ha decidido plantar cara a estas redes a través de una iniciativa pionera: la creación de una red de casas de acogida en Madrid para atender y ofrecer a estas mujeres la oportunidad de una nueva vida.
Un compromiso desde 1844
El carisma de esta orden religiosa surgió en 1844, cuando María Micaela Desmasiere López de Dicastillo, una mujer de familia aristocrática, conoció por sorpresa en el madrileño Hospital San Juan de Dios a una joven gravemente enferma como consecuencia de los abusos sexuales a los que la sometía un hombre con el que su padre, importante banquero de Navarra, hacía negocios. «La chica del chal», como se la conocía, había sido traslada a Madrid mediante engaño por este hombre para explotarla sexualmente.
Esta dramática historia marcó a santa Micaela, quien en 1845 decide abrir una primera casa de acogida para ayudar a estas mujeres y once años después, en 1856, funda la Congregación de Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, cuyo carisma es «la liberación e integración, promoción y reinserción social de la mujer víctima de diversas formas de esclavitud».
Hoy, aquella primera respuesta a una de las formas más denigrantes de explotación de la mujer, lleva el nombre de Proyecto Esperanza. Por él, han pasado desde su creación en 1999, 461 mujeres. Esos nombres y apellidos y la ubicación de los hogares creados por las religiosas para ofrecer a las mujeres un alojamiento gratuito y seguro donde poder recuperarse y rehacer su vida, son el secreto mejor guardado. Y es que, pese a asegurar que no tienen miedo, ya han recibido alguna que otra amenaza por parte de estas redes de delincuencia organizada. «Se ha dado el caso de alguna amenaza, pero nosotras hemos nacido así, con este carisma. Cuando te incorporas a la congregación ya sabes a qué te vas a dedicar», explica la hermana Paloma Rodríguez De Rivera, vicaria de la congregación y educadora.
Tarea difícil
El trabajo que realizan estas monjas, junto a un grupo de especialistas en Derecho, Psicología, Medicina y Trabajo Social, es complejo. «Hay tremendas dificultades para que estas mujeres obtengan el permiso de residencia. Muchas de ellas siguen vinculadas a la prostitución porque no tienen papeles y ni posibilidades de regularizar su situación. Entraron a España por la vía de la trata pero no encuentran otra vía para poder salir de la prostitución», precisa Marta.
Desde este proyecto llevan años reclamando al Gobierno que tome medidas de protección de los derechos de las víctimas y que no se condicione su residencia legal en España a una denuncia o a que, mediante su colaboración, la Policía logre desarticular estas bandas.
La labor de estas monjas, que conviven a diario con estas mujeres con las que se ponen en contacto, la mayoría de las veces, a través de la Policía, es difícil. La primera barrera que deben sortear es la falta de confianza con la que llegan a estos centros, después de haber sido engañadas y explotadas, incluso hasta por sus propios familiares o parejas.
El testimonio de Dumitra es conmovedor. A los 18 años conoció a un joven a través de internet en Rumania y le ofreció venir a España para trabajar en un lavacoches. Cuando todo estuvo arreglado, el joven la trajo a Madrid donde la obligó a ejercer la prostitución en la calle. «Amenazas tras amenazas -relata- nos obligaban a estar trabajando para los chulos sin contar nada a nadie. Fue una pesadilla horrible. Luego me vendieron a otros porque un chico se enamoró de mí, y allí fue mucho peor. Un día dije basta, no aguanto más, llamé a un cliente y vino a buscarme. Hace un año que estoy libre». Dumitra prefiere no recordar pero sabe que volviendo al horror de aquellos días puede ayudar a muchas mujeres.