jueves, 14 de mayo de 2020
PODER – 15/05/2020
El factor diabólico, tan decisivo para propulsar la Revolución, depende totalmente de Nuestra Señora. Basta que Ella fulmine un acto de imperio sobre el infierno para que éste se estremezca, se confunda, se recoja y desaparezca de la escena humana. Al contrario, basta que Ella, para castigo de los hombres, deje al demonio un cierto margen de acción, para que progrese. Por lo tanto, los enormes fautores de la Revolución y de la Contrarrevolución, que son respectivamente el demonio y la gracia, dependen de su imperio y su dominio.
La consideración de este soberano poder de la Señora nos aproxima a la idea de la realeza de María. Es preciso no ver esa realeza como un título meramente decorativo. Aunque sumisa en todo a la voluntad de Dios, la realeza de Ella implica un auténtico poder de gobierno personal.
Imagínese un director de colegio con alumnos muy insubordinados, a quienes el director les castiga con una autoridad de hierro. Después de haberlos sometido al orden, se retira diciendo a su madre: sé que gobernaréis este colegio de modo diferente de cómo lo estoy haciendo ahora. Vos tenéis un corazón materno. Habiendo castigado yo a estos alumnos, quiero ahora que los gobernéis con dulzura. Esa señora va a dirigir el colegio como el director quiere, pero con un método diverso del usado por éste. La actuación de ella es distinta de la de él, pero, no obstante, ella hace enteramente la voluntad de él. Ninguna comparación es exacta, sin embargo, bajo cierto aspecto esta imagen ayuda a entender el asunto.
Análogo es el papel de la Madre de Dios como Reina del Universo. Nuestro Señor le dio un poder regio sobre toda la creación, su misericordia, sin incurrir en exageración alguna, llega sin embargo al extremo. Él la colocó como Reina del Universo para gobernarlo, teniendo en vista especialmente al pobre género humano decaído y pecador. Y es su voluntad que Ella haga lo que Él no quiso hacer por sí mismo, sino por medio de Ella, regio instrumento de su amor.
Hay, pues, un régimen verdaderamente marial en el gobierno del Universo. Y así se ve cómo Nuestra Señora, aunque sumamente unida a Dios y dependiente de Él, ejerce su acción a lo largo de la historia. Evidentemente Ella es infinitamente inferior a Dios, pero Él quiso darle ese papel por un acto de liberalidad. Es María quien, distribuyendo, ora más abundantemente la gracia, ora menos, frenando ora más ora menos la acción del demonio, ejerce su realeza sobre el curso de los acontecimientos terrenos.
En ese sentido, depende de Ella la duración de la Revolución y la victoria de la Contrarrevolución. Además de eso, a veces Ella interviene directamente en los acontecimientos humanos, como lo hizo, por ejemplo, en Lepanto. ¡Cuán numerosos son los hechos de la historia de la Iglesia en que quedó clara su intervención directa en el curso de las cosas! Todo esto nos hace ver hasta qué punto es efectiva la realeza de la Señora de todos los Pueblos.
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