26 de febrero de 2020

LUCHA



martes, 25 de febrero de 2020



LUCHA – 26/02/2020

Lo que caracteriza esta Revolución de cuatrocientos años en la que estamos es el proceso eminentemente gradual de su desarrollo. En los siglos XVI, XVII y XVIII, fue predominantemente religiosa, las instituciones políticas permanecían más o menos intactas. Desde 1789 hasta finales del siglo XIX, fue esencialmente política. A partir de entonces, invadió la economía, el único campo de la vida social que le quedaba convulsionar. Paralelamente, de los siglos XVI al XVIII, se pasó del cristianismo para el deísmo. El siglo XIX marcó el apogeo del ateísmo, es propiamente el siglo del panteísmo. Por fin, del siglo XVI al siglo XIX fue la era de la expansión del ideal divorcista. El siglo XX ha sido el gran siglo de la expansión del amor libre.

Esta gran Revolución no da saltos. Le llevó cuatrocientos años llegar a donde llegó. Y es forzoso reconocer que parece estar muy cerca de su meta hoy en día.

Este es el punto que importa retener, si queremos fijar una idea exacta sobre los días que vivimos. Todas las tendencias niveladoras y revolucionarias de los siglos pasados han llegado hoy al súmmum de su exasperación. No se puede ser más radical en la línea del orgullo y de la revolución que proclamar la igualdad entre Dios y los hombres, y la igualdad total de los hombres en el ámbito político, económico y social. No se puede llevar la lujuria más lejos que instituyendo el amor libre.

Es cierto que estas tendencias aún no han alcanzado su triunfo completo. Para empezar por lo secundario, o incluso muy secundario, observemos ante todo que, incluso al margen de los verdaderos católicos, aún no es todo panteísmo, igualitarismo y amor libre. Y, sobre todo, observemos que aquí está la semilla de la Contrarrevolución, en cierto sentido más frondosa que nunca, en el esplendor de su santidad, de su unidad, de su catolicidad. Cuatro siglos de una embestida ciclópea no le impidieron, en medio a infortunios e incontables dolores, expandirse y dilatarse.

Un choque entre la Revolución que no puede detenerse, no puede recular, y la Contrarrevolución a la que no ha logrado vencer a pesar de todo, parece inevitable en nuestros días. Otrora hubo serios enfrentamientos entre la Contrarrevolución y la Revolución en sus varias etapas. Pero como el virus revolucionario no había alcanzado la cima de su paroxismo, fue posible conseguir adaptaciones, retrocesos, arreglos, sin dañar propiamente los principios. Hoy esto es imposible, porque la exasperación revolucionaria ha llevado las cosas a tal punto que no hay más posibilidad que la lucha de exterminio. No se necesitará mucha perspicacia para discernir una relación entre este conflicto titánico y la gran etapa de guerras y convulsiones que parece acercarse a nosotros. Las huestes del anticristo rojo cubren todo el territorio que va desde Indochina hasta las fronteras de Europa. Numerosos y organizados partidos socialistas se agitan en las entrañas del mundo occidental. Además, las instituciones de los países occidentales evolucionan hacia un socialismo que no es más que un comunismo camuflado. La filosofía y la cultura de Occidente tienden hacia el panteísmo.

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