N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
jueves, 20 de febrero de 2020
HUMILDAD – 21/02/2020
Dentro de las desigualdades, la persona divina y humana de Nuestro Señor Jesucristo, que como Verbo Increado Deus de Deo, lumen de luminen, es infinitamente superior a todas las criaturas, y en su humanidad es inferior por naturaleza a los ángeles, pero merece ser adorado por los ángeles no solo en su divinidad sino también en su humanidad. Y Nuestra Señora que, en cuanto Madre del Hombre Dios, aunque infinitamente inferior a Dios e inferior por naturaleza a los ángeles, es inconmensurablemente superior a estos a los ojos de Dios, como Madre y como Santa, mereciendo ser servida como reina por los ángeles.
A su vez, en la estructura de la Iglesia militante ¡cuántas desigualdades! La Iglesia está dividida en dos clases radicalmente diversas: la Jerárquica, a quien cabe enseñar, gobernar y santificar, y el pueblo al que cabe ser gobernado, enseñado y santificado. Por muy clara que sea esta desigualdad, sigue dejando espacio a otro elemento de diversificación y escalonamiento. Entre la Jerarquía y los fieles, "intercalase el estado de vida religiosa que, originado en la Iglesia misma, tiene su razón de ser y su valor en su íntima cohesión con el fin de la Iglesia, que consiste en llevar todos los hombres a la santidad" decía Pío XII en su discurso a los miembros del I Congreso Internacional de Religiosos.
Como si estas desigualdades en la estructura de la Iglesia no fueran suficientes, ¡cuántas diferencias de nivel en el corazón de la propia Jerarquía, tanto desde el punto de vista de la jurisdicción como del honor: del simple menorista, clérigo de ordenes menores, al diácono, y de este al presbítero, canónigo, al monseñor, al obispo, al arzobispo, al patriarca, al cardenal y pasemos sin más referencias por las diferencias entre los canónigos honoríficos y catedralicios, las diversas modalidades de monseñorato, los obispos titulares, auxiliares, coadjutores, diocesanos, arzobispos y los metropolitanos, los cardenales hasta el Papa, que reúne en sí mismo la plenitud del gobierno, del magisterio, del sacerdocio y del honor, cuántos grados, cuántos matices, que riqueza inagotable de desigualdades!
Llegamos aquí a la piedra de toque de estas anotaciones. Existe una virtud por la cual el hombre ama la infinita superioridad de Dios, y la superioridad finita de las criaturas que Dios constituyó por encima de él en cuanto a talento, belleza, poder, riqueza o virtud: es la humildad. Esta virtud nos lleva a sentir alegría porque los demás tengan más de lo que nosotros tenemos. En un mundo donde hay humildad, nada más amable y comprensible que la jerarquía. Donde la humildad deje de existir, nada más inevitable que el odio a la jerarquía, la sed de nivelar y, en consecuencia, la Revolución. Humildad y jerarquía, orgullo y revolución son, por lo tanto, términos correlativos. De ahí el hecho de que la primera revolución fue el Non serviam del primero, del grande, del eterno orgulloso.
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