N O V E D A D E S
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
domingo, 16 de febrero de 2020
DESATASCOS – 17/02/2020
Los atascos en la vida espiritual son en el fondo, muchas veces, desesperados. Vieron lucir un ideal, no se elevaron a su altura y perdieron las esperanzas. Lo quieran o no, lo confiesen o no a sí mismos, ésa es la realidad. Durante toda la vida arrastran aquella especie de tristeza de la estrella que vieron y ante la cual no pudieron actuar como deberían.
La historia del joven rico del Evangelio se divide en dos períodos: antes y después del encuentro con Nuestro Señor. No hay vuelta de hoja. Aquel joven bueno se volvió un desesperanzado y probablemente cargó aquella falta de esperanza, aquella tristeza, durante toda su vida. En el subconsciente de los que adoptan ese modo de ver las cosas hay un estado de espíritu, y ese estado de espíritu es el de la desesperación.
San Alfonso de Ligorio dice que la desesperación de sentirse atascado lleva a un gran número de almas al infierno. ¿Por qué? Porque a esas almas no se les ha enseñado cuál es el gran modo de desatacarse. El Santo Doctor pone en su libro sobre la oración esa gran esperanza ante nosotros. Se trata de una esperanza enorme, como la que tuvieron los pastores en la Noche de Navidad.
En una biografía de Santo Tomás había una definición diferenciando el caos del cosmos. El caos es un conjunto desordenado de elementos heterogéneos, dispares entre sí. El cosmos es un conjunto de elementos ordenados, donde todo engrana, se encaja entre sí. Ahora bien, Dios no hizo de la Creación un caos, sino un cosmos, y una de sus leyes fundamentales es que todos los hombres en la Creación han de ayudarse los unos a los otros. No basta con que se conozcan, han de estar todos ordenados hacia Dios, ayudándose mutuamente. Por más increíble que parezca, esa ley va tan lejos que hasta el propio Dios quiere que los hombres le ayuden. Hay una especie de sociedad entre nosotros y Dios, en todo lo que Él ha hecho de más augusto. Dios quiere ayudarnos y también acompañarnos. En la Creación, por ejemplo, para que las bellezas del Universo puedan tomar su aspecto definitivo, es necesario muchas veces que el hombre las complete con obras suyas. Al instituir el matrimonio, Dios dio a los hombres la capacidad de participar, de algún modo, en la Obra de la Creación, por medio de la procreación. Nuestro Señor Jesucristo tuvo sufrimientos superabundantes en la Cruz para salvarnos, pero quiso dar al hombre la posibilidad de asociarse a esos padecimientos completando lo que era necesario por medio del sacrificio de cada uno. Este es el papel de la expiación, tesoro de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo. Pero, por otro lado, si bien Dios quiso que fuéramos Sus cireneos, también quiere ser nuestro Divino Cireneo. Él no es un extraño en nuestra vida, quiere entrar en ella, en nuestra vida personal, interviniendo a petición nuestra, ayudándonos tanto espiritual como materialmente.
Se trata de pedir, de rezar con confianza, de pedir gracias más y más abundantes. La Providencia acabará ayudándonos a comprender que, aunque haya tinieblas a nuestro alrededor y parezcamos abandonados por Dios, Él es un Cireneo que nunca se aparta de nuestro lado. Si deja que la cruz pese en nuestros hombros, es para nuestro bien, para que dé fruto nuestro sufrimiento.
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