19 de diciembre de 2019

URBANISMO

miércoles, 18 de diciembre de 2019


URBANISMO – 19/12/2019

Cuando en las miniaturas medievales consideramos una ciudad vista de lejos, se presenta de un modo enteramente diferente de la ciudad moderna.

La ciudad moderna tiene contornos imprecisos, irregulares, es como un tumor que se va extendiendo de aquí para allá y para más allá, de manera tal que en una cierta dirección ella ha crecido mucho, y en otra, existen aún parques que van hasta el centro.

La ciudad medieval nos da la impresión de una moneda bien acuñada. Ella estaba repleta de casas, en un recinto delimitado por una muralla y realzado por torres. El límite es definido y claro, más allá del muro, campo, dentro del muro, la ciudad. El muro es la aureola de la ciudad, que tiene a su alrededor una corona hecha de murallas, asegurándole la posibilidad de defenderse por sí misma y de mantener su autonomía.

Vista así en su conjunto, la ciudad da la impresión de una caja de tesoros. Porque lo que emerge de dentro de ella son cosas preciosas: las torres de las iglesias, las cúspides de las catedrales con los rosetones y los vitrales, las torres de uno u otro palacio, etc. Se diría que entre sus torres había una especie de competencia para alcanzar el cielo.

Las calles no correspondían mucho a las ideas del caótico e inhumano urbanismo moderno. Eran sinuosas, caprichosas, inesperadas, con peculiaridades singulares. Las casas no tenían numeración. Nada de anuncios inmorales, o de algo que pudiese ir contra las buenas costumbres.

Esas callejuelas están para las manzanas de nuestros días, cuadradas y cortadas en ángulo recto, más o menos como la caligrafía está para la mecanografía: la letra mecanografiada es irreprensible, la letra manuscrita muchas veces es irregular, incluso fea, pero tiene la expresión de un alma. Esos cuadriláteros urbanos, ¿qué expresan? Las almas de los hombres sin alma. 

En la imagen una miniatura del libro Las bellas horas del duque de Berry, del siglo XV, que contiene oraciones para los fieles en cada hora canónica del día.

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