27 de febrero de 2018
Las aldeas de Portugal más bonitas en la frontera con España
Hace 25 años hice un recorrido por pueblos con encanto portugueses que limitaban con España –cuando todavía existía frontera– y seleccioné varios, sobre todo de la región de Beira. He vuelto a hacer el mismo recorrido para comprobar que nuestros vecinos han sabido conservar su patrimonio con encomiable dedicación.
Son pueblos –aldeias– que fueron fundamentales en la historia de Portugal y sirvieron para fijar las fronteras con España. Algunos no llegan –en su casco histórico– a los cien habitantes, pero conservan murallas, castillos, capillas de ánimas (alminhas), fuentes manando siempre agua, iglesias de origen románico, casonas medievales... y gatos. Son tan pequeñas que cuando preguntas por un lugar te señalan con la mano: «Allí».
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La mejor entrada para recorrerlas es por la salmantina Ciudad Rodrigo. La primera es Almeida. Es una impresionante fortaleza (llegó a ser la segunda en importancia de Portugal después de Elvas). Los actuales baluartes son del XVII, aunque en principio fue castillo musulmán o leonés. Se pueden hacer recorridos turísticos en calesa y en su interior hay un Museo Histórico Militar.
Cerca quedan Castelo Mendo, Castelo Novo y Castelo Rodrigo, que hacen todas honor a su nombre. El primero (en su casco antiguo solo viven 50 habitantes) conserva cinco puertas, la principal flanqueada por dos verracos de pìedra que hablan de su origen celta. También un pelourinho (picota), hecho de una sola pieza. Desde lo alto del castillo hay una buena panorámica con España al fondo. En cuanto a Castelo Novo, también con una bella picota manuelina, conserva una langariça, antiguo lagar de pìedra donde se pisaba la uva y que es único en Portugal, y la devocion más importante de la región: el Cristo de la Misericordia. Castelo Rodrigo muestra inscripciones hebraicas en las paredes, ventanas manuelinas y un pelourinho que es monumento nacional. Dependía del Reino de León tras la conquista a los árabes y en 1297 se hizo portugués por el Tratado de Alcañices.
Marialva no llega a los 50 habitantes, aunque llegó a tener 3.000. Todo el pueblo estaba dentro de la fortaleza y salieron fuera de las murallas hace poco más de cien años. Es la fortaleza mejor conservada.
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Monsanto tiene 6.000 años de antigüedad y es el más conocido de toda la Beira (en el casco historico solo viven 80 personas). Sus pesadas rocas, colgadas sobre las casas del pueblo, parecen desafiar la gravedad. Junto al castillo hay cazoletas prehistóricas, pero por aquí pasaron romanos, visigodos, árabes y templarios medievales, dejando todos su huella. De aquí son las marafonas, muñecas sin rostro que es costumbre regalar en la noche de boda a los novios.
Una ruta de senderismo lleva hasta Sortelha, aldea medieval abrazada a su castillo, todo rodeado por una muralla... y donde hay más gatos que habitantes.
Un corto paseo lleva a Idanha-A-Velha (la antigua Egitania) con 79 habitantes), olivos centenarios e impresinantes ruinas de una ciudad romana cuyas piedras sirvieron para levantar casi todos los efidicios y que conserva de aquellos tiempos parte de una gran muralla. Destaca un museo con cientos de estelas funerarias. Su llamada «catedral» fue templo suevo y mezquita árabe.
Y llegamos a Belmonte, el más turístico, con miliarios romanos reutilizados en porches y un museo de los Descubrimientos (de aquí era Pedro Alvares Cabral, descubridor del Brasil) y un museo judío (aquí viven más de un centenar de descendientes de judíos sefarditas y en las jambas de las casas quedan cruces que señalaban que eran conversos). Merece una visita la iglesia de Santiago, con una piedad del siglo XIV.
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