10 de octubre de 2017

ESPAÑA ANESTESIADA , AMORDAZADA, EXTRAVIADA .... Parte III La psicocirugía revolucionaria en cámara lenta

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Parte III

La psicocirugía revolucionaria en cámara lenta


Tres operaciones de efectos reversibles y una  nueva vía revolucionaria...

·      Se desvencijan las estructuras del Estado sin desmontarlos todavía. (Sistema jurídico institucional – autonomías – Corona)

·      Corrosión de las instituciones en la sociedad (Propiedad – familia – educación).

·      Transformación “lúdica” de las mentalidades. (Ambientes – costumbres – cultura y civilización).

… que conduce a una sociedad disgregada autogestionaria, sin Dios ni ley.

 Sección segunda:
En un primer paso, desvencijar las estructuras del Estado sin desmontarlo

Capítulo 8 - 1er. parte

¿Unión de Repúblicas Autogestionarias Ibéricas?

La utilización del problema autonómico como instrumento para la demolición del Estado español


Como en un rompecabezas, a medida que se encuentra el lugar de cada pieza revolucionaria, aparece, poco a poco, la figura de la nueva sociedad hacia la cual se pretende empujarnos. Detengámonos en el análisis de otro elemento de la asombrosa pero tranquila revolución presidida por el PSOE: la incipiente disgregación político-administrativa del Estado.

I — El regionalismo —considerado hasta ayer por los revolucionarios como manifestación de atraso— está de moda. ¿Qué ha cambiado?


La tendencia centralizadora que caracterizó a las monarquías absolutas en la aurora de los Estados modernos, dio comienzo a un proceso uniformador de las legítimas peculiaridades regionales de cada nación, considerado por muchos historiadores como revolucionario. Tras la victoria y expansión de las ideas de la Revolución Francesa, las corrientes laico-liberales primero y las socialistas más tarde, fueron mucho más allá en su hostilidad al sano regionalismo. Siempre lo condenaron como una manifestación de apego trasnochado al terruño y a tradiciones caducas. Cada una de estas corrientes, a su modo, no se cansó de presentar al regionalismo como una ridícula cerrazón a los valores universales, como una rémora que la industrialización debería vencer, liberando a los pueblos atrasados de esas gangas medievales y abriéndolos a las vías del progreso cosmopolita que acabaría homogeneizando a todas las naciones.
La idea de un supergobierno mundial, asumiendo la dirección de todos los países redimidos por la técnica y la ciencia, y fundidos en una gran república universal, brillaba tanto en el horizonte de los liberales utópicos como de los socialo-comunistas*. Dentro de este afán internacionalista llegó a surgir un proyecto de idioma común para todos los hombres: el esperanto.

* En los últimos años, hasta en los medios de la Unión Mundial Demócrata Cristiana se ventilan proyectos orientados a la construcción de una república universal. Como muestra, puede leerse un documento de trabajo, elaborado en 1975 por la Comisión Ideológica Mundial de la entidad, de la cual formaban parte el entonces presidente de Venezuela, Luis Herrera Campíns y el secretario general de la Organización Demócrata Cristiana de América, Arístides Calvani, también alto dirigente de la DC venezolana.
"La única comunidad, a nuestro juicio, capaz de realizar las exigencias del orden internacional, es decir, la paz y el desarrollo solidario de todos los seres humanos, no puede ser sino la comunidad mundial. Hoy, se abre, por primera vez la perspectiva de su posible realización. La inmensidad misma de las tareas a cumplir, el aspecto gigantesco de las inversiones materiales y humanas, vuelven insuficientes los marcos nacionales. Bajo numerosos aspectos —transportes intercontinentales, espacio, etc.— la rivalidad entre bloques resulta ruinosa. Igualmente problemas del desarme controlado y de la cooperación al desarrollo del Tercer Mundo, piden, desde ya, la disposición necesaria para abrir a la humanidad en épocas futuras hacia la idea profética de un gobierno mundial. Debemos pues concebirlo como un objetivo supremo y aproximarnos a él en toda oportunidad que esto se revele posible" (Lineamientos generales para un proyecto de sociedad in "Informe ODCA", agosto de 1975, pp. 69-70).
La Internacional Socialista, de la cual el PSOE es miembro y Felipe González vicepresidente, afirma en su Declaración de Oslo de 1962: "El fin último de la Internacional Socialista es nada menos que un Gobierno mundial" (Julius BRAUNTHAL, Geschichte der Internationale, t. 3, p. 645). En esta perspectiva debe entenderse la propia política europeísta del PSOE, así formulada por Felipe González y Alfonso Guerra: "Una España democrática no puede estar ausente de la constitución de una unidad europea, capaz de superar caducos nacionalismos y de proporcionar un marco político-económico para el desarrollo del socialismo. El objetivo del proceso de unidad europea debe ser una Europa democrática y socialista" (GONZÁLEZ, Partido Socialista Obrero Español, p. 126).
El Gobierno mundial, con la supresión de todas las patrias, siempre ha sido una meta del comunismo. Por ejemplo, el Estatuto de la Internacional Comunista, aprobado en 1920, decía: "La Internacional Comunista coloca como meta: luchar con todos los medios, incluso con las armas en la mano, por el derrocamiento de la burguesía mundial y por la creación de una república universal soviética, como etapa de transición rumbo a la total destrucción del Estado" (Die Statuten der Kommunistischen Internationale, apud Julius BRAUNTHAL, Geschichte der Internationale, t. 2, pp. 553-554).

Súbitamente, este cuadro sufre una modificación fundamental. Los grandes reflectores de la publicidad iluminan las olvidadas reivindicaciones regionalistas. La cuestión se discute, se agita, se vuelve candente y pasa a formar parte de los programas revolucionarios de vanguardia, así como de las preocupaciones de los oportunistas. Los internacionalistas liberales y los socialo-comunistas aparecen dándose la mano en el afán común de defender las minorías étnicas y culturales, sus lenguas, su folklore, sus derechos regionales. Hasta los grupos de rock duro empiezan a cantar en vernáculo, mezclando en sus cacofonías los vivas al separatismo con los mueras al Estado [1]. Como por arte de magia, una enorme transformación se ha operado*.
Después de una larga espera histórica en la que las regiones fueron comprimidas en moldes uniformadores, resulta explicable que sobreviniese un movimiento en sentido contrario y el regionalismo resurgiese. ¿Es sólo eso lo que está sucediendo?
Sin embargo, esto no lo explica todo. Tanto más cuando se asiste hoy en día a un paulatino menguar de todas las diferencias entre pueblos, culturas, doctrinas y regímenes, que mina también el vigor de la vida regional.

* Claro está que la izquierda internacionalista ya intentó apoderarse, en el pasado, de la bandera política del regionalismo, en una nación como la nuestra, donde la identidad histórica y cultural de las regiones tiene indudable consistencia. El fenómeno al que aludimos tiene un matiz nuevo. No se {rata de atender legitimas aspiraciones de tal o cual región. Por el contrario, es una ola de propaganda y de prestigio variopinta en favor de las minorías étnico-culturales que súbitamente se convierte en vanguardia del proceso revolucionario. Así lo expresa el celebrado sociólogo postsocialista Alain Touraine, teniendo especialmente en vista el panorama de su país, Francia: "Antaño, en Bretaña sobre todo, pero también en la Provenza de los felibres, el regionalismo era conservador, incluso reaccionario. Hete aquí que súbitamente se torna contestatario, viólenlo o revolucionario: es preciso calibrar debidamente ese cambio. Durante mucho tiempo las izquierdas han abogado en pro de la liberación con respecto a las tradiciones, a los particularismos, al poder de los notables, a las hablas regionales. La luz de la razón barrería las tinieblas de los prejuicios y de las creencias irracionales, y la civilización ocuparía el lugar del salvajismo primitivo. La izquierda estaba en el sentido estricto progresista, en lucha con una derecha que defendía las tradiciones y las creencias. La escuela de la república enseñaba a los niños a preferir lo general a lo particular; les ayudaba a abandonar los horizontes limitados en los que había crecido y a acudir a la urbe y a ponerse al servicio del Estado, de sus leyes y de sus principios inmortales. (...) Pero, bruscamente, los valores cambian de signo. Lo que era habla regional vuelve a ser lengua; lo que era tradicionalismo vuelve a ser identidad. El nacionalismo, valor supremo de las derechas, se convierte en el estandarte de los movimientos y de los Estados anticolonialistas" (El postsocialismo, pp. 126-127).

1- El sano regionalismo, condición de autenticidad y grandeza de España, supone una verdadera catolicidad

Los integrantes de TFP-Covadonga siempre hemos considerado con mucho respeto y simpatía el deseo de las diversas partes de España de conservar sus entrañables peculiaridades. Sin entrar en el tema de las múltiples y complejas reivindicaciones de cada región —lo cual desbordaría los límites de este estudio—, debemos decir que nunca hemos visto en el auténtico regionalismo un obstáculo al verdadero progreso, ni un factor de desintegración de España. Todo lo contrario. Es una condición de autenticidad y progreso del propio ser nacional.
Entre el individuo y el Estado debe existir una gama intermedia de organismos sucesivos e interrelacionados, unos atendiendo las necesidades particulares de individuos, grupos, municipios y regiones, otros atendiendo las exigencias generales del conjunto. Esto constituye un intercambio armónico de movimientos centrífugos y centrípetos en relación a la nación y al Estado. Del equilibrio de tales movimientos proviene el bien general de la sociedad, sea en el plano material, sea en el plano psicológico, moral, socio-político o cultural. En este entrecruzamiento orgánico, que protege al individuo ante el Estado y le permite expandirse normalmente, la región ocupa un puesto clave. Es el ámbito natural y proporcionado, que permite a individuos y familias desarrollar su existencia en planos sucesivamente más amplios, desde el local al nacional. Es así como, entrañados en el quehacer cotidiano, mantenidos por la tradición familiar, surgen los usos y cos­tumbres, el arte, la cultura, la fisonomía local. La afirmación regional representa un bien precioso para toda la nación.
Del mismo modo, consideramos que la conservación de la fisonomía de las naciones es condición para mantener el equilibrio y la armonía del conjunto de las mismas. En sentido contrario, el internacionalismo socialista —como hemos visto— pretende la formación de una República Universal, que implicaría en la muerte de todas las naciones, lo cual llevaría, a su vez, a la desintegración de la auténtica vida internacional.
El progreso armónico de una nación, así como el del conjunto de las naciones, no parte, pues, de la destrucción de lo regional o lo nacional, sino del pleno y legítimo desarrollo de las características peculiares de la vida individual y social en cada uno de esos ámbitos.
Así por ejemplo, es innegable que la riqueza y vigor de espíritu de ciertas regiones como Cataluña y Vascongadas, que conservaron más vivas sus peculiaridades histórico-culturales, ha tenido una parte relevante en el engrandecimiento de España, tanto en el terreno religioso como en el militar, cultural, económico, etc. Esas regiones —junto con Navarra y Galicia— son acreedoras de la gratitud de las demás porque impidieron que en España se durmiese el anhelo regionalista.
Sin embargo, como acontece con cualquier riqueza del alma humana, no es sólo para el bien que pueden ser aprovechados el vigor de temperamento y el espíritu de iniciativa. De éstos también pueden servirse las fuerzas interesadas en la discordia y la disgregación. Es aquí donde aparece la especial responsabilidad de Cataluña y Vascongadas en el momento presente.
La cuestión, que no es difícil formular en teoría, es compleja en la práctica. Es innegable que por razones históricas, sobre todo a partir de la constitución de España como Estado nacional, se acumularon falsos dilemas, tensiones, reacciones y contrarreacciones entre los gobiernos centrales y las regiones. Todo ello dificulta de algún modo la adecuada solución de los problemas regionales. Sobre todo cuando dicha solución tiene que pasar necesariamente a través de un contencioso difícil de ajustar: permanencia de derechos forales, cuestiones de lenguas y de cultura, delimitación de competencias administrativas, atribuciones económico-financieras, etc.
Por otro lado, sería un grave error querer solucionar esta delicada cuestión sin tomar en cuenta la crisis de fondo religioso y moral que se manifiesta de modo muy particular en las tendencias revolucionarias, libertarias e igualitarias más en boga hoy en día. Puede aplicarse aquí lo que el gran pontífice León XIII decía respecto de la cuestión social: se equivocan los que piensan solucionarla sin comprender que, ante todo, envuelve una cuestión moral y religiosa*.

* Enseña León XIII: "Algunos opinan, y es opinión bastante extendida, que la llamada cuestión social es solamente económica, siendo, por el contrario, totalmente cierto que la cuestión social es principalmente moral y religiosa" (Graves de communi, 18-1-1901, § 10)
En el mismo sentido leemos en Pío XII: "La cuestión social, amados hijos, es, sin duda, también una cuestión económica, pero mucho más una cuestión relacionada con la ordenada reglamentación del consorcio humano, y, en su sentido más profundo, una cuestión moral y, por lo mismo, religiosa" (Alocución a los jóvenes de Acción Católica Italiana, 12-9-1948, § 16).

Si la vivacidad con que se afirma la identidad regional no se templa con la fuerza serena emanada de la caridad cristiana, del sentido de la justicia, de la interpretación imparcial de la historia y de la vigilancia necesaria contra la acción corrosiva del fermento revolucionario, en lugar de un progreso armónico se puede provocar una demolición de consecuencias imprevisibles.
Cuando el curso de los acontecimientos permite que se comience a atender a aspiraciones regionales anheladas durante largo tiempo, la adecuada solución del problema debe quedar naturalmente en las manos de los líderes naturales de las regiones, los cuales no deben olvidar que para alcanzarla es necesaria una auténtica catolicidad.

2-  La cuestión Gobierno central-regiones y la revolución de nuevo estilo

Entremos ahora en la médula del asunto desde la perspectiva en que nos hemos colocado: la utilización de la tensión regionalismo-centralismo como instrumento de la revolución socialista de nuevo estilo.

a) En un contexto de detracción contra la catolicidad de España.— Lamentablemente, en vez de presenciar esfuerzos para realzar o por lo menos preservar los valores religiosos, morales, culturales y psicológicos que hicieron la unidad católica y la grandeza de España, asistimos a una campaña ecumenista promovida desde diferentes cuadrantes ideológicos para denigrar a los héroes y glorias de la Hispanidad*. Todo está siendo puesto en tela de juicio, con saña meticulosa, para disociar a los españoles de su herencia histórico-cultural común.

* Para comprender cabalmente el efecto que puede tener esta acción que denigra la catolicidad, debe considerarse no sólo lo que al respecto registramos en el capítulo 3, sino también la oleada de sacrilegios y blasfemias que inunda el país y de las cuales trataremos en el capítulo 15.

“Instrumentalización” del regionalismo
Las corrientes laico-liberales primero, y las socialistas y comunistas después, siempre condenaron el sano regionalismo como una manifestación oscurantista y primitiva de apego al terruño y a las tradiciones caducas.
Súbitamente, los grandes reflectores de la publicidad iluminaron las olvidadas reivindicaciones autonomistas…
La táctica ha cambiado. Se trata, ahora, de incluir a las "minorías étnicas" dentro del conjunto de movimientos sociales y culturales anarquizantes puestos en marcha a partir del mayo de 68 francés, transformándolos poco a poco en una fuerza de disgregación del mismo Estado.
Sin embargo, muchos medios informativos y dirigentes políticos analizan el ajuste de las relaciones Gobierno central-regiones como si no existiese una campaña constante para producir la implosión de la unidad espiritual de España. De este modo, ocultan a la opinión pública los verdaderos riesgos que se corren y contribuyen a mantenerla en el sopor.
A este propósito, es oportuno recordar la lúcida advertencia formulada por Menéndez Pelayo refiriéndose a la unidad católica de España: "Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas.'' [2]

b) Un terreno fértil para disgregar la sociedad y el Estado.— Por otra parte, no es difícil comprender que, quien quisiera trabajar en una obra de disgregación de la sociedad y del Estado, obtendría grandes ventajas introduciendo fermentos de exasperación, intolerancia y odio dentro de este problema ya de suyo complicado.

c) Hay quien tiene como programa esa disgregación.— Ahora bien, como vimos al situar la posición del PSOE en el contexto socialista mundial, los teóricos revolucionarios más en foco empezaron a considerar las tensiones regionalistas en el seno de los Estados unitarios, como uno de los principales factores para actualizar el concepto de lucha de clases. Es decir, se trata de incluir el regionalismo en el conjunto de los movimientos sociales y culturales anarquizantes puestos en marcha en el mundo entero a partir del Mayo del 68 francés. Para ello es necesario insertar paulatinamente los contenciosos y aspiraciones regionalistas dentro de un flujo de tensiones de tono revolucionario, que comienzan manifestándose contra los excesos del centralismo estatal y se transforman poco a poco en un rechazo de la propia noción del Estado [3].

II — Un proceso de destino incierto: las autonomías


Cuando llegó la hora de elaborar la Constitución del consenso, una de las cuestiones fundamentales a ser reglamentada era naturalmente la de los derechos regionales.
Como en casi todos los otros grandes temas, en el pacto ecuménico entre las fuerzas ideológicas, políticas y religiosas que inspiraron el texto constitucional, aparecen aquí también lagunas, indefiniciones y contradicciones*. Es decir, se creó el marco constitucional ideal para las marchas y contramarchas que podrían realizar, según las reacciones de la opinión pública, las fuerzas empeñadas en el desmantelamiento del Estado.

* Al respecto dice el jurista García de Enterría: "El enigma del origen de la idea descentralizadora en 1975 y de su aceptación general en 1978 parece admitir explicaciones predominantemente psicológicas. (...) Que ellos mismos [los constituyentes] carecían de grandes seguridades sobre el resultado de la opción que adoptan [la descentralización], se trasluce en la ambigüedad de la que no acertaran a salir al redactar el Título VIII de la Constitución referente al tema. Se entra, en cierto modo, en tierra incógnita. La adopción del sistema de Estatutos regionales (...) permitió remitir el perfil final del sistema, que apenas se entrevé, al momento ulterior de aprobación de dichos Estatutos. (...) Este mecanismo (...) permitió a la Constitución un cierto grado de indeterminación." Prosigue el conocido especialista: "Hizo posible que se llegase (...) finalmente al inesperado consenso (...) en el que se unen partidos nacionales de todas las tendencias y (...) los partidos nacionalistas." Y concluye: "De este modo los españoles nos hemos encontrado dentro de una opción radical, y no obstante, propiamente hablando, desconocida en su alcance real. La fórmula parece haber sido la napoleónica: 'on s'engage et puis on voit'" (El futuro de las autonomías territoriales in GARCÍA DE ENTERRIA y otros, España: un presente para el futuro, vol. 2, pp. 102-103).
Sobre el mismo tema, observa Jesús González Pérez, catedrático de derecho administrativo: "La Constitución que había que interpretar y hacer respetar a los distintos órganos del Estado y a las Comunidades autónomas era una Constitución fruto del 'consenso' entre las concepciones políticas más dispares, informada por principios a veces contradictorios y forzosamente ambigua al regular temas fundamentales. (...) No es de extrañar, por tanto, que a la hora de legislar sobre temas básicos y al delimitar las competencias del Estado y de las Comunidades autónomas no se sepa qué es lo que quiso decir la Constitución. Y, lo que es más grave, que no existan unos principios generales definidos que permitan orientar la labor interpretativa" (El Tribunal Constitucional in "ABC", 22-1-1986).
Julián Marías, ex senador constituyente, advierte sobre un aspecto capital de esta cuestión: "La Constitución de 1978 incluía el establecimiento de Estatutos de Autonomía (...) de todas las regiones españolas, algunas de las cuales empezaron a llamarse, con expresión ambigua 'nacionalidades'. Esta denominación fue finalmente incluida en la Constitución. Me pareció desde el primer momento un error lingüístico, histórico y de seguras consecuencias políticas inconvenientes" (España inteligible, pp. 385-386).
Ver también, en el mismo sentido, Sergio Vilar, Autonomías y proyecto común in "Ya", 17-8-1986.

1- Dar la espalda a la catolicidad como principal factor de unión

El consenso ecumenista que presidió la elaboración de la Constitución pareció querer institucionalizar, discreta pero efectivamente, el agnosticismo al abandonar oficialmente la catolicidad, que ha sido el más poderoso factor de unión entre las regiones. En la medida en que lo permitía el momento social en que fue elaborado, el texto constitucional acabó refrendando implícitamente el proceso de disociación de los españoles con lo más característico de su historia y de su ser nacional. Este avance laicista, aunque no tenga una relación inmediata con la descentralización del Estado, proyectó una sombra sobre el proceso autonómico.

2-  Las potencialidades unificadoras de la Corona, desaprovechadas

Si en el plano más profundo, la causa de la unidad de las distintas regiones de España corresponde fundamentalmente a la comunión en la misma fe católica, de manera más concreta la Corona está naturalmente llamada a ser un elemento incomparable de equilibrio centro-regiones. Una República en la que los presidentes fuesen alternativamente de las distintas regiones de España, conduciría fácilmente a todo tipo de tensiones y discor­dias. En una Monarquía hereditaria, en cambio, el Rey no pertenece a ninguna región. Puede decirse que su territorio es la concordia entre todas las regiones, facilitando la solución dinámica y coordinada de los contenciosos. En este sentido, podemos decir que todo Rey de España es un Rey de la concordia.
Sin embargo, como veremos más detalladamente en el próximo capítulo, la Constitución fue también ambigua al definir las facultades efectivas de la Corona. El Gobierno socialista, por su parte, se encargó de hacerlas todavía más difusas. Así, las potencialidades integradoras de la Monarquía han sido indolentemente desaprovechadas por los artífices del consenso, que parecen haber querido socavar las garantías de solidez del propio edificio que construyeron.

3-  Nuevamente, las ambigüedades de la Constitución

Como en tantos otros puntos, en la grave y delicada cuestión del reconocimiento institucional de las regiones los artículos de la Constitución permiten las más variadas y contradictorias interpretaciones.

a) Nación y nacionalidades.— El artículo 2 del Título Preliminar de la Constitución, comienza por realzar "la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles", y al mismo tiempo reconoce "el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones" que la integran. ¿Qué quiso decir la Constitución en este artículo? Aunque parezca absurdo, no se sabe exactamente. Los especialistas lo discuten [4].
En efecto, resulta difícil evaluar con precisión cuál es el tipo de relación que se quiso establecer entre la "nación española, patria común" y las "nacionalidades", sobre todo teniendo en cuenta que los constituyentes omitieron lisa y llanamente definir dichos términos. Analicemos más de cerca el tema. El concepto de nación se distingue del concepto de Estado. Puede haber una nación que no haya llegado a adquirir la forma de Estado. En el sentido corriente del término, consignado en el diccionario de la Real Academia como primera acepción, nación es "el conjunto de los habitantes de un país regidos por un mismo gobierno". Cuando una nación alcanza su madurez, es normal que tenga un gobierno soberano y se organice políticamente en Estado. Ahora bien, el concepto corriente de nacionalidad es el de "condición y carácter peculiar de los pueblos e individuos de una nación". Es decir, la nacionalidad de los pueblos e individuos de España es la española y en tal sentido usa el término el artículo 11 de la Constitución. No fue éste el sentido al que el texto quiso aludir en el artículo 2, una vez que habla en plural: "nacionalidades". ¿Qué entendieron entonces los constituyentes por el vocablo nacionalidadescolocado junto con regiones?
Es evidente que la Constitución alude así a ciertas regiones de España con una identidad histórico-cultural y política más definida, como por ejemplo Cataluña, Vascongadas y Galicia, aunque prefiere no mencionarlas, dejando abierta la posibilidad de que todas se candidaten a pertenecer a esa categoría. Pero esto no resuelve la increíble imprecisión con la que se redactó el articulado. El término nacionalidades usado en dos sentidos en el mismo texto constitucional: condición y carácter peculiar de los habitantes de España (art. 11), y denominación de ciertas regiones no especificadas y que, al parecer, estarían a medio camino entre la nación y las regiones pro­piamente dichas (art. 2). Ambivalencia sorprendente, cargada de sugerencias, quizá de contradicciones y, en todo caso, de riesgos.
¿Cómo explicar su consagración constitucional? ¿Por qué se ha introducido el término nacionalidaden su segundo sentido? Parece que con ello se quiso acoger la opinión de algunos sectores constituyentes, aunque no de un modo tan claro que otros se vieran obligados a rechazarla. Dicha opinión puede resumirse así: existen en el territorio español regiones que deben ser consideradas como casi naciones o naciones y que, por circunstancias históricas, no han llegado todavía a su plena personalidad política o no han conseguido que se la reconociesen. Así, los constituyentes, o por lo menos algunos, habrían usado la ambivalencia para no definir la cuestión. Serían las contradicciones dialécticas y dinámicas de la Constitución a las que se refirió Rodríguez de la Borbolla y que permiten las evoluciones futuras sin romper formalmente la legalidad... [5].
Ahora bien, es precisamente esta acepción del término nacionalidades la que se abría camino en las vísperas de la elaboración de la Constitución, no sólo en ciertos medios nacionalistas vascos y catalanes sino en el propio PSOE*. Y la expresión entró en el artículo 2 del texto constitucional no sólo por presión de dichos sectores nacionalistas, como se acostumbra a decir, sino también por iniciativa de la representación socialista en la comisión redactora de la carta fundamental * *.

* En efecto, esta peculiar acepción del término nacionalidades es precisamente la que en 1977 se exponía en el libro La alternativa socialista del PSOE, escrito por especialistas de dicho partido reunidos en el Equipo Jaime Vera: "El término nacionalidad expresa la existencia, en una comunidad humana caracterizada por determinados hechos diferenciales (etnia, historia común, idioma, territorio, espacio económico, cultura, etc.), de una voluntad, asumida por una clase o un bloque de clases sociales, de transformar la estructura del poder político estatal. (...) El término nación, expresa en relación con el de nacionalidad, la realización de aquel proyecto, es decir, la existencia de un poder político pleno que se traduce en el ejercicio cotidiano del derecho de soberanía" (Baltasar Aymerich, La transición al federalismo in EQUIPO JAIME VERA, La alternativa socialista del PSOE, p. 41).
** Según el propio ponente socialista en la comisión redactora, Gregorio Peces-Barba, el texto redactado por el PSOE para el artículo segundo, al cual "se adhirieron posteriormente los ponentes Roca y Solé Tura", decía: "La Constitución se fundamenta en la unidad de España, la solidaridad entre sus pueblos y el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran" (Gregorio PECES-BARBA, Los socialistas y la Constitución in La izquierda y la Constitución, pp. 12 y 13).

Y eso no es todo. Dentro de la perspectiva del PSOE —que se había pronunciado oficialmente por el federalismo en su XXVII Congreso de 1977*— la condición de nacionalidades así concebida, no debería limitarse a Cataluña, Vascongadas y Galicia. Tendría que ser vista como una condición abierta a las regiones restantes —las regionalidades— para que, debidamente concienciadas, éstas se transformasen igualmente en nacionalidades**.

* El mismo Peces-Barba declara que la ponencia socialista relativa al artículo segundo, así como a los otros aspectos del problema autonómico, estuvo orientada por el propósito "de llegar al máximo en este terreno en aproximación a la idea del Estado Federal, aprobada en el XXVII Congreso del PSOE y también querida por Socialistes de Catalunya"   (PECES BARBA, La izquierda y la Constitución, p. 12).
** En el ya citado libro publicado por el Equipo Jaime Vera, se lee: "Asumimos el planteamiento de toda una corriente de pensamiento que define a España como nación compuesta, no sólo de nacionalidades, sino que debe incluir también a las regionalidades diferenciadas." Respecto a las regionalidades: "En nuestra perspectiva se trata, tal como hemos afirmado, de unidades territoriales que, en su mayor parte, eran nacionalidades que fueron perdiendo esta identidad en el proceso de creación y consolidación de un Estado moderno, de corte autoritario y centralista. Sin embargo, como cada una de estas áreas conserva unos rasgos diferenciales suficientemente específicos (...) sería posible, en un contexto democrático y a través de una acción políticamente favorable, la recuperación de una identidad aniquilada por la obsesión uniformista del centralismo (...)
"Este nuevo enfoque indica que la diferenciación entre nacionalidad y regionalidad varía en el tiempo, en el sentido de que la dinámica política futura puede, a través de un apoyo firme al proceso de lucha contra el centralismo, reforzar la conciencia política de ambos tipos de entidades hacia posturas semejantes" (Baltasar Aymerich, Transición al federalismo in EQUIPO JAIME VERA, La alternativa socialista del PSOE, pp. 48, 49-50).

Cabe destacar también, que dos años antes de elaborarse la Constitución, el Gobierno de la UCD ya había acordado, fuera de los marcos jurídicos vigentes, un pre-estatuto autonómico para Cataluña y Vascongadas. Lo cual significó en la práctica un límite a la libertad de los constituyentes para legislar sobre la materia. Y al mismo tiempo, puesto el clima emocional creado en torno al tema, los estatutos Vasco y Catalán aparecieron como un modelo inicial de autonomía al que debían aspirar los dirigentes políticos para sus respectivas regiones. Es decir, todas deberían transformarse en nacionalidades...
Lúcida advertencia
Menéndez y Pelayo refiriéndose a la unidad católica de España dijo:“Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas.”
Gregorio Peces-Barba (al lado), representante socialista en la Comisión redactora de la Constitución, afirmó claramente que el propósito de su partido en la cuestión de las autonomías fue aproximar al máximo el Estado español al federalismo autogestionario propugnado en el XXVII Congreso del PSOE.
Los ponentes del texto constitucional: Manuel Fraga, Miguel Roca, Peces-Barba, Gabriel Cisneros, Pérez Llorca, Miguel Herrero, Solé Tura.
Las diversas corrientes que participaron en la elaboración de la Constitución de 1978 pusieron en marcha un proceso autonómico confuso y de límites poco claros.
¿Tenemos entonces algunas naciones a camino de su plenitud política —y varias regiones que pueden llegar a la misma situación— conviviendo dentro de la nación española, "patria común e indivisible"de todos los españoles? ¿Cuál es el sentido exacto de todo esto y a dónde conduce?
No podemos suponer que los autores de la Constitución se confundieron en el uso de vocablos jurídicos y en las complejidades políticas del problema.
Por otra parte, está claro que no quisieron recurrir al modelo estrictamente regionalista, ya experimentado en Europa, como fue el caso de Italia después de la Segunda Guerra.
Por respeto a su idoneidad intelectual es forzoso reconocer que quisieron poner en marcha un proceso que va mucho más allá de la corrección de los excesos del Estado centralista*.

* Hablando sobre el trabajo hecho por los constituyentes de1978, el académico Gonzalo Fernández de la Mora señala que "no sólo se fragmentó la unidad del Estado, se atomizó también la unidad nacional, introduciendo el concepto de 'nacionalidades', que algunos catalanes, vascos, gallegos, etc. han convertido en sinónimo de nación (...) Hoy la conciencia política de nacionalidad es tendencialmente separatista (...) Se identifica 'nación' con patria; pero son dos conceptos distintos y extraordinariamente problemáticos (...) Esta serie de despropósitos lingüísticos deja sin explicar lo que la Constitución entiende por España, cosa que no se declara jamás en el articulado (...) ¿Qué es una nacionalidad? La máxima innovación verbal y conceptual de la Constitución queda en la penumbra (...) ¿Cuáles son los requisitos de una 'nacionalidad'? Absoluto silencio constitucional. ¿Cuántas son las 'nacionalidades'? Silencio no menos completo (...) El artículo dice que la nación española es indivisible pero consta de varias nacionalidades; luego una nacionalidad no puede ser una nación. Sin embargo, líderes catalanes, vascos y otros han afirmado que sus respectivas regiones son naciones y no se les ha declarado inconstitucionales (...) En vez de España se habla del Estado español (...) rampa de lanzamiento, primero, de los nacionalismos, luego, del antiespañolismo y, finalmente, del cantonalismo" (Gonzalo FERNANDEZ DE LA MORA, Los errores del cambio, pp. 82, 84, 108-110).

b) El término "autonomías".— En el mismo sentido se inscribe el uso del término autonomías o la expresión comunidades autónomas para referirse a los derechos y condiciones a que pueden acceder las nacionalidades y regiones.
El término autonomía, que ha tenido un uso de corte tradicional por parte de antiguas corrientes regionalistas, ya había sido utilizado con alcances restrictos para otorgar un estatuto excepcional, primero a Cataluña y después a las Vascongadas, durante la II República. Pero los especialistas reconocen que el actual modelo autonómico carece de precedentes históricos [6].
Por otro lado, dicho término ha sido utilizado fuera de España para designar la última etapa del proceso establecido por las potencias coloniales para conceder independencia total a sus antiguas posesiones.

c) Las competencias de las comunidades autónomas.— Cuando llegó el momento de definir las competencias de las comunidades autónomas, los autores de la Constitución echaron nuevamente mano de la imprecisión y de la ambigüedad. Todos reconocen que el Título VIII, que regula dichas competencias, se presta a interpretaciones diversas, incluidas las separatistas. Así, por ejemplo, dirigentes nacionalistas vascos y catalanes consideraron, a la hora de elaborar los estatutos de sus comunidades autónomas, que el traspaso de competencias prácticamente no tenía límites. Tal interpretación, que transformaba el Estado en una entidad virtualmente decorativa en relación a las autonomías, fue incluso refrendada por declaraciones del vicepresidente del Gobierno (entonces de la UCD), quien reconoció que las autonomías no tenían techo constitucional [7].
Por otra parte, al margen de las facilidades reconocidas a Cataluña, a las Vascongadas y a Galicia como regiones históricas, los estatutos de autonomía fueron siendo otorgados, de acuerdo con la Constitución, a todas las regiones de España. Hoy la diferencia entre nacionalidades y regiones se diluye en la práctica, de modo que todas las autonomías podrán ser ca­lificadas como nacionalidades.
Cabe hacer notar también que el poder para revocar los estatutos de autonomía ya no radica en las Cortes soberanas, puesto que para modificarlo o anularlo se requiere el consentimiento de la respectiva comunidad autónoma.
Otro aspecto de la actual división autonómica que llama la atención, es la atomización sufrida por la región que antaño fue un poderoso factor de unidad de España: Castilla. Vinculada desde antiguo a León, ha sido subdividida en cinco comunidades autónomas: Castilla-León, Castilla-La Mancha, Cantabria, La Rioja y Madrid [8].

d) Un autogobierno sin límites definidos.— Pero hay más. Los estatutos autonómicos fueron promulgados y puestos en práctica antes de que fueran reglamentadas sus competencias*.
Todas las posibilidades quedaron así deliberadamente abiertas.
Es decir, tanto el Gobierno de la UCD como las diversas corrientes que participaron en la elaboración de la nueva institucionalidad —entre ellas, de un modo relevante, el PSOE como fuerza política en ascensión— rechazaron de plano los modelos clásicos de descentralización político-administrativa estrictamente regionalista. Por el contrario, pusieron en marcha un proceso de autogobierno confuso y sin límites definidos, que podrá llegar —conforme las presiones o los acontecimientos políticos— a cualquier término.

* Es cierto que a posterior hubo el intento de hacer aprobar una Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA) que llenase de algún modo los vacíos constitucionales. Pero, como bien comenta Martínez Esteruelas: "Evidentemente, una vez promulgados los estatutos y puestos en marcha los sistemas políticos respectivos, se hacía más y más difícil la viabilidad de una ley de esta naturaleza. La respuesta de la realidad ha sido contundente. Así lo testimonia el fracaso de la LOAPA" (in ABELLA, España, 10 años después de Franco, p. 52).

e) Hacia un federalismo abierto a todas las posibilidades.— No faltarán quienes argumenten con aires de superioridad: "Los constituyentes establecieron un sistema de descentralización, el de las autonomías —con algunos errores y ambigüedades es verdad— que no es sino una etapa en el camino hacia una España federal. Esto no debería asustar a nadie, una vez que el sistema federal funciona sin problemas en países occidentales como Alemania Federal, Suiza y los Estados Unidos." Nuestro objetante podría agregar que la fuerza política hegemónica que preside el proceso, el PSOE, es notoriamente federalista.
Tal argumentación tranquilizadora puede parecer convincente, desde que se piense no en la España de hoy, viviendo en el mundo convulsionado de hoy, conducida por los socialistas de hoy; sino en una nación hipotética cuyos destinos se fraguasen en los gabinetes de doctos y moderados juristas, que tan sólo se dieron el lujo de dejar displicentemente algunos articulillos de la Constitución un tanto en el aire...
Sin embargo, la realidad es muy distinta.
Como ya hemos tratado detalladamente, los socialistas españoles se encuentran a la cabeza de los intentos revolucionarios mundiales para desmontar la sociedad y el Estado actuales, de modo decidido aunque controlado, rumbo a una nueva sociedad desarticulada, en que la autoridad y las jerarquías deben desaparecer, sustituidas no se sabe bien cómo, por un autogobierno de base.
Los socialistas son oficialmente federalistas, es verdad; pero dentro de esta perspectiva autogestionaria. Sería, pues, ingenuo imaginar que su federalismo se encuadra dentro de los marcos legales actualmente vigentes en los Estados Unidos o Alemania.
Es evidente que la utopía socialo-anarquizante es un proyecto que se desarrolla gradualmente. Así, un federalismo que cobije en su seno un conjunto de micronaciones, puede servir como etapa transitoria ideal para acostumbrar a una nueva estructura estatal cartilaginosa la mentalidad de un pueblo que todavía tiene una tradición multisecular profundamente cris­tiana.
Por si hubiese dudas, dejemos una vez más a los propios socialistas que las deshagan. Léanse por ejemplo las resoluciones del XXVII Congreso del PSOE (1976), que sirvieron de pauta a los socialistas en la elaboración de la Constitución: "El PSOE, dentro de su perspectiva autogestionaria, estima necesario poner en práctica una estrategia tendiente a prefigurar las instituciones políticas que van a ser el medio de gestión de la sociedad socialista. En este sentido, la lucha por las libertades de las nacionalidades y regiones se inserta dentro de nuestra política para la autogestión de la sociedad. (...) El PSOE propugna la instalación de una República federal, in­tegrada por todos los pueblos del Estado español (...) dentro de un marco constitucional abierto."* [9]

* En el mismo sentido puede leerse al socialista Baltasar Aymerích en la ya citada obra conjunta coordinada por el Equipo Jaime Vera; "Para los socialistas, el Estado federal es el marco político más adecuado para alcanzar el máximo nivel de democracia (es decir, de ejercicio directo e inmediato del poder por parte de los ciudadanos o, en otras palabras, de autogestión política). El Estado federal se convierte en un medio sustancial para construir la nueva sociedad socialista" (Baltasar Aymerich, La transición al federalismo in EQUIPO JAIME VERA, La alternativa socialista del PSOE, p. 55).

Gregorio Peces-Barba, representante socialista en la Comisión redactora de la Constitución, afirmó claramente que el propósito de su partido en el problema de las autonomías fue aproximar al máximo dicho régimen al federalismo propugnado en el XXVII Congreso del PSOE [10]. Se entiende, pues, que el mismo Peces-Barba haya reconocido en Pamplona que la "opción independentista cabe dentro de la Constitución" [11]. Es el marco constitucional abierto que había auspiciado en 1976 el congreso socialista...*

* Durante el año 1987, diversos dirigentes socialistas han discutido la cuestión del federalismo. Los socialistas catalanes activaron públicamente el debate, proponiendo de modo oficial en septiembre de ese año, que el XXXI Congreso del PSOE asumiese el propósito de encaminar a España "hacia el horizonte federal", ampliando los techos autonómicos y sin reformar, por ahora, la Constitución ("Diario 16", 13-9-1987). Dadas las elasticidades del texto constitucional, los especialistas discuten sobre si seria o no necesaria una reforma de la Constitución para conducir las autonomías hacia el federalismo. Algunos consideran que éste ya existe, otros que se podría avanzar más allá del federalismo clásico sin reforma constitucional, y la mayor parte considera prematuro enfrentar las tensiones y debates que suscitaría dicha reforma (cfr. "Diario 16", 9 y 13-9-1987). El secretario de organización del PSOE creyó necesario tranquilizar los ánimos, en una rueda de prensa, con una fórmula sutil y resbaladiza. Los socialistas catalanes, explicó, "no están planteando un modelo de Estado federal, ni la reforma de la Constitución (...) lo planteado por ellos es la federalización de Estado de las autonomías" ("Diario 16", 9-9-1987). Finalmente, el XXXI Congreso adoptó la fórmula de Benegas afirmando el propósito de profundizar en el proceso autonómico "en la perspectiva de un funcionamiento asimilable al de los Estados federales"("ABC", 24-1-1988). Es decir, modificar poco a poco el contenido institucional de la nación sin romper, por ahora, con las formas jurídicas y sin comprometerse tampoco con los límites poco autogestionarios del federalismo clásico de tipo norteame­ricano o alemán...
Ahora bien, una vez que los socialistas esperan que vaya menguando el Estado nacional centralizado en beneficio de una posible confederación de comunidades autogestionarias, y puesta la fermentación separatista actualmente existente en ciertas autonomías, ¿dónde irá a parar la unidad y el carácter indivisible de la "nación española, patria común de todos los españoles"?

Este marco constitucional abierto permite que, por una prolongada tensión dialéctica entre el Estado y las fuerzas centrífugas, el proceso vaya avanzando, en la medida que lo tolere la opinión pública. En rigor, después de cierto tiempo, podría pasarse de la autonomía a la independencia y, finalmente, a un pacto soberano entre las comunidades autogobernadas, que determinase cómo habría de entenderse entonces la unidad española evaporada...
Están, pues, colocadas las condiciones legales e institucionales para que, en una España donde el ordenamiento jurídico se ha vuelto cartilaginoso, el fermento revolucionario vaya minando a fondo el sistema vigente, pero sin demoler por ahora su aspecto exterior.

III - La acción del fermento revolucionario


Naturalmente, una transformación revolucionaria de tal envergadura no se hace sólo a golpes de ambigüedades constitucionales, elasticidades políticas o discusiones jurídicas. Tiene que contar, o simular que cuenta, con la aceptación de la mayoría de la población. Pero no una aceptación cualquiera. Es indispensable que dentro del cuadro de unas mayorías que adhieran al proceso revolucionario figuren fuertes y ruidosas minorías que, diciendo interpretar el sentir mayoritario, les sirvan de punta de lanza.
Ahora bien, ¿cómo conseguir esto en una España donde los socialistas, para dar pasos revolucionarios importantes, necesitan explicar que tan sólo modernizan el país y no lo revolucionan? En otros términos, para desmontar el Estado rumbo a la confederación autogestionaria hay que evitar que las mayorías narcotizadas despierten, raciocinen, discutan y pidan explicaciones. Por otra parte, ¿será posible desmantelar la unidad política del Estado español sin dramatizar tensiones, escenificar contiendas y sin aparentar presiones revolucionarias supuestamente incontenibles? Los hechos nos dan la respuesta.

1-  El "terrorismo blanco"

Una minoría de dirigentes y agitadores sin respaldo popular basta —en una situación de adormecimiento y desarticulación de la opinión pública— para producir artificialmente la impresión de que en las entrañas de la sociedad se gesta una revolución. Para hacerlo hay que recurrir a acciones de cuño simbólico, acompañadas con amplia publicidad, que no tengan un carácter tan dramático que provoque una reacción airada de los sectores más conservadores de la opinión pública, a los que especialmente se trata de neutralizar. Es lo que podría llamarse terrorismo blanco, que se transforma fácilmente en precioso auxiliar impune del terrorismo propiamente dicho, contra el cual se vuelven las reacciones más vivas.

a) La guerra de las banderas.— Un caso característico en este sentido es la llamada guerra de las banderas. Desde el ascenso del PSOE al poder aumentaron notoriamente los ultrajes a la bandera española practicados por comandos separatistas, especialmente en Vascongadas y Cataluña, pero también en Castilla-León, Galicia, Aragón y Valencia, con brotes aislados en La Rioja y Andalucía. Estos comandos lograron producir en el público la sensación de que una tremenda efervescencia independentista se había desatado en varias regiones. Sin embargo, ¿fue exactamente así? La mayoría de los españoles se dio cuenta de que había alguna exageración en todo ello, pero no tenía cómo verificar la verdad de los hechos. Se intranquilizó, sin llegar a alarmarse, y acabó acostumbrándose.
Estaban creadas las condiciones para que el terrorismo blanco subiese de tono.
El 23 de junio de 1983 se dio uno de los primeros episodios de la guerra de las banderas. El Ayuntamiento guipuzcoano de Tolosa, con motivo de las fiestas locales, decretó —Constitución aparte— que en el balcón municipal ondearía a partir de entonces solamente la ikurriña. Como la Guardia Civil la retiró, el mismo Ayuntamiento declaró no deseable la bandera española y la envió a Madrid...
Por su parte, el ministro del Interior declaró que confiaba en que el lendakari Garaicoechea haría cumplir la ley en Tolosa y el Gobierno Civil de la provincia se eximió de responsabilidades alegando que no recibía las actas de los plenos del Ayuntamiento [12].
Se había encendido la luz verde. Ahora el rechazo a la bandera nacional iba a producirse oficialmente en Rentería, Villabona, Pasajes de San Juan, Ordiza, y Oyárzun...  [13].
El diputado de Euskadiko Ezquerra (EE) Juan María Bandrés, encontró clima propicio para referirse a la bandera española como a "un trapo" [14].*

* Euskadiko Ezquerra surgió como coalición nacionalista de izquierda, claramente favorable a ETA, en las elecciones del 15 de junio de 1977. A medida que se producía la división entre las llamadas ETA militar y ETA político-militar, una parte de los integrantes de EE pasaron a constituir Herri Batasuna, apoyando a ETA militar, mientras los que permanecían en EE se identificaban con la posición un poco menos radical de ETA político-militar. En 1979 EE aceptó el Estatuto de Autonomía y recomendó votar por él en el referéndum del 25 de octubre de ese año. Se declaró a favor del uso exclusivo de las vías legales y gestionó la reinserción de integrantes de ETA político-militar. En 1981 entró en EE un considerable sector del Partido Comunista Español. Su ideología es nítidamente marxista (cfr. José Miguel de Azaola, El hecho vasco in LINZ, España: un presente para el futuro, vol. I, p. 235; Carlos Olave, Euskadiko Ezkerra, un partido de ex-etarras que rechaza la violenciain "ABC", 26-11-1986).

Mientras Felipe González declaraba en el pleno del Congreso que no iba a tolerar que se siguiesen vulnerando "los símbolos de la unidad nacional", Garaicoechea decía que el respeto a la bandera dependería de que la autodeterminación fuese reconocida constitucionalmente. Por su parte, el Parlamento Vasco se negaba a condenar los insultos a la enseña nacional que ya no ondeaba ni siquiera en el propio palacio de Ajuria-Enea, en Vitoria [15].
Poco después, nueva avalancha de agravios municipales contra la bandera española en todo el País Vasco: Tolosa, Rentería, Mondragón, Loyola, Bilbao, Berango, Portugalete, Ondárroa, Llodio, La Bastida, Ibarra, Elgóibar, Bermeo, Larrabezua, Lezo, Urrechu, Salvatierra, Zaldivia, Basauri. En Fuenterrabía el alcalde izó las tres banderas (nacional, ikurriña y local), dejando constancia de que fue "por imposición y por prudencia". Estos agravios se extendieron también a Navarra (Valle de Baztán, Alsasua, Echari-Aranaz, Pamplona, Ansoaín) y a Cataluña (Playa de Aro, Sabadell, Belvis) [16].
Después de este estallido espectacular, la guerra de las banderas aparece y desaparece, para volver a reaparecer, sea comprometiendo autoridades, sea como ritual extremista de quemas y ultrajes al pabellón nacional durante fiestas autonómicas oficiales o en manifestaciones separatistas minoritarias que, en ciertos casos, como durante las Diadas catalanas, adquieren connotaciones de violencia urbana [17].*

* En las Diadas de 1985, 1986 y 1987 en Barcelona, además de la presencia del independentismo moderado de Esquerra Republicana de Catalunya, hubo manifestaciones exaltadamente separatistas de Crida a la Solidaritat y Moviment de Defensa de la Terra —este último con sus invitados de Herri Batasuna y sus gritos en favor de la organización terrorista Terra Lliure— y los consabidos insultos y quemas de banderas españolas. En este clima de efervescencia separatista, encapuchados lanzaron cócteles molotov durante disturbios callejeros contra la Magistratura de Trabajo (1985), contra la fachada del Gobierno Civil (1986) y contra la policía (1987). Hubo barricadas en la Gran Vía y pancartas llamando a la lucha armada (cfr. "ABC", 12-9-1985; "El Alcázar", 12-9-1986; "Tiempo", 22-9-1986); "Diario 16", "Ya" y "El País", 12-9-1986.
El tira y afloja de las banderas, envolviendo ya no sólo el vandalismo de comandos extremistas, sino también a numerosas autoridades locales, ha introducido en la cuestión autonómica la práctica más o menos consumada del desacato a la Constitución y a las leyes. Así, los ayuntamientos van arriando banderas españolas e izando ikurriñas, que la Guardia Civil retira o no retira, no se sabe —pues se acaba perdiendo el hilo de los múltiples sucesos— y todo el proceso va tiñéndose con colores de separatismo y de disgregación. Los mismos regionalistas de base, que celebran con fervor sus fiestas locales, son conducidos por el impulso de su identificación cultural a defender la enseña autonómica puesta en falso dilema contra la bandera española, y parecen así cruzar, sin proponérselo, las barreras psicológicas que los separan de la ruptura institucional separatista. Pero todo queda en las brumas, entre el fervor emocional del momento y la realidad político-institucional. Nadie acierta a descubrir, en la guerra de las banderas, qué es lo que hay de show o de realidad independentista revolucionaria capaz de producir graves con­secuencias. El carácter simbólico de los episodios, la indefinición de su contenido, la ambigüedad del comportamiento de las autoridades centrales y autonómicas, todo en fin tiende a habituarnos a un estado de cosas semirrevolucionario, es decir, a una España todavía unida pero comenzando a desintegrarse.

b) Pintadas, carteles, eslóganes y batallas futbolísticas.— Los recursos para escenificar un proceso revolucionario sin verdadero apoyo popular se multiplican. Uno de los que está al alcance de cualquier grupo de agitadores son las pintadas: "Gora ETA", "FOP kanpora" ("Viva ETA", "Fuera Fuerzas del Orden Público"), "Policía asesina"... impactan al transeúnte en cualquier calle del País Vasco. En Cataluña son los "Mori Espanya""Fora els funcionaris espanyols""Els catalans no som espanyols" o "Espanya" escrito en contenedores de basura, que pretenden hacernos creer en la furia de un pueblo camino de la explosión. En Andalucía las pintadas aparecen en caracteres árabes, en Asturias en bable y en Aragón, a falta de otra cosa, en cheso... Surgen también las batallas futbolísticas durante los partidos, como en Madrid, entre hinchas del Real Madrid y partidarios de los equipos catalanes o vascos, con la activa participación de los ultrasur [18]. ¿Qué significa todo esto? El hombre de la calle no lo sabe. Nuevamente, el proceso será: intranquilidad inicial, dudas y acomodación indolente a la nueva situación creada.

c) La técnica de las agresiones simbólicas contra los dignatarios del Estado.— El terrorismo blanco promueve no sólo ultrajes a los símbolos materiales de la nación, sino también —como punto culminante del clima de desintegración que pretende crear— practica agresiones directas y sensacionalistas contra el prestigio de los dignatarios del Estado.
Ni siquiera el Rey, como máximo representante del Estado y símbolo natural de su unidad, quedó a salvo de los desacatos anarcoseparatistas. La nación asistió a la afrenta practicada por parlamentarios de Herri Batasuna contra Don Juan Carlos con ocasión de su visita oficial a la Casa de Juntas de Guernica, el 4 de febrero de 1981. Tal desacato, como otros numerosos es­carnios a las instituciones vigentes, han permanecido virtualmente impunes hasta el momento [19]. El efecto deprimente y disgregador de estas arremetidas-símbolo es manifiesto. El ataque es brutal, pero como se reviste de un carácter primordialmente simbólico no acarrea un desorden institucional inmediato capaz de despertar a la nación narcotizada. La mayoría de los españoles despierta lo suficiente para sentir el golpe, pero no para tener ante él una reacción decisiva. La dosis podrá ser repetida, pero siempre procurando dar la impresión de que se trata de un impulso separatista difundido, un poco por toda España, de modo discontinuo y espontáneo.
Fue así, por ejemplo, como un grupo de jóvenes penetró en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Irún durante la sesión, y tras arrancar de la pared un retrato del Rey, lo arrastraron por el suelo y finalmente lo pisotearon, siendo que algunos de los asistentes impidieron que un fotógrafo registrara la escena [20].
En Las Palmas de Gran Canaria, en 1984, durante la solemne y tradicional procesión del Pendón de la Conquista, un grupo de agitadores separatistas ataviados con taparrabos — como supuestos indígenas— y arrastrando cadenas para simbolizar la opresión española, irrumpieron varias veces a lo largo del recorrido, terminando por introducirse en medio de la procesión, lanzando a discreción insultos al Ejército, a la Monarquía y a la Bandera, a pocos pasos de las autoridades civiles y militares presentes.
Tales desacatos movieron al representante militar de mayor antigüedad presente, el General de División Puigcevert, a volverse hacia el Gobernador socialista, Bertín del Pozo, pidiéndole que ordenase la dispersión de los manifestantes y la prisión de los cabecillas. El Gobernador se abstuvo de tomar medidas. Ante la negativa de la autoridad civil, el General ordenó la retirada inmediata de la compañía de honores y de las comisiones militares. En ese momento, uno de los agitadores redobló sus burlas a la bandera nacional, ante lo cual, el teniente de navío Hermenegildo Franco le propinó un puñetazo. Sólo entonces intervino la policía, llevándose a los provocadores.
La decidida reacción de los militares, que rompieron las consignas del consenso ecuménico, no encontró —salvo contadas excepciones— la debida repercusión en la prensa, y Bertín del Pozo se encargó de comentar que hubo "exceso de sensibilidad en los militares"... [21].
El terrorismo blanco puede continuar así lanzando sus psicobombas contra la dignidad del Estado y sus más altos representantes. Todo parece calculado milimétricamente para desprestigiar las instituciones, amilanar los espíritus y difundir la idea de un desmoronamiento desordenado, lento, pero aparentemente irreversible, de la integridad política del Estado español.

d) Proyectar la imagen de un desgarramiento cultural: desde las "ikastolas" hasta los "colectivos" musulmanes.— En una España cada vez más cosmopolita —donde las propias diversidades regionales han sido afectadas por el movimiento ecumenista que diluye todas las ideologías y uniformiza la fisonomía moral de todos los pueblos— no le será fácil al separatismo cultural presentarse con los colores vivos de la autenticidad. Pero si se pretende que la espiral de la revolución separatista arrastra a la opinión pública, se tiene que hacer alarde necesariamente, de particularismos culturales furibundos y al mismo tiempo intentar constituir grupos de prosélitos fervorosos que le den alguna verosimilitud al proceso.
En Vascongadas, por ejemplo, el euskera languidecía, hablado por un número cada vez menor de personas*. Al calor de la reafirmación autonómica tomaron cuerpo diversas iniciativas, de suyo legítimas, para preservar la antigua lengua vascuence; entre ellas, las ikastolas. Sin embargo, en algunas de estas escuelas de cultura vasca comenzó a enseñarse el euskera utilizando trechos de la primera época de Sabino Arana, furiosamente antiespañoles; los cuales, sacados además del contexto antiliberal en que fueron escritos, adquieren aires de encendida protesta revolucionaria. Los jóvenes aprenden allí el vascuence estudiando frases tales como: "Ya lo sabéis, euzkaldunes, para amar el euzkera tenéis que odiar a España""Tanto nosotros podemos esperar más de cerca nuestro triunfo cuanto España se encuentre más postrada y arruinada"; o "Si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo. " [22]

* Actualmente, a pesar de la intensa campaña de recuperación del euskera, los vascófonos propiamente dichos en Euskadi —es decir, que no sólo entienden algo del idioma sino que lo hablan de preferencia— no llegan al 23 por 100 según algunas fuentes, y al 18 por 100según otras (cfr. Azaola, El hecho vasco in LINZ, España: un presente para d futuro, pp. 258-259 y "ABC", 21-11-1986).

Por otro lado, se dice que el profesorado de algunas ikastolas se inclina hacia un nacionalismo radical próximo a las posiciones etarras. El diario "ABC" comentó que algunas de estas escuelas se han transformado, en la práctica, en "cantera de Herri Batasuna". Añadía que "el aumento notable de votos obtenidos por Herri Batasuna en las últimas elecciones se debe en parte, según una encuesta reservada, a la incorporación de jóvenes votantes que se han formado en las Ikastolas" [23].
Adolescentes muchas veces oriundos de familias tradicionalistas —que vivieron otrora intensamente la identificación cultural con su región— y no sintonizados con una España ecumenizada, moral e ideológicamente a la deriva, son así lanzados a una alternativa radical, que los acecha incluso en sus diversiones, por ejemplo con las actuaciones altamente promocionadas de los conjuntos de rock abertzale [24].
La fermentación revolucionaria a propósito del euskera y la cultura del norte es tal, que aparece incluso en iniciativas oficiales de los obispos de las Vascongadas, Navarra y de la zona vasco-francesa. En efecto, los obispos de dichas regiones aprobaron un misal de altar traducido al vascuence y lanzado con gran publicidad. En él se suprime toda petición y hasta la simple referencia al Apóstol Santiago como patrón de España, no se respeta el texto litúrgico oficial del calendario nacional para la festividad del Apóstol y se suprime totalmente el nombre de España [25].
Más artificial aún es la oleada de súbito musulmanismo que está recorriendo España. Todo es posible. Desde los extemporáneos homenajes, con siglos de retraso, a los últimos reyezuelos de taifas o a celebridades culturales musulmanas, exhumadas con esfuerzo de entre las ruinas de la Historia, hasta las propuestas de entrega de iglesias y catedrales al culto islámico, pasando por los congresos de los musulmanes españoles, las proclamas del Partido Andalucista contra la toma de Granada o las peregrinaciones a Libia de la izquierda nostálgica de Al-Andalus [26].
También en este caso se echa mano del cómodo y anónimo recurso de las pintadas que anuncian, en las ciudades andaluzas, un próximo retorno del Islam*.

* Otro aspecto de la cuestión es la construcción de suntuosas mezquitas en muchas de nuestras ciudades, aparatosos centros culturales islámicos, como el que hoy se edifica en la M-30 en Madrid, o la ostensiva presencia de los jeques del petróleo entre nosotros. Menos simbólico, pero mucho más concreto es el ponderable aumento de la influencia árabe en nuestra vida económica, como el control del 72 por 100 del Banco Atlántico y su entrada en otras instituciones bancarias o la compra de la segunda empresa de RUMASA (cfr, "ABC", 20-6-1984; "Sur", 22-3-1984; "Ya", 22-3-1984). No vamos a entrar en los problemas concretos que pueda traer para España el crecimiento de la influencia árabe. Sin embargo, cabe señalar que estamos ante esta triste realidad: el mundo árabe manifiesta una vitalidad, un deseo de afirmación y expansión que no se ve entre los católicos españoles. Fuerza de afirmación y expansión, por un lado, desinterés y retraimiento por otro...

Se junta a toda esta propaganda musulmanófila la manipulación de un supuesto separatismo canario por parte del dictador libio Gadafi, quien declaró —como se sabe— que el archipiélago no es español sino africano y, naturalmente, musulmán; debiendo, según él, constituir una federación con el Sahara Occidental bajo la égida del Frente Polisario [27].
Sin embargo, ha sido en Ceuta y Melilla donde la agitación musulmana ha adquirido contornos más agudos. Basada, por cierto, no en sentimientos separatistas de los ceutíes y melillenses, sino en la penetración ilegal de marroquíes —especialmente en Melilla— que huyen de su país a las ciudades españolas a la búsqueda de mejores condiciones de vida y... en un cierto personaje que sorprendentemente el Gobierno socialista convirtió en estrella nacional. Hablamos, naturalmente, de Aomar Mohamedi Dudú.
En poco tiempo los diarios, la televisión y las radios nos hartaron con su presencia: Dudú miembro del PSOE, Dudú interlocutor privilegiado para los problemas musulmanes en Melilla, Dudú con los bolsillos llenos de pesetas, Dudú amenazante, Dudú asesor del Ministerio del Interior, Dudú aumentando la dieta, amueblando un piso en Madrid a costas del Ministerio, apareciendo en Rabat, las Cortes interpelan a Dudú. Dudú amenaza dimitir, dimite, renuncia al PSOE y vuelve a Melilla. Se reúne un vociferante y gesticulante colectivo musulmán: ¡Viva Dudú!, ¡muera Dudú!, hay apoyos y recriminaciones, divisiones y empujones, y las deliberaciones pro Dudú y contra Dudú se concluyen en un descampado próximo al lugar de la sesión con una reyerta que se prolonga madrugada adentro...[28]
Dudú termina en Rabat, jurando fidelidad a Hassan II quien, a su vez, revela en el discurso del trono que llegó el momento de tratar con el Gobierno de nuestro país sobre "los derechos imprescindibles de Marruecos y los vitales intereses de España" a propósito de Ceuta y Melilla [29].
Mientras tanto, comienzan a aparecer en las calles de Madrid carteles del Movimiento Comunista que proclaman: "No al racismo — Descolonización — Devolución a Marruecos de Melilla y Ceuta" [30]. No es tan extraño, una vez que el socialista Pablo Castellano dijo públicamente, en cierta ocasión, que no veía razón para que España "continúe su presencia colonial en dos ciudades como Ceuta y Melilla que están integradas geográficamente en el reino de Marruecos." [31]
Felipe González declara en el Congreso de los Diputados que Melilla "no fue nunca ni colonia ni protectorado, ni le ha sido aplicado jamás el concepto moderno de territorio no autónomo", que desde 1497 "ha sido construida y habitada por españoles en su inmensa mayoría", regida por leyes españolas y que seguirá siendo una ciudad española [32].
Las palabras del presidente del Gobierno tranquilizan en parte a una opinión pública que, incluso anestesiada, rechazaría la entrega de nuestras dos ciudades. No obstante, en el contexto político actual, el turbulento episodio deja, una vez más, a la mayoría con la sensación de que la seriedad y la lógica, la compostura y hasta el sentido común van abandonando la vida pública; que las estructuras del Estado español están con las juntas flojas; que España como nación parece encaminarse hacia un inexplicable ocaso. Ya comienzan algunos a extrañarse de la simultaneidad con que tantas fuerzas centrífugas se han puesto en movimiento. En efecto, grupos y personajes de distintos sectores aparecen esforzadamente empeñados —cada uno a su modo— en dar visos de realidad a la desintegración nacional de España.

2- El terrorismo sangriento

Hasta fuerzas que parecen tener objetivos y métodos de muy diversos alcance y a veces contrapuestos, acaban por complementarse mutuamente en el orden concreto de los hechos.
El terrorismo blanco —con las diferentes modalidades que disimulan su unidad de métodos y metas— se beneficia con la acción ostensiblemente organizada del terrorismo sangriento. Este, a su vez, es poderosamente auxiliado por los agravios-símbolo de aquél.
Vistas las cosas en su conjunto, terrorismo blanco y terrorismo sangriento aparecen —quiérase o no— como dos vertientes que conducen las aguas a un mismo cauce revolucionario. El terrorismo blancocrea la apariencia de un descontento popular a punto de estallar y evita que el terrorismo sangriento sea visto sólo como una minoría de fanáticos. La brutalidad sin entrañas de la violencia etarra, haciendo del asesinato emboscado su frío e inicuo método de acción, hace aparecer como moderados y tolerables los excesos independentistas del terrorismo blanco. Por su parte, los sectores nacionalistas de izquierda, de centro o incluso conservadores, son llevados a colocarse frente al separatismo político no violento en una relación análoga a la que éste asume ante el terrorismo sangriento. Detrás, en este tren que conduce a la desintegración, van los coches-cama y el vagón restaurante donde duermen y se divierten despreocupadamente aquellos sectores de la opinión pública que aceptaron como principio el no tener principios.
Como dijo el principal líder socialista en el País Vasco y secretario de organización del PSOE a nivel nacional, Txiki Benegas, la violencia terrorista es, ante todo, un arma de carácter psicológico...* Sin embargo, durante años ni él ni los demás dirigentes del PSOE se mostraron dispuestos a sacar todas las consecuencias de dicha afirmación, y a desenganchar efectivamente los vagones del tren de la desintegración. Ahora bien, la eficacia psicológica de la violencia etarra sólo se comprende si se tiene en cuenta esta realidad, que expresamos en la metáfora de los vagones sucesivamente ocupados por los diversos sectores, que permiten a los maquinistas conducir al conjunto por las vías de la desintegración.

* Durante el Simposio sobre Terrorismo y Medios de Comunicación Social celebrado en Toledo en 1983, Benegas afirmó: "El terrorismo en el fondo es una lucha de voluntades. (...) La propaganda, la publicidad y el efecto psicológico de las acciones de esta lucha de voluntades juegan un [papel] preponderante. 'La finalidad principal del recurso al terrorismo como arma política —según Jaúdenes Jordano— es el control de las acciones o reacciones de los miembros de una sociedad'. (...) De ahí el papel esencial que juegan los factores psicológicos en la actuación terrorista, hasta el punto de que hoy es de aceptación general el concepto del terrorismo como arma esencial psicológica" (Txiki BENEGAS, El principio de la esperanza, p. 115).

En otras palabras, anestesiada la opinión pública, iniciado en términos ambiguos el proceso autonómico, facilitada institucional y políticamente la acción del fermento revolucionario separatista que se mueve en las fronteras de la ilegalidad, estaban creadas las condiciones para que ETA, con muy po­cos efectivos, pudiese conseguir una máxima eficacia con el impacto de su show de violencia y sangre*. La organización terrorista, cuyo próximo aniquilamiento viene siendo anunciado desde hace años... —siempre desmentido por ataques más osados y fulminantes— continúa ejerciendo sobre toda España el influjo letal de su binomio miedo-simpatía, incluso ahora, cuando juega también la carta del diálogo**.

* Sobre el carácter de show publicitario del terrorismo, aconsejamos la lectura del best seller Izquierdismo en la Iglesia: "compañero de ruta" del comunismo en la larga aventura de los fracasos y de las metamorfosis, obra de la Sociedad Uruguaya de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, de la cual la Sociedad Cultural Covadonga difundió una edición española en 1977. El libro prueba que la acción tupamara, pese a ser dramáticamente sanguinaria, fue en realidad un prolongado show de guerra psicológica revolucionaria destinado a convencer a la opinión pública de que las reformas socioeconómicas socialistas eran inevitables. Los tupamaros pretendían ser la vanguardia de un incontenible descontento popular que en realidad no existía; vanguardia con la cual habría que acabar dialogando y negociando dichas reformas...

** Sobre el aprovechamiento de los puntos vulnerables de la mentalidad de la burguesía occidental por la propaganda revolucionaria, puede leerse el penetrante estudio Trasbordo ideológico inadvertido y Diálogo del profesor Plinio Corrêa de Oliveira. Sobre el efecto del binomio miedo-simpatía utilizado por el comunismo en sus técnicas más modernas de penetración en las mentalidades occidentales, ver especialmente el cap. I, ítem 9, pp. 10 y 11.

Simpatía, porque se presenta como la expresión de un descontento popular profundo e incoercible: sería tan sólo el sector más exaltado de un pueblo que, a la búsqueda de su identidad cultural, se rebela contra la opresión centralista. De las zonas más profundas del alma vasca brotaría a la superficie un anhelo de libertad.
Y, ¡cómo atrae simpatías, especialmente en esta época de propaganda libertaria, la aspiración a la independencia! ¿A cuántos esta imagen no habrá encaminado hacia el terrorismo sangriento al pensar que no existía otra solución para lo que en un comienzo fue su ideal regionalista?
Por otro lado, ¡cómo paraliza las oposiciones un terrorismo encubierto en los ropajes del idealismo desafiante! En efecto, ante esta aureola que se pretende crear en torno a la ETA (ver recuadro abajo), muchas autoridades políticas, judiciales, militares y policiales vacilaron. De este modo se preparó el terreno para que fuera posible entablar negociaciones con el terrorismo, incluso sobre las metas que éste persigue para Euskadi.
Miedo, por la eficacia de los atentados de la ETA, por sus crímenes implacables, por el mito de su invencibilidad, por la ideología marxista que enarbola y por el apoyo del comunismo internacional que se sospecha.
 
¿Cuántos miembros de la clase dirigente vasca opuestos a la aventura del separatismo se han visto obligados a abandonar su tierra en busca de seguridad? ¿Cuántos se ven forzados a someterse al impuesto revolucionario etarra o al chantaje del secuestro, explicando avergonzados: "No hay nada que hacer. Pagas y basta"? [33] ¿Cuántos, en fin, tienen libertad para manifestar su repulsa a la ETA, dada la impunidad en que quedan tantos de sus crímenes?
Sobre nada de esto se pronuncian claramente ciertos nacionalistas y otros políticos complacientes, ni los eclesiásticos conmovidos con la generosidad de los ideales etarras... Pero, tal es el estado de amortiguamiento del sentido crítico y del espíritu polémico entre los españoles de hoy, que pocos los interpelan seriamente sobre sus ambigüedades.
Actitudes de eclesiásticos y de dirigentes nacionalistas en el País Vasco han hecho el juego de la ETA
El fruto político más inmediato de este binomio miedo-simpatía ha sido la coalición separatista radical Herri Batasuna (HB), que opera como caja de resonancia o brazo político de la ETA. Beneficiándose de una legalidad que desprecia, HB organiza propagandísticos funerales de etarras, manifestaciones públicas y otras iniciativas pro-amnistía, manipula propuestas de negociación que favorezcan a los terroristas —como la alternativa KAS* —, desprestigia con sus constantes agresiones-símbolo el orden jurídico vigente y capitaliza políticamente a la vez los efectos psicológicos del show de la violencia y la fermentación revolucionaria nacionalista para la cual aparece como el polo natural de atracción.

* La alternativa KAS es una propuesta de la ETA y HB para negociar con el Gobierno, que consiste en conceder amnistía y libertad a todos los etarras, en retirar las Fuerzas de Seguridad del Estado, como también en aceptar una primera etapa de autodeterminación del País Vasco —incluyendo en éste a Navarra— con posibilidad de optar por la independencia. En tal caso, ETA concedería una tregua indefinida... En una segunda etapa, post-negociación, la ETA lucharía por un Euskadi libre y marxista (“Diario 16", Dossier del Domingo, pp. III-IV).

Naturalmente, la coalición de la izquierda abertzale niega sus vínculos institucionales con el terrorismo etarra. De esa forma podrá presentar como candidatos al Parlamento Vasco, a las Cortes o incluso al Parlamento Europeo, a presuntos dirigentes de la ETA; la Policía podrá descubrir armas en alguna de sus sedes o detener militantes batasunos en el acto de integrar un comando etarra; o encontrar documentos reveladores como los del caso Sokoa... Poco importa [34].
Terrorismo blanco y terrorismo sangriento, efervescencia independentista y ambiguas colaboraciones eclesiásticas explican el caudal electoral de HB, que oscila alrededor del 17 por 100 de los votantes vascos*.

* Debe notarse, no obstante, que el electorado es cada vez menos estable y consistente. Suben y bajan los partidos, muchas veces gracias a juegos de circunstancias momentáneas y a maniobras psicológicas como las aquí descritas, que no representan una realidad ideológica profunda. Así, por ejemplo, la votación de Herri Batasuna en 1986, que subió un 3 por 100 respecto a la elección de octubre de 1982, tuvo 0,9 por 100 menos que el 18,5 por 100 de 1979. La opinión corriente de los comentaristas políticos es que en Cataluña y en el País Vasco hay fluidez en el voto, tanto entre las varias corrientes nacionalistas, como entre éstas y los partidos considerados españolistas (cfr. Pilar Bravo y Carmen Ortiz, País Vasco in "El País", 13-8-1986; El nuevo mapa político, "El País", 24-6-1986).

Esto ha servido para que nacionalistas vascos como Ardanza y otros, en lugar de reformular sin reservas su propia política ambigua, advirtiesen una inclinación del electorado hacia actitudes independentistas más radicales, preparando así el terreno para desplazamientos políticos en esa dirección [35]. El caso más característico ha sido la escisión de un sector de la izquierda del PNV, que formó el partido Eusko Alkartasuna (EA), encabezado por el ex lendakari Carlos Garaicoechea, que pasó a disputar la posición intermedia entre el PNV de Arzalluz y Herri Batasuna, con Euskadiko Ezquerra (marxista no violento) [36].
Pero las repercusiones del show etarra no se circunscriben por cierto a las Vascongadas, sino que se proyectan sobre el acontecer político de toda España. Lo que ocurre en el País Vasco está siendo presentado como la vanguardia del proceso autonómico y sirve para envenenar la cuestión, en grados diversos, en las otras comunidades autónomas. En este sentido, son de notar las manifestaciones de violencia terrorista armada en Cataluña (Terra Lliure) y en Galicia (Exercito Guerrilleiro do Pobo Galego Ceibe), más o menos vinculadas a ETA. A su vez, son conocidas las amistosas relaciones existentes, por ejemplo, entre Herri Batasuna, el llamado Partido Comunista de los Pueblos de Andalucía y el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) [37] Recientemente, con motivo de la campaña electoral para el Parlamento Europeo, se pusieron de manifiesto los vínculos de HB con otras organizaciones extremistas de toda España, tales como la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), el Movimiento Comunista (MC), la Crida a la Solidaritat (de Cataluña) y grupos sindicales de Asturias y Cantabria que contribuyeron sin duda a aglutinar fuera del País Vasco el voto anarco-nacionalista en toda España para el candidato batasuno electo [38].
Por otra parte —y éste es el aspecto de la cuestión que menos se comenta— el show sangriento del separatismo etarra no se agota en las fronteras del problema autonómico: sus veintisiete años de existencia, sus atentados cada vez más despiadados y espectaculares, sus relaciones con el terrorismo internacional y la incapacidad de los sucesivos gobiernos para extirparla, representa a los ojos de toda España una dramática escenificación de la crisis del Estado y de la sociedad*.

* Desde 1968 —cuando ETA practicó el primer crimen en la persona de un Guardia Civil de Tráfico— a nuestros días, el terrorismo etarra ha cometido más de quinientos cincuenta asesinatos, provocando además novecientos heridos. Sus atentados son cada vez más sensacionalistas y alcanzan desde figuras ajenas a la política como el almirante Cristóbal Colón de Carvajal hasta jóvenes cadetes y simples ciudadanos; desde el Ministerio de Defensa a los crueles atentados de Barcelona y Zaragoza en 1987.

La brutalidad sin entrañas de la violencia etarra, haciendo del asesinato emboscado su frío método de acción, convierte en "moderados" y "tolerantes" los excesos independentistas del terrorismo blanco.
Una minoría de dirigentes y agitadores sin verdadero respaldo popular puede ser suficiente para producir artificialmente la impresión de que en las entrañas de la realidad social se está gestando una revolución. 
Pareciera que no tenemos más remedio que resignarnos a convivir con la tensión permanente, con el desorden y el crimen que ya no respetan nada. Las personas son llevadas a conformarse con una existencia atribulada, insegura y frustrante, que las prepara para aceptar todas las concesiones y derrotas.
Ha habido, es verdad, manifestaciones populares multitudinarias contra los cínicos y arrogantes atentados terroristas en Barcelona y Zaragoza que, sin duda, contribuyeron a determinar al Gobierno y a los medios políticos nacionales y vascos contrarios a la violencia a realizar acuerdos tendientes a aislar políticamente a la ETA. Esto, en principio, facilita el combate eficaz contra ella. Sin embargo, todos los pactos parecen servir también de fundamento para la apertura de conversaciones con el grupo terrorista (ver recuadro abajo). El juego de las tensiones, de las esperanzas distensivas y de nuevas tensiones que se suceden cansa y desgasta. El público se pregunta aprensivo si ETA será erradicada una vez por todas o si esto terminará desembocando en alguna forma más o menos velada de negociación política con la banda terrorista. En tal caso, ¿instilará ETA su veneno anarco-comunista en las instituciones vascas y en toda la sociedad española, precisamente en la hora en que decida encoger sus garras violentas? En fin, ¿cuánto tiempo permanecerán estas pesadas incógnitas?
Lo que está claro es que el público no encuentra una respuesta convincente al problema planteado por el chantaje de una pequeña minoría a la que todo el Estado, con sus fuerzas del orden, no logra vencer.
Muchos tienen la sensación de estar resbalando hacia una situación aparentemente sin salida, en la que los poderes del Estado en deterioro coexisten con la presión terrorista y con otros factores de anarquía, sin voluntad decidida de dominarlos completamente. Todo predispone psicológicamente a las mayorías apáticas a aceptar un día soluciones inesperadas que les sean presentadas como tabla de salvación.


NOTAS

[1] Cfr. Gabriela Cañas, El rock es más duro en el Norte in "El País", 1-6-1986.
[2] Marcelino MENENDEZ PELAYO, Historia de los Heterodoxos Españoles, p. 1194.
[3] Cfr. capítulo 6, item IX, 4.
[4] Ver al respecto, por ejemplo, Eduardo GARCÍA DE ENTERRIA, El futuro de las autonomías in España: un presente para el futuro, vol. 2, pp. 99-116; Cruz Martínez Esteruelas, El Estado de las Autonomías in ABELLA, España diez años después de Franco (1975-1985), pp. 49-53. 
[5] Cfr. Criterios previos para una valoración de la Constitución in "Leviatán", n° 1, tercer trimestre 1978, pp. 123-128. 
[6] Cfr. GARCIA DE ENTERRIA, op. cit., pp. 103, 104, 106, 107, 112, 113; Martínez Esteruelas in ABELLA, op. Cit., pp. 51-52.
[7] Cfr. García de Enterría, op. cit., p. 104.
[8] Cfr. Martínez Esteruelas, in op. cit., p. 52.
[9] PSOE, XXVII Congreso del PSOE, p. 128.
[10] Cfr. Gregorio PECES-BARBA, Los socialistas y la Constitución in La Izquierda y la Constitución, pp. 8 y 12.
[11] Apud Ángel Palomino, La vida cotidiana in ABELLA, España diez años después de Franco, p. 205.
[12] Cfr. "El Alcázar", 3-12-1983.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem.
[15] Ibídem; Felipe GONZÁLEZ, El Gobierno ante el Parlamento/4, pp. 67-68.
[16] "El Alcázar", 3-12-1983; "El País", 18-9-1983, 28-9-1983.
[17] Cfr. “ABC”, 23-4-1987; “El Alcázar”, 28-10-1986, 18-3-1987; “Tiempo”, 28-9-1986.
[18] "El Alcázar", 3-7-1986; "El País", 8-2-1987.
[19] "ABC", 27-2-1986.
[20] "El País", 28-9-1983.
[21] "El Alcázar", 1-5-1984; "Ya", 30-4-1984.
[22] "ABC", 26-8-1986.
[23] Ibídem.
[24] Cfr. Feliciano Fidalgo, 'Punks' en Bilbao: Ni dios, ni amo in "El País", 24-8-1986.
[25] P. Ángel Garralda, La liturgia del odio a España in "Siempre p'alante", 1-12-1984.
[26] "ABC", 27-12-1980, 16-7-1985, 13-4-1986; "El Alcázar", 3-1-1985; "El Día", 4-1O-I9S6; "Diario 16", 22-3-1980, 17-2-1985; "Heraldo de Aragón", 7-10-1986; "Heraldo del Lunes", 5-5-1986; "El País", 17-5-1983, 18-3-1987, 31-3-1987; "El Pregonero" (Córdoba), 17-1-1987; "Le Quotidien de Paris", 24-7-1983; "Sur", 15-3-1984; "Ya", 31-7-1983, 2-2-1985, 29-10-1986, 29-3-1987, 31-3-1987.
[27] “La Vanguardia”, 13-2-1987; "ABC", 12-2-1987.
[28] Dudú se fue a la Guerra in "Época" 24-9-1986; "ABC", 9-11-1986, 12-11-1986; "El País", 2-9-1986, 25-11-1986; "Sur", 23-10-1986.
[29] "El Alcázar", 4-3-1987; "El País", 4-3-1987.
[30] "El Alcázar", 4-3-1987.
[31] "ABC", 13-6-1984.
[32] "El Alcázar", 4-3-1987.
[33] "El País", 26-3-1987.
[34] "ABC", 5-10-1986, 26-10-1986, 8-4-1987, 24-4-1987 y 29-4-1987; "El País", 4-10-1986, 14-3-1987, 6-4-1987, 29-4-1987 y 1-5-1987.
[35] "Diario 16", 23-6-1986; "El País", 6-7-1986.
[36] "ABC", 1-9-1986; "La Vanguardia", 4-4-1987.
[37] "ABC", 4-1-1987, 14-5-1987; "El País", 17-9-1986, 28-3-1987; "La Vanguardia", 3-1-1987, 19-1-1987, 1-3-1987, 8-44987, 10-4-1987; "Ya", 17-2-1987.
[38] “ABC”, 14-5-1987.

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