28 de enero de 2019

ZAR

domingo, 27 de enero de 2019


ZAR – 28/01/2019

En esta foto vemos al zar de Rusia Nicolás II y a la zarina Alexandra, que luego fueron cruelmente ejecutados junto con sus hijos, por los comunistas en las primeras horas del 17 de julio de 1918. Aunque fue captada en el siglo XX, en él aún se nota la mentalidad de la vieja y auténtica Rusia de los siglos anteriores en contraste con la mentalidad de la iglesia cismática rusa.

Es notable la distinción y pompa de los trajes. El zar viste una especie de túnica de finísimo tejido, de alta categoría, y una capa bordada con alamares brillantes y vistosos. Causa la impresión de un hombre salido del fondo de las brumas de la historia, medio ajeno al siglo y a los acontecimientos. La zarina tiene algo de un icono bizantino: hierática, inmóvil, revestida de bellísima capa, coronada y con un velo. Estos trajes podrían ser del día de la coronación o de una gran solemnidad pública. El conjunto da una idea de cuán respetable es el poder público proveniente de Dios.

En la fisonomía del zar se nota un aspecto de la iglesia cismática rusa, una especie de misterio en el fondo de la mirada, acompañado de cierto sueño, como si estuviera medio narcotizado o hipnotizado por algo tendente a la somnolencia eterna. Hay una cierta tristeza, no hay esperanza ni alegría.

Las posturas de ambos son de inmovilidad, una actitud que el hombre contemporáneo detesta. El espíritu religioso debe ser meditativo, reflexivo, orante y desconfiado de la agitación continua del hombre moderno, que es opuesta a la posición de alma normal del verdadero católico. Éste no debe ser agitado ni tener una falsa mística, debe tener una alegría fuerte, varonil, acompañada de una decisión para el sacrificio, para el holocausto, para la batalla, debe tener el gusto de la lucha.

En un zar que fuese católico, podríamos imaginar un varón sin ese distanciamiento de la realidad, ni absorto en esa falsa mística. Por el contrario, tendría una mirada elevada, serena, noble e inclinada a lo sublime. Así él sería un guerrero, ora montado en un caballo listo para una batalla, ora sentado en el trono desde donde conduce a su pueblo. De ese modo él no sería sólo un símbolo para inspirar a los otros, sino a un comandante de sus súbditos.

Excertos de comentarios del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sin revisión del autor.

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