Fue algo tremendo, como un martillazo en la noche, en medio del diluvio sonó un ruido como el de un avión a reacción, después empezó a granizar, a llover piedras y un viento endiablado se lo llevó todo: coches, árboles, techos, balcones, vidas, una catástrofe. No ocurría nada igual en La Habana desde 1940. Ahora el tornado pasó en la madrugada del lunes por varios barrios de la capital. Hasta el momento se ha informado de cuatro muertos y 195 heridos, pero la cifra es provisional pues hay numerosos derrumbamientos.
La televisión y radio avisaron de que se acercaba una formidable tormenta, una especie de huracán fuera de temporada, que entró por el oeste de la isla, pero nadie pudo prever que de este fenómeno meteorológico relativamente normal se formaría un tornado, algo totalmente excepcional en Cuba, que en su núcleo llegó a desarrollar vientos de 300 kilómetros por hora, como un ciclón de máxima categoría, pero muy localizado en una pequeña área y de traslación muy rápida. Si en vez de segundos hubiera durado minutos aquí no quedaba nada, comentaba uno de los traumatizados vecinos.
Recorrió unos 11 kilómetros en 16 minutos y afectó a más de 1.200 viviendas, ocasionando 124 derrumbamientos totales y 225 parciales, además de provocar daños en 7 centros de salud, 46 escuelas, 21 guarderías infantiles, numerosas empresas y residenciasdonde se ha agravado la difícil situación ya existente debido a la falta de mantenimiento.
Donde golpeó el tornado, el paisaje era devastador: escombros, vigas, farolas y árboles tumbados en medio de la calles, coches hechos chatarra incrustados en estructuras de hormigón, gente tratando de salvar algo de sus pertenencias, bomberos trabajando a destajo, vecinos ayudando en lo que podían, el servicio de agua, electricidad, gas y teléfono interrumpido, además del traumático recuerdo de la evacuación en plena tormenta del hospital de maternidad con sirenas sonando, traslado de embarazadas, niños llorando, un verdadero zafarrancho de combate en medio del caos.
Parecía que el mundo se iba a acabar, creí que un avión se estaba estrellando, pero cuando salí al pasillo de mi casa todo empezó a volar y nos refugiamos con los niños debajo de la cama, contaba un ama de casa.
La ejecución de Luis XVI tuvo lugar el 21 de enero de 1793, cuatro días después de que la Convención Nacional le sentenciase a muerte en una votación casi unánime y fue uno de los acontecimientos más importantes de la Revolución francesa.
El rey se despertó a las 5 de la mañana y se vistió asistido por su ayudante. Posteriormente se reunió con el sacerdote irlandés no juramentado Edgeworth para confesarse. Oyó su última misa y recibió la comunión. A las 7 expresó sus últimas voluntades al capellán, su anillo con el sello real sería destinado al delfín y su anillo de bodas a la reina, tras lo cual recibió la bendición. A su salida de la prisión del Temple, donde la familia real llevaba recluida desde el mes de agosto, el rey se sentó en un coche de caballos destinado a su servicio estacionado en uno de los patios del edificio. El sacerdote se sentó a su lado, mientras dos militares ocuparon los asientos opuestos. El carruaje salió de la prisión sobre las 9.
Durante más de una hora, la comitiva, precedida por el redoblar de tambores destinado a silenciar cualquier muestra de apoyo al rey y escoltado por una tropa de caballería con sables desenvainados, realizó el trayecto hasta la plaza de la Revolución, que en la actualidad es llamada absurdamente plaza de la Concordia, siguiendo un trayecto a cuyos lados se agolpaban alrededor de 80.000 personas entre hombres armados, soldados de la Guardia Nacional y “sans culotes”, los desarrapados.
A las 10 el carruaje llegó a la plaza y se adentró en la zona donde había sido erigido el cadalso que se hallaba rodeado por una multitud armada con picas y bayonetas.Después de que su cabello fuese cortado y el cuello de la camisa retirado, el rey fue subido al cadalso. Una vez allí avanzó con paso firme e intentó pronunciar un discurso ante la multitud diciendo que moría inocente de los crímenes que se le imputaban, pero fue interrumpido por el sonido de los tambores temiendo un levantamiento del pueblo en ese último momento.Tras negarse inicialmente a que sus manos fuesen atadas, Luis XVI cedió ante la propuesta del verdugo de emplear su pañuelo en lugar de una cuerda. El monarca fue entonces tumbado sobre la plancha de madera de la guillotina, siéndole colocado un cepo con forma de media luna sobre el cuello para mantener fija la cabeza, tras lo cual la cuchilla cayó.Pasaban 21 minutos de las 10.Hubo testigos que afirmaron haber oído en ese momento a su confesor decir: subid al Cielo hijo de San Luis. Uno de los ayudantes del verdugo mostró la cabeza real a la gente, mientras se gritaba ¡viva la nación, viva la república! y se escuchó una salva de artillería anunciando el fin de la monarquía que llegó a los oídos de la familia real encarcelada.
"Somos hijos de Lenin, no queremos padre, ni madre…".
Haciendo vibrar en el aire esta miserable canción, desfilan por las calles de una ciudad comunista estos pequeños esclavos del anticristo, que llevan en el pecho las insignias de su siniestro señor: la estrella de cinco puntas, con la hoz y el martillo. Son niños que parecen formados, no para una vida civil común, sino para la agresión, el insulto, y la brutalidad. En ellos se nota que la capacidad de odiar fue despertada, excitada y fijada en un estado habitual de alta tensión para constituir en ellos una segunda naturaleza.
Los ojos miran el objetivo del fotógrafo, o cualquier otro punto en el espacio, penetrantes de desconfianza, cargados de odio. El andar deja percibir una intención malévola que parece dar a los pasos una cadencia feroz. Los transeúntes que contemplan el desfile parecen animados de sentimientos análogos. ¡Se diría que son hijos del odio, cantando en la ciudad del odio, el himno del odio!
Es muy lógico que, para conseguir formar hijos de la ira así, se les haya robado el amor paterno y materno, se les haya inspirado un odio monstruoso contra la vida de familia.
Impiedad, amoralidad, brutalidad desatada y luciferina, en suma, comunismo, donde la sociedad es concebida como un campo de concentración.
Excertos con alguna adaptación de comentarios del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sin revisión del autor.
En esta foto vemos al zar de Rusia Nicolás II y a la zarina Alexandra, que luego fueron cruelmente ejecutados junto con sus hijos, por los comunistas en las primeras horas del 17 de julio de 1918. Aunque fue captada en el siglo XX, en él aún se nota la mentalidad de la vieja y auténtica Rusia de los siglos anteriores en contraste con la mentalidad de la iglesia cismática rusa.
Es notable la distinción y pompa de los trajes. El zar viste una especie de túnica de finísimo tejido, de alta categoría, y una capa bordada con alamares brillantes y vistosos. Causa la impresión de un hombre salido del fondo de las brumas de la historia, medio ajeno al siglo y a los acontecimientos. La zarina tiene algo de un icono bizantino: hierática, inmóvil, revestida de bellísima capa, coronada y con un velo. Estos trajes podrían ser del día de la coronación o de una gran solemnidad pública. El conjunto da una idea de cuán respetable es el poder público proveniente de Dios.
En la fisonomía del zar se nota un aspecto de la iglesia cismática rusa, una especie de misterio en el fondo de la mirada, acompañado de cierto sueño, como si estuviera medio narcotizado o hipnotizado por algo tendente a la somnolencia eterna. Hay una cierta tristeza, no hay esperanza ni alegría.
Las posturas de ambos son de inmovilidad, una actitud que el hombre contemporáneo detesta. El espíritu religioso debe ser meditativo, reflexivo, orante y desconfiado de la agitación continua del hombre moderno, que es opuesta a la posición de alma normal del verdadero católico. Éste no debe ser agitado ni tener una falsa mística, debe tener una alegría fuerte, varonil, acompañada de una decisión para el sacrificio, para el holocausto, para la batalla, debe tener el gusto de la lucha.
En un zar que fuese católico, podríamos imaginar un varón sin ese distanciamiento de la realidad, ni absorto en esa falsa mística. Por el contrario, tendría una mirada elevada, serena, noble e inclinada a lo sublime. Así él sería un guerrero, ora montado en un caballo listo para una batalla, ora sentado en el trono desde donde conduce a su pueblo. De ese modo él no sería sólo un símbolo para inspirar a los otros, sino a un comandante de sus súbditos.
Excertos de comentarios del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sin revisión del autor.
La noche del pasado día 22 se produjo la erupción del volcán Popocatépetl localizado en el centro de México provocando el pánico y una columna de humo de más de 4 kilómetros.
No es de extrañar que las entrañas de la tierra se revuelvan si consideramos que la espiral de violencia y muerte parece no tener fin. Un país con tantos recursos humanos, naturales, históricos y turísticos se desangra, inútilmente, por la venta, trasiego, control y exportación de droga, por el robo, el secuestro o la pura maldad.
Por un lado, la humildad y el sentido de la cortesía, por el otro, la maldad y el crimen por la ganancia ilícita, por la ambición, así como por la pobreza en la que se encuentran millones de personas.
El año 2018 es ya oficialmente el más violento de los registrados hasta la fecha. El saldo final fue de 34.202 personas asesinadas.
Esto significa un promedio de 93.7 asesinatos diarios, por tanto, cuatro asesinatos por hora o uno cada 15 minutos.
El pasado año se registró un aumento del 15% de personas asesinadas respecto a 2017, año que ostentaba hasta ahora el récord de violencia.
Nueve de cada diez actos delictivos quedan impunes y hay una cifra extraoficial de 40.000 desaparecidos.
En cuatro años, de 2014 a 2018, la tasa de homicidios ha crecido 74 por ciento. Dicho en otras palabras, hubo 16.886 asesinatos más, casi el doble en ese corto periodo de tiempo.
Para colmo de males fue elegido presidente un comunista como López Obrador. Es la cizaña esparcida por Rusia y sus satélites, como la isla prisión cubana o la narco dictadura venezolana, por cierto, se ha visto esta semana la cabeza de la serpiente rusa dando un respaldo total a ese régimen. Ya en diciembre visitaron Caracas disuasoriamente dos bombarderos nucleares rusos.
Curiosamente los gerifaltes de los países que claman contra los crímenes en Venezuela no rompen relaciones con quienes los apoyan, lo que evidencia la teatralidad de la política internacional.
Mientras unos comen rápidamente una comida hecha en serie, otros esperan su turno.
Nadie sonríe. Una u otra persona dice alguna cosa, pero no hay conversación.
Todos piensan en el trabajo que hicieron o en lo que harán.
Muchos hombres están con sombrero, como si estuviesen en una estación o en un autobús.
Obsérvese cómo se visten los personajes: son todos de una clase equivalente a la mediana o pequeña burguesía. Precisamente el nivel de la familia del cuadro que analizamos ayer.
Es el interior de un restaurante de comida rápida de los años 50 en una gran ciudad moderna. Y así almuerzan, muchos días del año, millones de personas, y otras además de comer también cenan de esa manera.
Las grandes aglomeraciones, la consecuente concentración de los negocios, la aceleración del ritmo de vida que de ahí se deriva, acentuada todavía más por la vertiginosa facilidad con que la radio, televisión, Internet, teléfonos móviles, etc.implican la rápida circulación del dinero, todo en fin concurre para darle al hombre moderno unas condiciones de vida muy agitada.
Sí. ¿Pero a qué precio para su salud, sus nervios, su equilibrio, su virtud y su vida de familia?
¿No es esto un ejemplo de la mecanización peligrosa de la vida, contra la cual ya el Santo Padre Pio XII alertó al mundo?
Una sala con proporciones calculadas con inteligencia, bastante alta y bastante ancha como para dar al mismo tiempo las impresiones armónicamente contrarias de intimidad y desahogo. En ella caben holgadamente los muebles, los cuadros, la lámpara, las personas, con espacios con suficiente amplitud para que estas se muevan despreocupadamente, sin tropezar en alguna cosa o en alguien. Los muebles no son lujosos. Sólidos, decentes, cómodos, apacibles a la vista se prestan ellos también holgadamente al uso humano. Buena mesa espaciosa en la que puede sentarse una familia numerosa, y sobre la cual pueden acumularse sin problema los manjares saludables y modestos, servidos en un almuerzo de aniversario de una familia situada entre la pequeña y la mediana burguesía. Sillas bien torneadas, de líneas amenas, suficientemente fuertes para durar indefinidamente. Gran alfombra, sin lujo y de fabricación comercial, se ve que da cierto calor a la sala. Las ropas están en perfecta coherencia con el ambiente. De buen tejido, confortables y con un corte al cual no le falta una cierta distinción burguesa. La criada, vestida más modestamente, pero con decencia y confort. Por la ventana, protegida por persiana y cortina, entra una luz agradable, suficientemente intensa para toda la sala, aunque graduada para no herir los ojos y para conservar una claridad serena y calida en el ambiente. Calma, templanza, amenidad, son las notas dominantes del cuadro. Los trajes sumamente recatados dan un aspecto de pureza a esta vida de familia, que explica a su vez la cordialidad de su convivencia. En una familia en que haya entrado el gusano roedor de la impureza, las almas no tienen salud ni frescor para deleitarse en afectos castos como los del hogar. Todos se sienten felices y distendidos en ese ambiente en que cada uno sabe que es estimado, apoyado y considerado según merece. Nótese la situación del anciano matrimonio. Lo que la familia tiene de más afectivo se vuelve hacia ellos. Las dos hijas rodean a la madre, llenas de respetuoso afecto. La niña se siente feliz y honrada en ofrecer una bebida al abuelo, bajo la mirada atenta y simpática del hombre de edad madura. Para la alegría de los niños hay también lugar en esta reunión. Dos niños conversan risueños, otra niña está siendo cariñosamente servida por su madre. Más allá otro niño, de índole tranquila, goza en paz su sosiego. Entretanto la pequeña homenajeada, feliz y grave como una reina bajo su arco de flores, acaba de saborear un manjar, y su mirada vaga por el comedor, a la vez despreocupada y atenta. Pero siendo amplio el protagonismo de los niños, no son ellos los que dominan la sala. Si se viese alguna imagen o una nota sobrenatural trascendente, daría más elevación a este interior doméstico tan tradicional fruto de la auténtica civilización cristiana. En suma, ambiente favorable a la salud del alma y del cuerpo, que dispone admirablemente los espíritus para la virtud sólida, seria, equilibrada y estable.
Excertos de comentarios del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira aparecidos en la sección Ambientes, Costumes e Civilizaçôes da revista: "Catolicismo".
Jean-Michel Sallmann: «Exterminar al pueblo indio en América no hubiera tenido sentido para los españoles»
El profesor de Historia en la Universidad francesa de París X-Nanterre acaba de publicar en castellano el libro «Indios y conquistadores españoles en América del norte: hacia otro El Dorado» (Alianza Editorial, 2018), con el objeto de alumbrar de forma amena y minuciosa la odisea hispánica menos conocida al otro lado del charco
El conquistador Hernando de Soto descubre el Misisipi en 1541, por W.H. Powell
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Los españoles llegaron al norte de América buscando lo mismo que en el sur, descubrir una nueva Tenochtitlán o un nuevo Cuzco. La historia de Juan Ponce de León, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Francisco Vázquez de Coronado o Pánfilo de Narváez no tiene nada que envidiarle a la de Francisco de Pizarro en Perú o la de Hernán Cortés en México, salvo porque los resultados fueron menos espectaculares. Arriba no había grandes imperios que someter, sino una algarabía de tribus dispersas por un territorio enorme y hostil, pronto en disputa con franceses e ingleses.
El profesor de Historia en la Universidad francesa de París X-Nanterre Jean-Michel Sallmann acaba de publicar en castellano el libro «Indios y conquistadores españoles en América del norte: hacia otro El Dorado» ( Alianza Editorial, 2018), con el objeto de alumbrar de forma amena y minuciosa la odisea hispánica menos conocida al otro lado del charco. Su obra e investigación, que cuenta con una excepcional traducción de Ramón García Fernández, cubren un gran vacío historiográfico. Si Sallmann puede, a pesar de no ocultar su admiración por la hazaña de esos españoles, sortear o no algunos de los tópicos de la Leyenda Negra resulta más difícil de determinar...
¿Por qué los conquistadores de América del Norte han atraído apenas atención en comparación al resto de aventureros?
Depende desde qué lado lo mires. Del lado español, el resultado de estas expediciones es decepcionante. Por lo tanto, es preferible, desde el punto de vista de la historia nacional, enfatizar las conquistas que han tenido éxito en Centroamérica o en los Andes, en lugar de aquellas que han fracasado. Por otro lado, en el lado estadounidense, estas expediciones han sido analizadas con precisión, pero nuevamente, desde un punto de vista estrictamente nacional. Trataron de utilizar las crónicas que llegaron a nuestros días para encontrar a los jefes indios que desaparecieron entonces o que migraron del mapa de los actuales EE.UU. En ambos casos, el aspecto geopolítico ha sido ignorado a favor de la novela nacional.
¿Por qué el avance en el norte fue más complicado que en los territorios dominados, como México y Perú, por imperios bien armados?
Los españoles, los castellanos, para ser más precisos, no eran muy numerosos. Los ejércitos que conquistaron México y Perú tuvieron números reducidos de efectivos, unos pocos cientos para el caso de Cortés, 150 a 200 para el de Pizarro. En este sentido, los imperios azteca e inca estaban centralizados y organizados en federaciones de jefes que aceptaban a regañadientes el poder del mando dominante. Bastó reunir a unos pocos jefes disidentes, como los tlaxcaltecas en México, por ejemplo, y tomar el centro político de estos imperio (Tenochtitlan, Cuzco) para que el resto colapsara. Al norte de México la situación era diferente. Los territorios son muy extensos, las poblaciones muy dispersas, ya sea en aldeas «oasis» a lo largo de los ríos, o en formas tribales y nómadas (los apaches, por ejemplo). Los medios utilizados para conquistarlos se revelaron con el tiempo insuficientes, especialmente porque los conquistadores no encontraron lo que habían ido a buscar: minas de metales preciosos, ciudades ricas para saquear como lo fueron Tenochtitlán o Cuzco...
Usted dice en el libro que nada queda de la huella española en América del Norte al respecto del supuesto fracaso de los españoles en esta región. ¿Es posible que la historia contada por el mundo anglosajón (enemigo tradicional del mundo latino y católico) haya solapado parcialmente la memoria hispánica?
Tal vez decir nada sea exagerado. Decir que no queda mucho sería algo más correcto. Sigue siendo una ciudad española la primera creada en el continente, San Agustín, así como algunos nombres de lugares como San Francisco o Albuquerque. Florida fue cedida en 1819 por el Tratado de Adams-Onis. México se independizó en 1821, y pronto cedió el 40% de su territorio a los Estados Unidos por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). La frontera entre los dos estados se estableció en el Río Bravo (Grande para los estadounidenses). Aquello fue una hemorragia considerable para el mundo hispánico.
Dicho esto, no hay que confundir a España con México. Sin negar su pasado español, México quiere ser un país mixto de españoles e indígenas. Aquella súbita pérdida de territorio sigue siendo un amargo recuerdo para la pobre México «tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», por usar una expresión de Porfirio Díaz. Hoy son los mexicanos y los centroamericanos quienes están conquistando estos territorios perdidos, pero pacíficamente, gracias a la fertilidad de su población. Y con muro o no muro, Estados Unidos nunca detendrá esta presión demográfica.
¿Los ingleses y los franceses actuaron en su avance de manera diferente a los españoles con la población indígena?
Sí, a los tres pueblos colonizadores les fue bien de una manera diferente. Los españoles llegaron a América en busca de una fortuna inmediata, ya sea saqueando ciudades ricas en metales preciosos o encontrando vetas de oro o plata. Los conquistadores también trataron de trabajar tierras (encomiendas) en las que vivir como aristócratas. Necesitaban la mano de obra india para cultivar estas encomiendas y explotar las vetas de metales preciosos. Como buenos católicos, cristianizaron a los indios gracias al conocimiento de las órdenes religiosas, mezclándose con las familias principescas indias y con los estratos más modestos de la población india al elegir allí a sus esposas. Probablemente no haya en el México actual un indio cuya sangre sea pura. En Perú, el historiador, poeta y filósofo Garcilaso de La Vega estaba orgulloso del título de Inca que se había atribuido a sí mismo, pero en realidad era mestizo, hijo de un conquistador y de una princesa inca.
Ingleses y franceses procedieron de manera diferente. Los franceses fueron relativamente pocos en América del Norte, poco atraídos por Canadá y su clima hostil. Los que emigraron allí lo hicieron interesados, sobre todo, en el comercio de pieles, que era un negocio muy rentable. Muchos de ellos se convirtieron en «corredores», se casaron con indias y se «indianizaron». La debilidad demográfica por parte de estos colonos franceses los obligó a confiar su protección en los jefes indios aliados para resistir a los ingleses.
Los ingleses se sintiron atraídos por América por razones religiosas y políticas. Los disidentes religiosos y los opositores políticos encontraron allí un refugio y abundantes tierras fértiles para explotar. Sin embargo, los indios les resultaron molestos. Después de haber probado a vivir, como los colonos franceses, del comercio de pieles, intentaron establecer en el continente una sociedad que se asemejara lo máximo posible a la que habían dejado en las Islas Británicas. Pronto, estos invasores se apoderaron de tierras indias empujando a las poblaciones nativas hacia el oeste. Cuando la migración comenzó a hacerse masiva por razones económicas en el siglo XVIII, y especialmente en el siglo XIX, no dudaron en usar la violencia contra esta población indígena. El ejército de los EE.UU. recibió órdenes de recluir a los indios en reservas, cuyos límites ni siquiera se respetan con el tiempo.
¿Consideras que los españoles, a tenor de la caída demográfica que se produjo entre los indígenas, fueron responsables de un genocidio en América?
Para hablar de genocidio, lo primero es definirlo. El genocidio consiste en una política voluntaria de aniquilación de una población. No hubo genocidio de los pueblos indígenas por parte de los españoles por una simple razón: los españoles conquistaron territorios para enriquecerse y acceder a un estilo de vida aristocrático mediante la explotación de tierras y minas de oro y plata. No intentaron trabajar allí por su cuenta, sino hacer que la fuerza laboral local trabajase para ellos. La desaparición de casi el 90% de la población indígena en América Central se debió a epidemias causadas por enfermedades desconocidas allí y para las cuales los indios no eran inmunes. Es obvio que la caída de la población nativa perjudicó la rentabilidad de las encomiendas, como se puede comprobar a través de los textos que enviaron estos propietarios al Consejo de Indias en Sevilla. Los archivos nos muestran perfectamente que estos aristócratas fueron los primeros en lamentar la caída de la fuerza laboral india. No fue hasta la década de 1650 que se detuvo la sangría demográfica. Exterminar al pueblo indio no hubiera tenido sentido para los colonos.
El ejemplo de Canadá es interesante en este punto. Cuando los franceses pisaron el continente en la década de 1530, las poblaciones costeras ya sufrieron el choque microbiano provocado por los pescadores de bacalao y los balleneros vascas, bretonas e inglesas que habían estuvieron pescando en la costa desde finales del siglo XV. Los indios murieron de viruela y enfermedades pulmonares sin haber conocido a ningún europeo.
Después de la Guerra de Independencia estadounidense, las 13 colonias experimentaron un despegue demográfico y económico. Todo lo contrario sucedió en la otra América después de la partida de los españoles. ¿Por qué un territorio fue hacia abajo y otro hacia arriba?
Las 13 colonias independientes se desarrollaron gracias a la inmigración masiva de todos los países europeos y al trabajo de los esclavos africanos. También heredaron las revoluciones comercial, industrial y agrícola que se estaban manifestando en todo el norte de Europa desde finales del siglo XVIII. Nueva York y Boston estaban conectadas con el resto del mundo gracias a su poderosa marina. La cultura industrial del algodón y el tabaco enriqueció a las colonias aristocráticas del sur, y la industria pesada temprana se desarrolló en las colonias del norte.
Mientras tanto, nada de esto está sucediendo en España, que seguía viviendo en el siglo XVI. Su imperio estadounidense vivió ese mismo ritmo y no fue hasta finales del siglo XIX cuando México comenzó a resurgir de su letargo económico, gracias a la apertura de su economía al capital extranjero y luego a la explotación de sus fabulosos depósitos. De aceite en el siglo XX. México es hoy una de las primeras potencias económicas del mundo, a pesar de la guerra civil latente que la socava.
¿Qué opinas de la reciente controversia sobre la retirada de las estatuas españolas de Cristóbal Colón y Fray Junípero en los estados americanos con pasado hispano?
El nacionalismo es y siempre será una estupidez que inflama los peores instintos del hombre.
Nací en Madrid en el año 1.948. Estudié durante nueve años en los colegios de la Compañía de Jesús de Areneros y del Recuerdo de Madrid.
Licenciado en derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, estudié también los dos primeros cursos de Ingeniero de Minas del plan 1964 en la E.T.S.I. de Minas de Madrid.
Además de mi lengua materna, el castellano, leo fluentemente el portugués, francés, italiano, y latín. Tengo nociones de inglés, griego y hebreo bíblico.
Desde muy joven ingresé en la Familia de Almas fundada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, habiendo sido fundador y presidente de la Sociedad Cultural Covadonga – TFP.
Como miembro de la Familia de Almas fundada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, asumo totalmente el análisis filosófico-histórico de su obra cumbre: el libro Revolución y Contra-Revolución, síntesis de su pensamiento en esta área, y punto de partida para el apostolado lego del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y de toda la Familia de Almas por él fundada. Con sus propias palabras diremos: «Revolução e Contra-Revolução não é senão uma aplicação da Doutrina Católica a certas situações históricas». En la médula de su pensamiento están: El Magisterio Tradicional de la Iglesia y Santo Tomás: «Sou tomista convicto. O aspecto da Filosofia pelo qual mais me interesso é a Filosofia da História. Em função deste encontro o ponto de junção entre os dois gêneros de atividade em que me venho dividindo ao longo de minha vida: o estudo e a ação. O ensaio em que condenso o essencial de meu pensamento explica o sentido de minha atuação ideológica. Trata-se do livro Revolução e Contra-Revolução» (cfr. Auto-retrato filosófico de Plinio Corrêa de Oliveira. Revista “Catolicismo” (http://www.catolicismo.com.br), outubro de 1996, N° 550. Editora Padre Belchior de Pontes Ltda. Sáo Paulo – Brasil. Cfr. También en el sitehttp://www.pliniocorreadeoliveira.info/).
Este Blog «Las Españas», que considero una forma de apostolado lego, copia las noticias de modo indicativo, no exhaustivo, que señalan en qué estado está España, por eso prácticamente el noticiario seleccionado se dedica a España, aunque a menudo reproducimos noticias que no son de España, pero que conforme el caso pueden afectar al rumbo histórico de España.
¿Por qué «Las Españas»? Fue el título de nuestros Reyes, Reyes de todas Las Españas, desde los Reyes Católicos hasta el Rey Carlos II último rey de la Casa de Austria. Representa el respeto a la diversidad regional.
Finalmente diremos que ese apostolado tiene como ideal el enunciado por San Luis María Grignion de Montfort en su «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santíssima Virgen». «Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae» (op. cit., Vozes, Petrópolis, 1984, 13ª ed., no 217, pp. 210-211).