3 de junio de 2018
Y la utopía abandonó a Israel
Y la utopía abandonó a Israel
70 años después de
nacer como un ideal ético colectivo, el Estado hebreo acentúa su perfil
nacionalista y militar con el Gobierno de Netanyahu
Dos
soldados israelíes en 2017 en un puesto de control de un asentamiento en
Hebrón. CHRIS MCGRATHGETTY
Decenas de jóvenes escuchan a un elenco de viejas
glorias de la izquierda, pacifistas e intelectuales frente a la sede del Teatro
Nacional de Israel, en la plaza de Habima en Tel Aviv, mientras un puñado de
ultraderechistas les increpa desde la esquina del bulevar Rothschild, tras un
cordón policial: “¡Marchaos a vivir a Gaza!”. Orillado por edificios de estilo
Bauhaus, este paseo, donde se declaró hace 70 años la
independencia del Estado hebreo, aún conserva el marchamo de la modernidad.
“Hemos olvidado la historia, los valores del
judaísmo”, musita desde su silla de ruedas Yael Dayan, exdiputada
del partido laborista. “En [las protestas de] Gaza ha habido muchos
muertos por los disparos de nuestros soldados”, desgrana con una mueca de
dolor, tras haber leído en la tribuna el testimonio de un francotirador militar
anónimo que combatió en el enclave palestino. Antigua vicealcaldesa de Tel
Aviv, Yael, la hija de Moshe Dayan —el general que derrotó en
seis días a tres Ejércitos árabes e inauguró la ocupación—,
mantiene a los 78 años la intensidad de la mirada de las generaciones pioneras
de Israel.
“¡Fuera traidores!”, arrecian los gritos de los
extremistas mientras hacen ondear banderas de la estrella de David, y los
agentes los contienen con aire de aburrimiento. “También nos hemos vuelto
racistas”, sostiene Dayan, conectada a un respirador. “Aunque nacimos como un
país de inmigrantes perseguidos, el Gobierno ha intentado deportar a miles de
refugiados africanos”. La veterana política ha venido a apoyar un acto público
organizado por el movimiento de soldados
veteranos Romper el Silencio, una de las organizaciones pacifistas
que aspiran a ser la conciencia crítica de la sociedad hebrea, cada vez más
escorada hacia el nacionalismo. “Solo unos pocos se atreven a decir hoy la
verdad sobre la ocupación. El país ya no es el mismo”, sentencia Dayan, “pero
no es tanto Israel el que ha cambiado como su liderazgo”.
La compleja división política israelí se debe a la
fragmentación provocada por un sistema electoral con fuerte proporcionalidad en
el reparto de los 120 diputados de la Kneset (Parlamento), según el analista
político Daniel Kupervaser. “Si se revisan resultados y sondeos, se aprecia la
solidez de un bloque de la derecha, con 57 escaños, formado por el partido
conservador Likud de Benjamín Netanyahu, y la extrema derecha de Avigdor
Lieberman [actual ministro de Defensa], al que se suma el nacionalismo
religioso de los colonos y los ultraortodoxos. Luego, hay un segundo bloque de
fuerzas de centro, que incluye al laborismo, con 45 diputados, y, por último,
un tercer grupo que suma 18 escaños, en el que están Meretz [izquierda
pacifista] y los partidos árabes israelíes”. Los partidos de este último bloque
están considerados como “inadmisibles” para conformar “una coalición sionista”,
así que el centro solo puede gobernar con la derecha, explica Kupervaser. Así,
en las elecciones legislativas de 2009 la dirigente liberal
Tzipi Livni obtuvo más votos que Netanyahu, pero no pudo formar
un Gabinete de coalición por el veto de los partidos conservadores.
La compleja división
política israelí se debe a la fragmentación provocada por un sistema electoral
con fuerte proporcionalidad en el reparto de los 120 diputados
“El Likud de Netanyahu solo controla una cuarta
parte del Parlamento”, advertía recientemente la liberal Livni en un encuentro
con periodistas en Jerusalén. “Las alianzas pueden cambiar dentro de poco”. Sus
palabras aludían a los casos de corrupción que planean sobre el primer ministro, Netanyahu,
y amenazan con forzar su dimisión si el fiscal general le inculpa por fraude y
soborno.
Livni ha ocupado el cargo de viceprimera ministra,
y ha sido la titular de Exteriores, Justicia y de otras carteras,
convirtiéndose en la mujer que más ha ascendido en la pirámide del poder en la
historia de Israel, tras Golda Meir, jefa de
Gobierno entre 1969 y 1974. También encabezó las últimas
negociaciones de paz con los palestinos, suspendidas hace cuatro años. Desde la
oposición de centro-izquierda, cita los sondeos para apoyar sus argumentos: “La
sociedad está mayoritariamente a favor de la solución de los dos Estados,
aunque no sabe cuándo se podrá alcanzar. Solo unos pocos defienden un Estado
binacional [la anexión de los territorios palestinos]”. El partido de Livni,
Hatnuah, está asociado al laborismo en la denominada Unión Sionista.
Coincidiendo con su 70º
aniversario, en un mes Israel ha sentido el vértigo de una
aceleración histórica. Ha habido una rápida sucesión de acciones y reacciones.
En un alarde de protagonismo de Netanyahu, se presentó en televisión el archivo
atómico secreto localizado por agentes del Mosad en Teherán, poco antes
de la ruptura por parte de
EE UU del acuerdo nuclear con Irán, y del ataque militar israelí a
gran escala contra objetivos de la Guardia Revolucionaria de Irán en Siria.
Pero el hito que ha marcado la conmemoración de la independencia ha sido sin
duda el traslado de la Embajada
estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, que ha consolidado el
alineamiento del presidente Donald Trump con los intereses estratégicos del
Gobierno de Netanyahu.
Mientras la hija del mandatario de EE UU Ivanka
Trump inauguraba en su nombre la legación diplomática de la Ciudad Santa en un
clima de euforia local, los disparos de los francotiradores del Ejército
causaban la muerte de 62 manifestantes ante la valla de separación fronteriza.
La Autoridad Palestina incluyó esos hechos en la denuncia por crímenes de guerra
que días más tarde presentó en la Corte
Penal Internacional de La Haya.
Esta misma semana, la escalada bélica entre
Israel y Hamás —el movimiento islamista que gobierna de facto
en el enclave— ha estado a punto de desbordarse, con el mayor lanzamiento de
cohetes registrado desde la Franja, y los bombardeos más intensos de la
aviación hebrea desde el fin de la guerra de 2014.
Las repercusiones de esta crisis en Gaza han ido
más allá de la condena a Israel en foros internacionales. El cantante brasileño
Gilberto Gil ha cancelado su concierto en Tel Aviv ante la situación en la
Franja. El primer ministro
francés, Édouard Philippe, ha pospuesto indefinidamente una visita
oficial alegando problemas de agenda. Otros artistas y políticos han decidido
retrasar viajes previstos a Israel tras los incidentes del 14 de mayo.
Pocas semanas antes de que se disparara la
violencia en el territorio costero palestino, la actriz
israelo-estadounidense Natalie Portman boicoteó
la entrega en Jerusalén del Premio Génesis —considerado el Nobel judío—
concedido a toda su carrera. No se encontraba “en condiciones de asistir a un
acto en Israel con la conciencia tranquila”, declaró a través de sus
representantes.
“El triunfo de la derecha en 1977 marcó el final de
la utopía fundacional de los laboristas que gobernaron durante tres décadas”,
dice el historiador Meir Margalit. “Empezó el declive de la experiencia de los
kibutz (granjas colectivas) o de la hegemonía social del Histadrut (sindicato
único). La sociedad israelí se ha vuelto mucho más individualista”.
Tras el giro político
de 1977, los Acuerdos de Oslo alumbraron en 1993 la esperanza de una solución
al conflicto
Margalit fue concejal de Jerusalén por el partido
Meretz, tercera fuerza parlamentaria en 1992 en vísperas de los Acuerdos de Oslo. Pero
la izquierda pacifista ha acabado siendo la lista menos votada en los últimos
comicios legislativos, celebrados hace tres años. Meretz estuvo entonces a
punto de no superar el umbral del 3% del sufragio que permite asegurarse una
presencia en el Parlamento. “Israel pasó de ser una sociedad humanista a
convertirse en una militarista a partir de la ocupación de 1967”, sostiene este
intelectual de origen argentino. “El militarismo se ha asentado sobre las
figuras de generales como Moshe Dayan, Isaac Rabin, Ehud Barak o Ariel Sharon,
que alcanzaron la cima del poder civil”, explica. “Mientras, el humanismo ha
quedado en manos de escritores como Amos Oz, David Grossman o
A. B. Yehoshua, muy conocidos en el exterior, aunque sus ideas en Israel solo
representan a una minoría”.
Compañero de generación de Etgar Keret y uno de los
narradores más populares en el Estado judío, Assaf Gavron,
de 49 años, ha visto publicadas en varios idiomas algunas de sus novelas, como
La cima de la colina, una alegoría sobre la vida de los colonos en los
asentamientos en Cisjordania. La única de sus obras traducidas al español, sin
embargo, es un ensayo incluido en la antología Un reino de
olivos y ceniza (Literatura Random House), que reúne
escritos de 26 autores de 14 países en el 50º aniversario de la ocupación de
Palestina. Keret es el único israelí que participó en el proyecto junto a
escritores como el Nobel Mario Vargas Llosa o el premio Pulitzer Michael
Chabon.
“Mis padres eran unos judíos sionistas convencidos
que abandonaron Reino Unido para instalarse en Israel”, rememora Gavron, “pero
años más tarde llegaron a plantearse regresar a Europa, ante la evolución
política del país. La sociedad israelí, además, se ha sumido en el victimismo
bajo los Gobiernos de Netanyahu: la gente acepta sus mensajes sin
cuestionarlos”. El escritor alude a la estratagema del primer ministro en la
campaña de las elecciones de marzo de
2015, cuando para movilizar a sus partidarios dijo que estaba
alarmado porque los árabes con nacionalidad israelí —cerca de un 20% de la población
del Estado hebreo—iban a votar “en manada”.
Gavron apunta precisamente a la ocupación como
causa central del vuelco dado por la sociedad israelí en el último medio siglo.
Las tropas israelíes protegen a unos 400.000 colonos en Cisjordania.
Otros 200.000 israelíes se han instalado en la parte oriental de Jerusalén,
ocupada en 1967 y anexionada en 1980. El movimiento colono cuenta con valedores
políticos en el seno del actual Gobierno, tanto en la formación nacionalista
religiosa Hogar Judío como en la ultraderechista laica Israel Nuestra Casa, que
concentra el voto de la inmigración pos-soviética.
Tras el giro político de 1977, los Acuerdos de Oslo
alumbraron en 1993 la esperanza de una solución al conflicto. “Lo pactado en
Oslo no tuvo apenas tiempo de poder aplicarse. Tras el asesinato de Rabin, en
1995, Netanyahu ganó por
primera vez unas elecciones y comenzó a desmontar todo lo que
había sido negociado”, precisa el historiador Margalit. “Fue entonces cuando en
sectores del laborismo empezó a cuajar la idea de que se podía alcanzar la paz
sin tener que devolver los territorios ocupados. Y ya se sabe que cuando la
izquierda empieza a imitar las políticas de la derecha, los votantes acaban
prefiriendo el modelo original”.
El clima de violencia visible durante la Segunda Intifada (2000-2005) hizo
que muchos israelíes dejaran de creer en las propuestas de Oslo. Los líderes
que se alternaron en el poder en Israel —Barack, Sharon, Ehud Olmert—
emprendieron fallidos procesos de negociación con los palestinos. El actual
Ejecutivo, considerado el más derechista en la historia de Israel, no ha
planteado iniciativas de paz. Y desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, en
enero de 2017, las vías de diálogo han quedado enterradas. “El conflicto
palestino puede haber caído en el olvido tras la crisis económica en Europa y
por la inquietud desatada en el continente por el temor a un aluvión de
refugiados”, concluye el historiador. “Y en el mundo árabe, la barbarie
yihadista del ISIS y la guerra de Siria han
acaparado toda la atención”.
La mayoría de los israelíes también parece
mostrarse convencida de que la gestión del conflicto está mejor en manos de la
derecha. Después de un mes de efemérides, condenas internacionales y
sangrientos incidentes, los sondeos reflejan el auge electoral de la derecha
pura y dura de Netanyahu y Lieberman,cuyo
respaldo por parte del público ha subido un 7%, hasta situarse en el 58% de
satisfacción ciudadana con su Ejecutivo, según una encuesta publicada por el
diario Maariv. De celebrarse ahora unos comicios, sus
partidos sumarían, respectivamente, más de un tercio de los escaños de la
Cámara, y con el apoyo de sus socios nacionalistas y ultraortodoxos
revalidarían una cómoda mayoría en la Kneset. Los laboristas y su aliada Tzipi
Livni parecen abocados, según el mismo estudio demoscópico, a perder la mitad
de los diputados que tienen.
Vargas Llosa describía
hace poco en EL PAÍS la transformación experimentada en la
sociedad israelí: “Un pueblo que había levantado ciudades modernas y granjas
modelo donde solo había desiertos, creado una sociedad democrática y libre, y
en la que un sector muy importante quería verdaderamente la paz negociada con
los palestinos. Ese Israel por desgracia ya no existe. Ahora es una potencia
militar, sin duda, y en cierta forma colonial, que solo cree en la fuerza”.
Amos Oz, el veterano escritor hebreo que acompaña estas páginas, se anticipó a
las previsibles censuras de quienes no suelen tolerar un escrutinio crítico de
su país. “No todo aquel que critica
a Israel es un antisemita”, declaraba a este diario hace tres años.
“Yo mismo lo hago”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario