2 de diciembre de 2018

NACHO ALDAY - ALEGRIA

viernes, 30 de noviembre de 2018


NACHO ALDAY - ALEGRIA – 01/12/2018

Escena captada en una calle de París. Cargando dos botellas, un niño camina hacia su casa. Lleva el suministro de dos días libres: sábado y domingo.

¡Qué modesto regalo! Sin embargo, que alegría triunfal y desbordante. ¿Cómo puede un deleite tan leve alegrar a alguien?

Evidentemente se trata de un niño de clase humilde, vestido con mucha modestia, aunque sin penuria. En medios como el suyo, se conserva no raras veces, incluso en las grandes ciudades, una casta y austera alegría de vivir la vida cotidiana simple, laboriosa, pero inspirada directa o indirectamente por el influjo sobrenatural y benéfico de la fe. En esa situación se acumulan reservas de paz de alma, de vitalidad y virtuosa energía, que vibran con cualquier pequeño regalo extra y con él se contentan. En la mesa de una familia así, basta un poco de largueza mayor en el comer y en el beber, para ocasionar una gran alegría.

Una vez más, se ve con esto que no es la abundancia de oro y mucho menos los excesos de la lujuria, que dan al hombre la felicidad posible en esta tierra. Por el contrario, es en la mortificación, en la sobriedad, en la integración seria y efectiva en una vida cotidiana normal, a veces penosa, que el hombre adquiere aquel virtuoso equilibrio que le da el gusto de vivir.

Pero después de que la humanidad y los jerarcas de la Santa Iglesia abandonaran a Nuestro Señor Jesucristo, todos estos valores morales que viven de la savia de la gracia comenzaron a declinar.

Cuando el demonio promete algo al hombre, es precisamente eso lo que le robará.

Y al hombre de Occidente, desde los albores de su apostasía en el siglo XIV, lo que el demonio viene prometiendo es una civilización que multiplique con la técnica las riquezas y los deleites de la voluptuosidad, produciendo una mayor alegría de vivir.

A tal punto la mentira fue total, que la Iglesia, por los labios de Pío XII, en el Mensaje de Navidad de 1957, tuvo que proteger contra la desesperación a millones de almas que, presas en las garras de esta civilización, llegaron a sustentar que la vida es un mal, el universo un error, y Dios un mito.

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