23 de enero de 2018
Rehén de Puigdemont
Rehén de Puigdemont
El 'procés' deja a Cataluña a merced del plan rupturista de un iluminado
Carles
Puigdemont, ayer a su llegada a la Universidad de Copenhague. TARIQ MIKKEL KHAN FOTO: AFP / VÍDEO: ATLAS
Los acontecimientos posteriores a las elecciones autonómicas del 21 de
diciembre no dejan lugar a la duda: el independentismo unilateral está
dispuesto a seguir su hoja de ruta. El fracaso del procés, la pérdida coyuntural de la autonomía por
la aplicación del artículo 155 y los propósitos de enmienda de algunos de los
líderes secesionistas encarcelados pudieron generar la ilusión de que el
separatismo catalán encontraría otras vías —legales y más moderadas— para
seguir avanzando en el autogobierno y ganarse la mayoría social que aún no ha
logrado para su proyecto. Su empeño, sin embargo, por investir presidente de la
Generalitat a Carles Puigdemont,
fugitivo de la justicia, perfila unos contornos mucho más radicales y dañinos
para Cataluña. Hoy, como se está demostrando, una de las regiones más ricas de
Europa es un mero rehén de un iluminado sin proyecto político con gran dominio
de la escena mediática.
A estas alturas, sin embargo, es ocioso criticar los desvaríos de
Puigdemont, que en Dinamarca se ha vuelto a presentar como la víctima
perseguida de un Estado de corte franquista y totalitario y eludiendo responder
acerca de su poco respeto por la ley. No. A estas alturas, es al bloque
independentista en su conjunto al que corresponde interpelar sobre la finalidad
de sus juegos malabares y sobre el proyecto, en definitiva, que proponen para
Cataluña más allá de la búsqueda del conflicto con el Estado con la defensa a
ultranza de una investidura imposible. Difícil imaginar hace bien poco que CiU,
el partido europeísta y hegemónico de Cataluña, ahora llamado Junts per
Catalunya, terminara en tan poco tiempo en manos de un caudillo insustituible,
abrazando los principios del peor populismo.
ERC intenta jugar a la ambigüedad, pero, más allá de sus palabras, sus
actos demuestran que la formación republicana se ha quedado sin discurso propio
y sigue prisionero de ese camino a ninguna parte que abandera Puigdemont. La
carta enviada por el nuevo presidente del Parlamento catalán Roger Torrent a
Mariano Rajoy es una aparente invitación al diálogo que insiste en la
transgresión de las normas y en la negación de la separación de los poderes del
Estado al pedir al Ejecutivo que facilite la investidura del político en fuga
porque lo contrario “comportaría la vulneración de derechos fundamentales”.
Todo parece indicar que el regreso a la normalidad habría dejado de ser
una opción para el bloque independentista. A fuerza de radicalizar a sus bases
—especialmente las de JxC— no vale la política de la ley y la razón. Torrent no
fijó ayer fecha de investidura, en contra de los usos habituales. Ni siquiera
la urgencia —señalada también por ERC— de formar Gobierno y poner fin al 155 es
capaz de modificar comportamientos asentados ya en la estrategia de
desestabilización del que consideran su contrario. Sembrados los vientos, se
sienten cómodos en la tempestad. El juez Llarena se ha negado a entrar en el
juego de Puigdemont y lo ha hecho con argumentos jurídicos de calado político.
La pelota está otra vez en el tejado del independentismo. El juego continúa.
¿Hasta cuándo?
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