6 de noviembre de 2018

NACHO ALDAY - CAMBIO

lunes, 5 de noviembre de 2018


NACHO ALDAY - CAMBIO – 06/11/2018

En 2016 al valenciano Miguel Fernández a sus 34 años no le hacía demasiada gracia su trabajo en la fábrica de piscinas. No encontró la felicidad en otra fábrica de muebles. Tampoco en la empresa donde hacía piezas de automoción y en la que trabajaba su padre. Necesitaba salir de Valencia porque la vida allí era frustrante, pasaba los días sin motivación. Entonces tomo una decisión radical: se hizo 778 kilómetros para cambiar los 21.000 habitantes de Picassent por los 20 paisanos de Sabuguido en Orense, la cadena de montaje por una vara de avellano, la compañía de la familia por la soledad del monte, el sol mediterráneo por la lluvia gallega, un perro canijo y chillón sobre el cojincito llamado Tobi por cuatro mastines silenciosos que duermen al raso, el baño en la playa atestada de gente por el chapuzón a solas en el río, el grupo de amigos de variada fauna por un rebaño de verdad con 240 ovejas y nueve cabras.

Vino escaldado de la ciudad, se siente más feliz aquí que cuando vivía en Valencia. Su padre llegó a trabajar a la fábrica después de estar cuidando vacas en Orense. Él se propuso hacer el camino inverso, salir de la fábrica en la que trabajaba su padre para ir a los montes. Un matrimonio de pastores al jubilarse le regalaron el rebaño. La pastora Jacinta le enseñó el oficio durante un año, no es un trabajo tan esclavo como la gente cree y menos si tienes un socio como en su caso que se ocupa de regar los pastos, del tractor, de desbrozar e incluso de los animales. Prefiere esto a ese modo de vida robotizada en una fábrica o una oficina. Aquí te haces más fuerte, más libre y no siempre se tiene que madrugar, tienes el trabajo al lado de casa, en el verano dejas a las ovejas a la sombra y vuelves a casa, haces tus cosas, comes, te echas la siesta y regresas al lugar donde las dejaste, no gastas tanto en comida porque siempre te dan patatas, tomates, hortalizas, manzanas, y leña.

Cada vez que llega a una ciudad, piensa lo mismo: no sabe cómo se puede vivir así, con esas prisas, ruido y humo. Al volver y ver el ambiente del campo se le ensancha el corazón. La gente no quiere estar sola, se ha perdido el recogimiento y da vértigo la soledad. Vive en un hermoso pueblo sin bar ni tienda por el que se llega tras un montón de curvas, en una casa de 30 metros cuadrados con suelo de madera de castaño, calentada con estufa de leña.


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