29 de septiembre de 2017
La voz de los que nunca hablan en Cataluña
ABC reúne a más de 70 catalanes que no quieren la independencia para explicar los motivos que les llevan a defender la unidad de España
No es fácil no ser independentista estos días en Cataluña. Mucho menos decirlo. Y ya si trabajas como funcionario en alguna de las instituciones catalanas, defender en voz alta la unidad de España o simplemente sugerir, como hizo Serrat, que no estás a favor del referéndum ilegal del domingo, se torna casi una temeridad. No toda la sociedad catalana respalda la desconexión. De hecho, con los últimos resultados electorales en la mano, hay más gente en contra de la causa que encabeza Puigdemont que a favor. Aun así, muchos prefieren guardar silencio para evitar represalias en el trabajo, en las barras de bar con sus amigos o en las sobremesas familiares. El mensaje independentista hace más ruido, pero el sentimiento español también está muy vivo en Cataluña.
A lo largo de esta semana, ABC ha recabado los testimonios de más de 70 catalanes que no quieren desconectar su tierra de España. Provienen de diferentes barrios, localidades, profesiones y estratos sociales. Son muy diferentes, unos tienen más experiencia en la vida –y canas– que otros, pero todos coinciden en que el mejor futuro para España y Cataluña pasa por caminar, como hasta ahora, de la mano.
«Yo no quiero la independencia porque en España nos necesitamos todos», defiende Alfredo García, un carpintero que, desde su taller del barrio de Gracia –el más independentista de Barcelona según las urnas– no se arruga al defender sus ideas. «Cada uno tiene que poder decir lo que quiera sin que le señalen con el dedo», insiste alguien que, pese a mantener que el independentismo es una mala idea, se define como «más catalán que nadie». «Además de catalán y español se puede ser buena persona», añade con ironía Josefa Tello, otra vecina de la capital catalana que rechaza de pleno la secesión.
Se trata de una cuestión de futuro y Montserrat Saltiveri, jubilada, lo sabe bien. «Quiero ser española y catalana porque quiero que mis nietos sigan viviendo en libertad», asegura, en la misma línea que Ignacia Redondo quien, desde Nou Barris y en pleno paseo vespertino con su marido, José María, resta importancia a la secesión para dársela a lo importante: «De independencia nada, traerá más ruina a unos tiempos en los que a la gente joven lo que le hace falta es trabajo».
«Si hay independencia, esto va a ser un caos grandísimo», opina Antonio Trujillo, quien aún recuerda su llegada a Barcelona desde Andalucía –uno de los territorios más estigmatizados por el discurso económico secesionista–, hace ya varias décadas. «Barcelona era una ciudad oscura y entre todos conseguimos levantarla», resalta Mayka Sánchez, igual que Mariángeles Gallego, quien reivindica «su ADN valenciano y murciano». Rosa Eslava, por su parte y junto a sus amigas, eleva otro alegato compartido por muchos: «Si nos echan, aquí se quedan cuatro. Barcelona es una ciudad construida por quienes llegamos de otros lugares».
Tampoco faltan motivos económicos ni sentimentales, como el que esgrime Alicia Villasante, que dice sentir España y Cataluña «en lo más profundo» de su alma; o Carolina Romero, que se niega a que nadie le quite «un trozo» de su corazón. Y si alguien quiere una muestra de linaje catalán, Luisa Bassols reconoce con orgullo que ella es española y que, además, tiene «no ocho, sino 48 apellidos catalanes».
El broche corre a cargo de un arquitecto técnico, Josep María Arpa, que a dos días de un referéndum que ninguno de los consultados apoyará, se hace dos preguntas que resumen el sentir general y que él mismo responde: «¿Cosas a mejorar? Muchas ¿Cosas a romper? Ninguna».
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