9 de septiembre de 2014

Amordazados en casa


En el escándalo de las niñas de Rothenham no hay detenidos
NIÑAS de once años violadas por media docena de adultos. Menores alquiladas y canjeadas como esclavas sexuales. Palizas sin fin. Sesiones bárbaras con grupos de adultos aplicando torturas y sevicias de todo tipo a niñas indefensas. Criaturas de doce dando alaridos de desesperación ante el dolor y el miedo. Criaturas bañadas en gasolina y amenazadas con ser quemadas vivas. Y no eran unas pocas desgraciadas caídas en manos de un par de psicópatas. Ha sido un fenómeno masivo. Continuado. Y conocido. Protagonizado por adultos conocidos por todos. Y son hasta 1.400 las menores víctimas de esta inmensa red de depredadores sexuales. Todo esto ha sucedido en la ciudad de Rothenham. Los testimonios son el horror absoluto. Una pesadilla. Pero ha sido la realidad en pleno corazón de Inglaterra. Realidad conocida durante casi quince años por las autoridades. Tres informes se elaboraron en pasados años sobre varias denuncias y en todos surgieron con mayor o menor detalle estas prácticas monstruosas. Pero policía, ayuntamiento y servicios sociales prefirieron mirar a otro lado. Cientos de funcionarios prefirieron ignorar los tormentos de estas niñas indefensas, procedentes de familias rotas y desestructuradas. Ha sido en Rothenham, en el norte pobre y desindustrializado de Inglaterra.
Llegado aquí el lector no entenderá cómo es posible que este horrendo crimen continuado haya sido posible tanto tiempo. No lo entiende porque yo le he sustraído un dato fundamental de la noticia. Y ese dato es que todos los violadores y torturadores de niñas inglesas blancas son miembros de la comunidad paquistaní de la región de Rothenham. Los autores eran musulmanes y las víctimas eran blancas. Y es un hecho, denunciado con indignación y horror por voces como los filósofos Roger Scruton o Slavoy Zizek, que durante más de una década la policía y los servicios sociales han callado el horror por miedo a ser tachados de racistas. Por temor a verse envueltos en una caza de brujas del antirracismo oficial y extraoficial que en la administración británica amenaza siempre con concluir en la pérdida del empleo del acusado. Es milagro que un funcionario blanco sobreviva profesionalmente a una acusación de racismo de un grupo de presión, con la terrible agravante de «islamofobia». Nadie dude de que, si los canallas implicados en las violaciones y torturas hubieran sido blancos, ya el primer informe habría tenido drásticas consecuencias y habría saltado a la prensa. Pero denunciar por tales horrores a paquistaníes musulmanes es algo a lo que nadie en Rothenham se atrevió hasta el último y dramático informe. En el que también se pasa de puntillas sobre el hecho. Aunque sea ese dato el que explica el trato colectivo de los depredadores a 1.400 niñas como despreciable carne de mujer blanca infiel. Se ha callado y tolerado todo por no poner en peligro eso que llaman comunidad multicultural, ese fantasmal saco de convenciones mentirosas en el Reino Unido, como en toda Europa y EE.UU. La corrección política, impuesta por izquierdas y minorías militantes, ha derrotado a la verdad en Occidente. Amordazados en nuestra casa, hemos asumido mil falacias y ficciones para evitar conflictos que ya hemos perdido, con nuestra cultura en permanente retirada y rendición. Esa nuestra cultura que, con su éxito al compaginar libertad y orden, creó las sociedades más democráticas y prósperas de la historia. Son estas sociedades abiertas las que han atraído a quienes vienen de unos estados fracasados debido a unas futuras del fracaso que son las que pretenden algunos imponernos. Este grotesco y trágico sinsentido lo hemos asumido sin apenas réplica. Hasta cuando la realidad más brutal devora literalmente a nuestras hijas, callamos. Se me olvidaba: en el escándalo de las niñas de Rothenham no hay detenidos.

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