20 de julio de 2013

La primera zancadilla al Papa

La primera zancadilla al Papa

El Vaticano ocultó a Bergoglio el oscuro pasado de un prelado al que designó para limpiar las finanzas

El Papa, a su llegada a Castel Gandolfo, cerca de Roma, el 14 de julio. / E. FERRARI (EFE)
Al papa Francisco ya le han puesto la primera zancadilla. El pasado 15 de junio, y dentro de su plan para limpiar las finanzas de la Iglesia, Jorge Mario Bergoglio nombró a monseñor Battista Ricca, de 57 años, como prelado interino en el Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano. Ricca, originario de la diócesis de Brescia, procede de la carrera diplomática, ha pasado 15 años en distintas nunciaturas antes de llegar a la Secretaría de Estado y en los últimos tiempos ejerció como director de la céntrica residencia donde el anterior cardenal de Buenos Aires se alojaba en sus visitas a Roma.
Allí lo conoció el ahora Papa, le causó buena impresión y, después de pedir los preceptivos informes y no ser advertido de ninguna irregularidad, lo nombró como su incorruptible representante en el interior del siempre polémico banco de la Iglesia. El problema es que, a la vuelta de un mes, las guerras de poder que provocaron la renuncia de Benedicto XVI, vuelven a reproducirse, con idénticas dosis de veneno y en forma de filtraciones periodísticas. Monseñor Battista Ricca sí tenía pasado. Un polémico pasado que los altos representantes de la Curia conocían, que ocultaron al papa Francisco y que ahora sacan a la luz para, según todos los indicios, hacerle pagar su furor reformista.
Vuelve la guerra de poderes que provocó la renuncia de Benedicto XVI
Nada más nombrar a monseñor Battista Ricca, quien fue presentado como una prueba de los deseos del Papa argentino de iluminar las oscuras finanzas del Vaticano, Jorge Mario Bergoglio empezó a recibir indicios de que había metido la pata. Distintos nuncios de visita en Roma le comunicaron —según publica el semanario L’Espresso— que el currículo de monseñor Ricca tiene diversos puntos oscuros, entre los que destacaron su paso por la nunciatura de Montevideo. El prelado italiano llegó a Uruguay en 1999 procedente de Suiza y después de haber prestado servicio en las nunciaturas del Congo, Argelia y Colombia. Pero fue en Berna donde, según los informes surgidos del Vaticano, monseñor Ricca conoció y trabó estrecha amistad con un capitán del Ejército suizo, Patrick Haari, a quien se llevó a Uruguay, alojó y empleó en la nunciatura.
Pero la conducta poco ortodoxa de Battista Ricca no quedó ahí. Según relata de forma prolija el semanario, el prelado se aficionó a la noche uruguaya y en los primeros meses de 2001 tuvo un altercado en un tugurio, llamó pidiendo socorro a la nunciatura y fue rescatado con el rostro magullado por unos sacerdotes. Pero al margen de las andanzas de monseñor Ricca —un incidente en un ascensor, un misterioso baúl de su propiedad conteniendo una pistola y abundante material pornográfico…—, lo cierto es que la guerra de poderes en el Vaticano que provocó la renuncia de Benedicto XVI, aquel “pastor rodeado por lobos”, vuelve a reproducirse. Tal vez ahora el objetivo sea distinto. Si entonces el problema era quién se hacía con el mando tras la muerte del anciano Papa alemán, ahora los tiros parecen ir en una única dirección: frenar la veloz carrera de Francisco por reformar el Vaticano.
Ayer mismo, el Papa creó otra comisión para reformar la estructura económica de la Santa Sede. El grupo está formado por siete laicos y el sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda, que actuará de secretario. La comisión viene a sumarse a la ya creada por el Papa para intentar limpiar el IOR. Un difícil camino sembrado de informes secretos dispuestos a explotar.

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