17 de julio de 2013

«En 30 años la era del coche habrá terminado e iremos en bici y "rickshaw" eléctrico»

CULTURA / RICHARD ROGERS _ ARQUITECTO

«En 30 años la era del coche habrá terminado e iremos en bici y "rickshaw" eléctrico»

Día 17/07/2013 - 14.21h

A punto de cumplir 80 años, el arquitecto responsable de la T-4 de Barajas y coautor del Centro Pompidou de París inaugura este jueves una retrospectiva en la Royal Academy of Arts

La semana que viene cumplirá ochenta años, pero el arquitecto británico Richard Rogers insiste en mirar hacia delante. Su mirada es la del visionario audaz y preocupado. En su cabeza ve cosas que, como en Blade Runner, nosotros no creeríamos. Y su imaginación urbana se guía por una máxima que toma de la Grecia Clásica: «Dejaremos la ciudad mejor y más bonita de como la encontramos». Rogers, nacido en Florencia (Italia) en 1933, recibió en 2007 el premio Pritzker, el «nobel» de la arquitectura. Es responsable del Centro Pompidou de París con su amigo Renzo Piano, de la Terminal 4 de Barajas y del último rascacielos en incorporarse al «skyline» de la City londinense, el llamado «rallador de queso», que completará el año que viene.
Pero su pasión, y su obsesión, es la ciudad. «Soy un urbanita, quizás es porque soy florentino», explica a ABC en una entrevista en Londres. «Creo en las ciudades-estado, las ciudades tienen equipos de fútbol y no construyen muros, como los imperios», añade.
Vestido con una de sus inseparables camisas de cuello mao y fuerte colorido, este octogenario de aire infantil prepara lainauguración mañana de una retrospectiva sobre 50 años de obra arquitectónica en la Royal Academy of Arts de Londres, la institución de la que forma parte desde 1984. Es miembro laborista de la Cámara de los Lores y fue ordenado caballero por Isabel II en 1981. Pero su alma es italiana.

«Era disléxico, pensaban que era tonto»

Habla el idioma, nos explica, sus padres eran italianos. En 1939, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, emigraron a Inglaterra cuando tenía solo seis años. «Entonces no se conocía la dislexia, y pensaban que era tonto». Solo descubrió que era disléxico cuando se lo diagnosticaron a uno de los cinco hijos que ha tenido, de dos matrimonios. Rogers está casado actualmente con Ruth Rogers, chef del conocido restaurante londinense River Café.
Aún así, en su cabeza todo está muy claro. Cuando Rogers piensa en la ciudad, piensa en la promesa que realizaron Piano y él cuando se presentaron al concurso del Centro Pompidou en 1971: «Un lugar para todas las personas». Entonces, instalaron una oficina hinchable durante cinco años a orillas del Sena, frente a la catedral de Notre Dame, para ejecutarlo. Ahora, sus sueños son llevados a cabo por un estudio de 180 personas, con oficinas en Londres, Shanghai y Sydney, en el que el 75% de los beneficios son compartidos por los socios y los empleados.
«Un arquitecto debe luchar con todo, con las formas, los materiales, por eso depende de su equipo, yo soy un ferviente creyente en el trabajo en el equipo», explica. «Pero si me pregunta, probablemente lo más difícil es pensar, si bien no se puede separar el resultado de su significado, la arquitectura no es solo construir un lugar, es capturar su espíritu».
Entre los proyectos de Rogers figuran propuestas de desarrollo de Pudong, el barrio moderno de Shanghai, e ideas para el Gran París, la ambiciosa visión para el futuro dela capital francesa lanzado por Nicolas Sarkozy y abrazado por su sucesor socialista, François Hollande. «Es sobre todo un ejercicio de ideas, dudo mucho que la mayor parte de lo que hemos escrito vea nunca la realidad, pero las ideas siempre van ganado terreno, y las ciudades deben cambiar a medida que el mundo cambia».
Descubrió España «tarde», confiesa, «hace 20 años de la mano de Pascual Maragall», cuando participó en el grupo de expertos para el desarrollo de Barcelona 92. «Hicieron algo impresionante», cree. Su huella más reciente en España es la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, y su terminal satélite. Sabe que plantea problemas. «No hay nada perfecto cuando diseñas algo». Le pregunto por qué tardan tanto en salir las maletas. Él reconoce que «es verdad que en la T-4 hay que caminar mucho». Recomienda que «se acorta mucho usando los ascensores». Y anima, con una maravillosa sonrisa y buen humor, a «disfrutar de los colores del arco-iris que hay en el techo».
«Los aeropuertos –dice- hoy día son centros comerciales con licencia para volar«. Pero defiende que, «si solo hacemos un centro comercial, no hemos aportado nada a la sociedad». Tercia con claridad en la polémica local del momento en Londres, y defiende sustituir Heathrow por un nuevo aeropuerto, como defienden el alcalde conservador, Boris Johnson, o el arquitecto Norman Foster ante las resistencias del gobierno británico. «Tendremos que construir un nuevo aeropuerto, y siempre he creído que debería hacerse en el estuario del Támesis por una razón: la pobreza en Inglaterra se concentra en el Este, por eso habría que hacerlo hacia el Este, la zona necesita un gran imán, y los aeropuertos lo son».
Su visión es al largo plazo. «Debemos pensar de aquí a los próximos 30 años, todo va a cambiar». ¿Y cómo serán las cosas entonces? «La era del coche se habrá terminado», vaticina. «Seguirán siendo útiles, pero ya hemos comenzado a hacer las calles más estrechas en lugar de más amplias, tenemos sistemas de transporte público cada vez mejores, cada vez más gente se mueve en bici, y hay un reconocimiento cada vez mejor del lugar de los barrios como lugar importante; mi apuesta es que en los próximos 30 años tendremos mucho espacio público extra porque las calles serán más estrechas, y usaremos “rickshaws” eléctricos o bicis en lugar de coches tan grandes para una sola persona».

La «ciudad compacta» de Rogers

Su visión cabe en lo que denomina la «ciudad compacta», que pasa por «no construir fuera de ella hasta haber rellenado todos los espacios modernizados o los espacios vacíos, y una ciudad como Londres está llena de ello, sobre todo en el Este, por haber sido un enorme centro industrial», cree. Según sus propuestas para «un Londres diferente», que pasan por la transformación de la zona de Southbank, al sur del Támesis, o de Trafalgar Square y la National Gallery, Rogers cree que se puede ampliar en un 10% el espacio utilizable en la ciudad modernizando y reformando los espacios existentes.
«Estaba en Berlín cuando cayó el muro y todo el mundo aseguraba que jamás vivirían en el Este, ahora todo el mundo vive en Berlín Oriental», recuerda. «El cambio ocurre siempre, y deberíamos empujarlo en la dirección correcta». Rogers asume la incertidumbre y las transformaciones del futuro con tranquilidad. En 2033, la capital británica tendrá dos millones más de personas, y él cree que cabrán en el marco urbano existente si se construyen un millón de casas, 250.000 plazas escolares, cinco nuevos puentes ligeros sobre el Támesis, cinco líneas de metro adicionales y bicis y árboles por todas partes. «Londres debe ir hacia lo eléctrico y lo pequeño», y cree que sus 600 barrios o municipalidades serán el corazón de una ciudad sostenible y policéntrica.

Arquitectura y terrorismo en Madrid y Nueva York

Acaba de poner en marcha una de las futuras torres de la «zona cero» de Nueva York, el 3 World Trade Centre, tras encontrar la semana pasada por fin un cliente para desarrollarlo, nos anuncia. Le encanta el Shard con el que ha coronado Londres su amigo Renzo Piano. Pero su ciudad compacta «no tiene por qué ser una ciudad vertical, debe haber diversidad». No tiene claro si los edificios puede curar heridas terroristas, pero sí cree que «los edificios pueden empeorar la huella terrorista, pueden incrementar el poder de los terroristas».
Cuando visitó por primera vez la «zona cero», los promotores les dijeron que no podrían construir nada de cristal a una altura de hasta diez metros. «Y pensé, [los terroristas] han ganado, si en el centro de la ciudad solo vamos a tener hormigón hasta los primeros diez metros, habrá que salir de la ciudad». Para Rogers, es el final de la ciudad. «No tiene sentido pretender que los edificios serán castillos en el aire», dice. «La respuesta es lo que vimos en Madrid, gente protestando pacíficamente con velas en las manos; la respuesta al terrorismo debe ser cultural».
A punto de cumplir 80 años, advierte que no tiene intención de dejar de trabajar. «Me gusta esto, de hecho he disfrutado mucho más la segunda mitad que la primera de mi vida».

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