2 de agosto de 2012
Despacito y con buena letra
VIDA&ARTES
Los alemanes dieron el grito de alarma: la caligrafía que alimentó la poesía de Rilke perece a mano de los ordenadores y los teléfonos inteligentes. Un estudio que citaba el diario Bild afirmaba que “uno de cada tres adultos no ha escrito nada a mano en los últimos seis meses”. A la pereza manual contribuye que un 79% de los hogares alemanes dispone de ordenador y que la venta de móviles ya es una estadística imparable.
Escribir a mano es bueno para el cerebro, dicen los expertos. En medio de aquella alarma alemana, un eminente psiquiatra, Manfred Pitzer, comentó que “la escritura es fundamental para fomentar la coordinación y las habilidades manuales”. Y su ejercicio periódico resulta esencial para la actividad cerebral.
Al tiempo que se producía esa alarma en Alemania, un periodista, Luis Martín, de EL PAÍS, realizaba una curiosa encuesta entre los seleccionados españoles que disputaban la Eurocopa. Entre las preguntas, Martín inquiría a cada uno de los futbolistas qué tal andaban de caligrafía. Extrañaba la pregunta, en un universo que cada vez se aleja más de la escritura básica, sustituida en todo el mundo por la amañada perfección de la industria. Luis incluyó esa pregunta en su excéntrico cuestionario porque su abuelo, el zapatero José Martín Díaz de Losada, solía decirle: “Tú que tienes buena letra, vete a comprar el vino”.
Todos los seleccionados serían capaces, a los ojos de este abuelo, de ir a comprar el vino. El periodista, que cubre el Barça, da fe. “Iniesta tiene una letra de trazo largo, como su juego, escribe bien... Xavi tiene una letra redondita, buenísima. Pedrito es muy legible, su letra es chiquita. Y la de Piqué es alargada, como él”.
Fuera del fútbol, ¿hay motivo para alarmarse en España? ¿Estamos aquí tan secuestrados por los ordenadores como para decir que la caligrafía se muere? José Manuel Pérez Carrera, catedrático de instituto, fundador de la Asociación de Profesores de Español, apacigua las alarmas. Los niños siguen practicando la escritura a mano en las escuelas y no es cierto que todo esté dominado por el lenguaje sincopado de la red digital y los móviles. Los adolescentes que ya han accedido a esos instrumentos “aprendieron a escribir de pequeños”.
Cuando los chicos empiezan a escribir en ordenadores o en móviles “ya tienen 12 años y dominan la escritura; así que cuando tienen que hacer un examen procuran una escritura legible. El que aprendió bien a escribir sigue escribiendo bien”.
¿Así que no hay riesgo de que la caligrafía descarrile? “El ordenador es una tentación muy grande; te permite corregir automáticamente y te produce la sensación de que está bien lo que has hecho. Pero la caligrafía es, para los adultos, un signo de distinción; es como la presentación de tu personalidad”.
Pero sí se pierde la escritura a mano, aunque cuando se ejerza sea legible e incluso elegante. “Ahora han venido mis nietos de un campamento de inglés”, dice Pérez Carrera, “y me han contado que en ese sitio solo se recibió una carta manuscrita en 15 días. Y fue una carta de la bisabuela de mis nietos. Cincuenta chicos, ni una carta”.
La escritura era el espejo del alma. Y es el reflejo de la personalidad, dice el académico Francisco Rico, que ha buceado en la caligrafía de Cervantes o de Petrarca. “Pero no es tan significativa, no te creas. Hay grupos que escriben con la misma letra que aprendieron juntos en el colegio. Yo he podido recibir cartas que he atribuido a mi mujer pero que era de otra porque todas las que estudiaron en el Sagrado Corazón de Jesús tienen la misma caligrafía”. En los tiempos de la escritura tecnológica, por otra parte, se pierde la necesidad de la mano y esta puede ser cada vez más torpe, concede el profesor Rico. “Yo empiezo a no saber escribir o escribir cada vez peor materialmente”.
ANTÓN CASTRO
La caligrafía es la búsqueda de la belleza a través de la expresión escrita. La caligrafía se hace con lentitud, con voluntad de perfección, con concentración y con un afán estético. En la escritura caligráfica uno quiere dar lo mejor de sí mismo con plena conciencia. Y se hace con una especial delectación: el calígrafo (y todos somos calígrafos de alguna manera en algún momento de nuestra vida) disfruta, percibe una sensación placentera en esa relación entre la mano, el papel, la tinta y lo que se quiere decir. El calígrafo, por ese acto de suprema concentración o abstracción, reflexiona, ordena el pensamiento, se ofrece al otro: a quien le vaya a leer.
Desde muy joven me he sentido seducido por la caligrafía de algunos escritores: los poemas de Neruda y sus cartas de amor a Albertina Azócar, la caligrafía tan particular y arborescente de Juan Ramón Jiménez y de Cela (conservo fragmentos de La familia de Pascual Duarte), las cartas de Vicente Aleixandre a los poetas aragoneses. Y digo a los poetas aragoneses porque las vi, las leí, las acaricié: a Luciano Gracia, a Julio Antonio Gómez, a José Antonio Labordeta, a Miguel Labordeta, a Guillermo Gúdel... Aleixandre expresó hace años algo que siempre había intuido: se había quedado ciego, poco después del Nobel, y dijo que no podía escribir poesía porque el verso también le brotaba de la relación que se establecía en su mente y en su cuerpo entre la mano que acaricia el papel, el bolígrafo y el cuaderno, algo que ya no podía hacer y que por eso, por esa falta de contacto físico y de percepción de la caligrafía por la ceguera, ni podía escribir ni podía soñar poemas.
Una de las cosas que hago con más cariño y lentitud por lo regular es la dedicatoria de los libros. Busco mi mejor caligrafía, y eso quiere decir mi máxima paciencia también, pienso en el otro, pienso en cómo es y pienso en qué mensaje quiero dejarle ahí para siempre. Y en ese instante, tengo la sensación de que soy un calígrafo que sueña, que envía una carta especial, que fija un discurso de pensamiento y de imágenes. Asocio la caligrafía a la beldad, a la claridad, al amor a las pequeñas cosas, a la artesanía. El calígrafo es un amanuense de metáforas.
Antón Castro es poeta y periodista.
La caligrafía queda más reservada a borradores, notas, apuntes, “una obra literaria se pasa directamente al ordenador”. La caligrafía se usa, denuncia el estudioso del Quijote, “para firmar cheques y tarjetas de crédito, así que es evidente la decadencia de la caligrafía, algo que supone en cierto modo una difuminación de la identidad”. Su colega, el también académico Salvador Gutiérrez, ve síntomas de descuido. “Estamos sustituyendo la escritura manual por el dedo pulgar. ¿Las consecuencias? No son previsibles. Lo importante es que se siga usando la mano en las primeras fases de la edad. Lo cierto es que la buena caligrafía refleja orden, y no solo en la escritura, sino orden para resolver los problemas de la vida. Una buena escritura manual augura un mejor porvenir. Y por supuesto el orden de la escritura evita el caos. La caligrafía es el orden en la página, la letra triunfa en la lucha entre el orden y el caos”.
Frente a esa decadencia surge con fuerza la tipografía; “las fuentes tipográficas suplen con su diversidad el uso de una determinada caligrafía”. Rico se distingue por el uso de la Courier, y explica con un chiste su desdén por la Tahoma: “Llega la Tahoma a un bar, y le dice el camarero: ‘Aquí no servimos a tipos como usted...”.
Pero la caligrafía sobrevivirá, al menos como memoria, “porque siempre se aprenderá a leer y a escribir con lo manual”.
Decían los viejos que despacio se escribe la buena letra. El refrán ya sirve para el pasado. Pero el diseñador Manuel Estrada cree que habrá una resurrección de la caligrafía. “Ahora parece que si no abrevias no estás en la modernidad. Y volverá la escritura a mano como expresión de la personalidad. Produce placer y comunica quién eres. Yo no dejo de escribir a mano. Todos aprendemos a dibujar, y el dibujo es escritura. Si no sabes escribir no sabes dibujar, y las conexiones neuronales reclaman el uso de la mano para dibujar, para escribir, para pensar. Que una civilización pierda la capacidad de escribir a mano no es un signo de modernidad sino de decadencia”.
La escritura es una obra de arte, dice el pintor José Luis Fajardo, que usa la palabra en muchos de sus cuadros. Como Cy Twombly, como Manolo Millares... “Cuando surgió el invento de Gutenberg se dijo que la caligrafía iba a morir, y mira cómo sigue, tan campante. No tienes sino que ver a los grafiteros...”.
La escritura manual distingue a la gente, como su palabra o como su ropa. Salvador Espriu, cuenta su editor, Josep Maria Castellet, “era meticuloso, limpio, iba bien vestido, con las uñas arregladas, con corbata... Así eran los textos que entregaba, pulcros y definitivos. Los de Castilla del Pino eran igualmente pulcros, con una letra minúscula que teníamos que leer con lupa... Josep Pla escribía en sus cuadernos como si fuera árabe, empezando desde atrás, una letra pequeña, siempre con estilográfica. Pla era Pla también en esa manera de escribir”.
Josefina Martínez, la viuda de Emilio Alarcos, el poeta, profesor y académico, presentó recientemente en la UIMP, en Santander, una joya caligráfica de su marido. Notas inéditas al Cancionero inédito de A. S. Navarro. Eran poemas escritos por un supuesto escritor que él mismo criticaba con humor y audacia. Fue escribiendo el cuaderno, siempre con la misma letra, minúscula pero muy legible, desde 1940 a 1946. Ella conoció el cuaderno en 1969, cuando era su alumna. El cuadernito, pulcro e íntimo como una colección privada, ahora es un facsímil, que la editorial Visor ha acompañado con la transcripción del poemario y las suculentas reflexiones de Alarcos, en una edición preparada por José Luis García Martín. “Lo extraordinario es que él, que murió en 1998, a los 75 años, conservó siempre esa letra, una letra muy madura de alguien que la había adiestrado desde párvulo. Hermosa, clara, de una persona que no tenía dobleces. Con los márgenes cuidados, reflejo de un orden mental perfecto y transparente”.
Así era José Saramago, el Nobel portugués, como autor de manuscritos. Él escribió a finales de los años setenta un libro, Manual de pintura y caligrafía, que tiene una curiosa historia escolar. La cuenta su viuda, Pilar del Río: “Tanto él como su editorial portuguesa se sorprendieron por el volumen de libros solicitados por países africanos (Angola, Mozambique) de un autor entonces desconocido. ¡Los libros habían sido repartidos por escuelas como cuadernos de aprendizaje de la buena letra!”.
En realidad, la historia de ese Manual es la de un pintor mediocre “que descubre que necesita palabras para llegar adonde no llega con la pintura...”. Él tenía muy buena letra, por cierto. “Era una letra cuidada, redonda, legible, perfecta: cuidar el diseño de las letras era tal vez el primer paso para cuidar las palabras, la expresión de las ideas”.
Es lo que piensa Andrés Trapiello, escritor y bibliógrafo, que mira entre las letras para descubrir tesoros. “En escribir”, dice, “hay algo de musical. Sobre el teclado, parecemos un pájaro carpintero, percutiendo las letras; con la pluma, el boli o el lápiz, parece que el papel respirase, se le oye como un aliento”. Como editor que ha sido ha visto de todo. ¿Cuenta tanto la escritura de un manuscrito a la hora de empezar a evaluarlo? “El secreto de todo, a mi modo de ver, es no afectarse: ni presumir de desaliñado, ni de pendolista. Aunque, qué duda cabe, nuestra letra dice mucho de cada uno de nosotros, pero a menudo engaña. Así que es mejor no sacar conclusiones, como tampoco de los zapatos que llevamos puestos. Nuestra letra es como los zapatos, lo importante es que sean cómodos y nos lleven lejos. Si pueden ser bonitos y estar limpios además, mejor; pero si no, tampoco importa. Y, por cierto, la letra, como los zapatos, acaba llenándose de bultos, ¿y por eso vamos a cambiarla, cuando más cómoda nos resulta?”.
Trapiello cree que “importa el pie, no el zapato, y el espíritu de la letra, no la letra”.
Nabokov veía en las letras colores diferentes. Ahora la escritura avanza hacia la igualación; el cerebro se queja, dicen los expertos, porque se ha adiestrado en recibir mensajes de la mano cuando esta avanza en silencio sobre el papel. Pero no hay que preocuparse, dice Rico. “Siempre veremos a Cristo escribiendo con el dedo sobre la arena. Esa escritura manual es insustituible y lo será siempre. Y la seguirán aprendiendo los chicos en la escuela”. Ya no se borra.
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