13 de agosto de 2012

Atacan con piedras un campamento de niños de Portugalete en Soba de Cantabria


ESPAÑA

Atacan con piedras un campa-mento de niños de Portugalete en Soba de Cantabria

«Que salgan, que los vamos a matar», gritaban los asaltantes mientras arrojaban de madrugada pedruscos de hasta dos kilos sobre las tiendas

ABC - Día 13/08/2012 - 14.00h
Las aventuras de un grupo de 35 niños de Portugalete de entre 8 y 17 años se vieron violentamente interrumpidas la madrugada del viernes, según publica www.elcorreo.com. Los integrantes del grupo scout Ama Lur Eskautak disfrutaban de unos días de campamento en un idílico paraje del valle de Soba de Cantabria, en plena naturaleza. Pero tuvieron que desmontar las tiendas de campaña que habían desplegado en La Calera y regresar a casa tres días antes de la fecha prevista a causa del ataque a pedradas de un grupo de jóvenes.
Con nocturnidad y alevosía, los asaltantes, presuntamente de la pedanía aledaña de Villaverde, irrumpieron en las instalaciones de la colonia «amparados en la oscuridad», mientras todos dormían. «Una cuadrilla de salvajes, probablemente 'calentados' tras haber estado en las fiestas del valle». Así describió a los agresores Óscar Álvarez, padre de uno de los niños.
«Alrededor de las 02.45 horas, oí golpes y pensé que eran disparos», narra Nagore Trinidad, una monitora. Les pidieron que pararan, porque había muchos pequeños en el campamento, pero no hicieron caso. «¡Que salgan, que los vamos a matar también a ellos!». Esa fue su respuesta, sostiene Trinidad. Muy asustados, llamaron rápidamente al 112 para pedir ayuda ante la incesante lluvia de piedras. Los asaltantes parecían no cansarse nunca. Se aprovisionaban con unos pedruscos que cogían de un muro adyacente. 25 minutos que se hicieron interminables. Cuando la Guardia Civil apareció, «alrededor de una hora después del aviso», ya se habían ido, pero dejaron las armas, afiladas y de un peso cercano a los dos kilos.
Tenían miedo de que la banda regresara al lugar y pidieron a los agentes que se quedaran con ellos, pero les recomendaron que se abasteciesen de piedras y palos para defenderse, indica Trinidad. Al sentirse desprotegidos, otro compañero y ella cogieron el coche, con las lunas rotas a causa de los impactos, y fueron a pedir cobijo en la posada cercana de El Mirador. La dueña, María Ángeles Galdós, se asomó asustada, pero actuó resuelta. Llamó a su hijo y acompañaron a los dos monitores en otro vehículo, «por si había que traer a algún niño», señala.
Cuando llegaron al campamento, todos los críos estaban despiertos. Las piedras no habían alcanzado sus tiendas, dispersas por el terreno, y la mayoría permanecieron dormidos, ajenos al peligro. Los monitores, que no quisieron asustarles, les contaron que tenían que dormir en un albergue porque había amenaza de tormenta y no podían quedarse en el monte. Así que, obedientes, iniciaron una marcha de casi un kilómetro hacia el hostal, parapetados por una patrulla de la Guardia Civil.

Sospechosos

La dueña del establecimiento abrió las puertas de su comedor y allí instaló a los improvisados huéspedes. «Cuando les vi en el suelo, con las mantas y cartones, se me pusieron los pelos de punta por esta situación tan lamentable», explica con tristeza. A la mañana siguiente, una de las niñas preguntó inocentemente a Trinidad: «¿Ha llovido mucho?».
No les vieron la cara. «Era de noche y bajo el techo del barracón donde nos resguardamos no pudimos ver nada», sigue Trinidad. Los sospechosos «son vecinos y conocidos por todos los de la zona, y además tienen ya un historial de agresiones y peleas previas», aseguran, tras preguntar a los habitantes del pueblo. El año pasado fueron atacados los integrantes de un grupo de ingleses que pasaban unos días en el mismo cámping. Sin embargo, «nadie se ha ofrecido a dar su ayuda y aportarnos una pista para denunciarles», critican.
«Si alguna de las piedras hubiera dado en el cuerpo o la cabeza de un crío, estaríamos hablando de la noticia de su muerte», advierte Óscar Álvarez. Afortunadamente, las tiendas que recibieron la lluvia de piedras eran las destinadas a las provisiones, por lo que únicamente se produjeron pérdidas económicas. La hostelera Galdós se muestra preocupada. No solo por la mala imagen que el incidente da del valle y que repercute en su negocio, sino también porque tiene miedo. «Lo más triste es que es gente de aquí, que tengo al lado», dice consternada.

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