11 de septiembre de 2019

MENTALIDAD


martes, 10 de septiembre de 2019


MENTALIDAD – 11/09/2019

Si en relación a todos los pecadores de la tierra la persona de "buen el corazón" tiene tolerancia, es muy explicable que odie a la persona de "mal corazón" que "hace sufrir a los otros".

Para la Iglesia el gran mal en este mundo no es el sufrimiento, sino el pecado.

El gran bien no consiste en tener buena salud, mesa abundante, sueño tranquilo, en gozar honras, en trabajar poco, sino en hacer la voluntad de Dios. El sufrimiento es ciertamente un mal. Pero ese mal puede en muchos casos transformarse en bien, en medio de expiación, de formación, de progreso espiritual.

La Iglesia es Madre, la más tierna, la más solícita, la más cariñosa de las madres. De ella se puede decir, como de Nuestra Señora, que es la Mater Amabilis, Mater Admirabilis, Mater Misericordiae. Así, ella procura cuanto puede apartar de sus hijos, y de todos los hombres, cualquier dolor inútil. Pero nunca dejará de imponerles el dolor, en la medida en que la gloria de Dios y la salvación de las almas lo pidan.

Ella exigió de los mártires de todos los siglos que aceptasen los tormentos más atroces, ella pidió a los cruzados que abandonasen el confort del hogar para enfrentar mil fatigas, incontables combates, la propia muerte en tierra extraña. Hasta su eclipse en 1958 ella pedía a los misioneros que se expusiesen a todos los riesgos, a todas las fatigas, en los rincones más inhóspitos y lejanos. A todos los fieles, una lucha incesante contra las pasiones, un esfuerzo interior continuo para reprimir todo cuanto es malo. Ahora, todo esto supone tales sufrimientos que la Iglesia los considera insoportables para la debilidad humana hasta el punto de enseñar que, sin la gracia de Dios, nadie puede practicar en su totalidad y duraderamente los Mandamientos.

Todos estos sufrimientos, la Iglesia los impone con prudencia y bondad, es cierto, pero sin vacilación, sin remordimiento ni debilidad. Y esto, no a pesar de ser buena madre, sino precisamente porque lo es. La madre que sintiese remordimiento, vacilase, flaquease al obligar a su hijo a estudiar, a someterse a tratamientos médicos dolorosos pero necesarios, a aceptar castigos merecidos, no sería buena madre.

Este procedimiento, la Iglesia lo espera también de sus hijos, no sólo en relación a sí mismos, sino en relación al prójimo. Es justo que nos dispensemos de dolores inútiles y evitables. Debemos tener con el prójimo sentimientos de misericordia, doliéndonos con sus padecimientos, no escatimando esfuerzos para aliviarlos. Sin embargo, debemos amar la mortificación, debemos castigar valientemente nuestro cuerpo y, principalmente, combatir con ahínco, clarividencia, meticulosidad los defectos de nuestra alma. Y como el amor al prójimo nos lleva a desear para él lo mismo que para nosotros, no debemos dudar en hacerlo sufrir, siempre que sea necesario para su santificación.

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