27 de agosto de 2019

HOMUNCULOS

lunes, 26 de agosto de 2019


HOMÚNCULOS – 27/08/2019

Por homúnculos entendemos aquí los hombres de espíritu pequeño, que caben, cada cual y enteramente, en uno de los mil alvéolos de la vida cotidiana. Los que quieren una vida colmada por la banalidad de cada día. Para los que el ayer fue incoloro, inodoro e insípido, como el hoy y como el mañana. El oxígeno que respiran es la trivialidad. Y el placer de las cosas está esencialmente en la repetición. Para homúnculos así, incómodo es todo cuanto es grande, venerable por la antigüedad o magnífico por el futuro que abre, todo, en fin, que sale de las dimensiones cotidianas: holocausto, valentía, genialidad, delicadeza, excelencia, infortunios trágicos y tantas otras cosas. Es necesario acabar con todo esto, con todos los que son así, o los que algo de eso reflejan en su espíritu, en sus maneras, su lenguaje, su modo de ser o su conducta. Los incontables cambios ocurridos en el último siglo, en casi todos los dominios de la vida, constituyen victorias de los homúnculos, pues siempre disminuyen algo o a alguien. La sociedad humana se va aficionando cada vez más al gusto de las almas que podríamos llamar de termitas por su labor semejante a esos insectos. La consecuencia es que las almas grandes se sienten en un mundo minado a su alrededor. Quien hoy aspira a cualquier forma de grandeza, máxime a la de la virtud, o se disfraza, o sobre él se precipitan inmediatamente las termitas salidas de los vastos y oscuros sótanos de la mediocridad. Lo expulsan a las regiones de la incomprensión, de la indiferencia y del aislamiento, en las cuales la mediocridad reduce a vivir a cuantos no caben en sus patrones. Este gigantesco fenómeno socio patológico, en esa insurrección universal de los homúnculos contra los que los exceden, es una de las causas del entreguismo de Occidente. El homúnculo, el hombre termita, detesta la lucha sobre todo. Esta acarrea grandes esfuerzos, sólo entusiasma a las grandes almas, produce la fulguración de grandes desgracias. El hombre termita lucha, por eso, contra todas las formas de lucha. Singular batalla, que él traba cediendo, huyendo hacia abajo por supuesto, capitulando, dejándose incluso aplastar, si no hubiera otra solución. Cuando el enemigo crece tanto que se vuelve amenazador, el hombre termita proclama irreversible el peligro, e intenta, como medio término, una estrategia de convergencia, inspirada en el lema "váyanse los anillos, pero quédense los dedos". Y por fin, si el enemigo, después de tomados los anillos exige los dedos, el hombre termita susurra: "váyanse los dedos, pero quede la vida". Todas esas concesiones, sólo las hace a la izquierda. Su acción silenciosa e inexorable, de infiltración, de corrosión, de erosión, la hace en la derecha y en el centro, donde suele instalarse. Y entonces no cede, no huye, no converge, él socava. Porque detesta todo cuanto es elevado, noble y armoniosamente desigual, para él, cuanta más igualdad mejor. Para una igualdad totalmente rasa, completamente plana, hacia allí van sus anhelos pacifistas. Hacia el comunismo o el anarquismo. Vivimos en una época de revolución, es banal decirlo. Sí, de la revolución de los hombres termita, contra todo lo que tenga cualquier grandeza…

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