9 de agosto de 2019

FISHER

jueves, 8 de agosto de 2019


FISHER – 09/08/2019

Al cardenal John Fisher, arzobispo de Rochester, Enrique VIII lo mandó degollar en el siglo XVI por odio a la fe católica y al primado del Romano Pontífice. Fue compañero de martirio de Santo Tomás Moro y estaba completamente aislado.

En la Iglesia de Inglaterra hubo una defección general y uno de los aspectos más pavorosos de la protestantización de Inglaterra, fue precisamente la apatía y la facilidad con que la masa de los católicos ingleses se pasó al protestantismo. Es decir, por un simple interés de carácter político, por una simple conveniencia personal y profesional, cambiaron infamemente de religión. Y esto normalmente, sin dramas de conciencia ni nada, lo que prueba que toda la estructura religiosa de Inglaterra estaba podrida. La iglesia inglesa se colocó cómodamente en manos del poder temporal. Con esto, hizo una especie de pacto con la indiferencia del mundo, con las ventajas del mundo, un pacto para aceptar la temporalización y laicización. Tomó una actitud pre revolucionaria, o sea que estaba completamente infestada del espíritu revolucionario cuando vino Enrique VIII e hizo el cisma contra el Papa. Y entonces la Iglesia, ya preparada por una larga putrefacción anterior, se derrumbó.

La crisis actual de la sociedad y la apostasía en la Iglesia provocada por el progresismo se asemeja a la apostasía de Inglaterra. Cómo estas cosas vienen de lejos, y cómo son las sucesivas traiciones las que preparan después las grandes catástrofes. Antes de aparecer la herejía modernista hubo todo un enmohecimiento del elemento católico, derivado de una actitud de inercia frente a las posiciones de la Revolución Francesa. Adhesión sin restricciones a las formas democráticas más impregnadas del espíritu de Rousseau, adhesión a la separación entre la Iglesia y el Estado, adhesión perezosa y miope a toda la atmósfera moderna que fue invadiendo la sociedad. Con esto, un estado de atonía, de indiferencia doctrinal, de simpatía hacia toda especie de errores, un estado de cosas que después fue conduciendo naturalmente para una combustibilidad cuando apareció la primera llama del progresismo. Entonces, vemos hoy la masa de católicos sumergirse también en un cambio de religión, en virtud de concesiones que se habían preparado hace mucho tiempo. Es la historia que se repite, son los grandes procesos de atonía y tibieza, de decadencia, de indiferentismo, que preparan después a toda la masa católica para la apostasía actual.

Pero, junto a esto, se ve una cosa bonita: la permanencia de la santidad de la Iglesia, porque, a pesar de todas estas tristezas, es en la Iglesia donde encontramos los mártires y los hombres de admirable carácter, que prefieren cualquier cosa a ceder ante el adversario, como San Juan Fisher, exponiendo la propia vida para mantenerse fieles a la verdadera tradición y a la legitimidad eclesiástica.

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