Es la prueba indudable de cómo en Francia han desarrollado una estructura bien pensada, con medio centenar de ganaderías y varias escuelas taurinas que educan a los jóvenes con deseos de ser toreros. Ya no es necesario traer nada del otro lado de la frontera, ni cuadras de caballos ni veterinarios ni siquiera los protagonistas de muchos espectáculos. A la entrada de la plaza, se agolpan las publicidades de novilladas y corridas del entorno.
23 de julio de 2018
Toros en Francia, una fiesta propia, orgullo para los aficionados
Toros en Francia, una fiesta propia, orgullo para
los aficionados
El espectáculo
taurino es una expresión social que han incorporado a su cultura con
naturalidad en el país vecino
Exteriores
de la plaza de toros de Mont de Marsan. ÁLVARO SUSO
El mismo domingo que Mont de Marsan, capital del
departamento francés de Landas, cierra su feria taurina de seis días, la
pequeña localidad de Saint Vincent de Tyrosse, apenas a sesenta kilómetros,
celebra su día grande con una corrida denominada Desafío de Leyendas ganaderas:
Miura vs Palha.
Perderse en el interior de las Landas un fin de
semana de julio o agosto es adentrarse en un territorio atractivo para el
aficionado a los toros. Las referencias a la fiesta taurina se suceden en cada
municipio. Carteles, algunos con siluetas de toros, adornan los anuncios de las
fiestas patronales, que se mezclan con los reclamos de productos típicos.
Recuerda a la España que no tenía vergüenza en mostrar su idiosincrasia y
tradiciones. Mientras al sur de los Pirineos, la fiesta de los toros se ha
convertido en otro de los complejos que atenazan a los españoles, en Francia
han asimilado una expresión cultural ibérica con la misma apertura de
pensamiento que le ha llevado a su desarrollo social.
Los toros es una expresión social que los
aficionados franceses han incorporado a su cultura, y la han hecho tan suya que
comienzan a ser protagonistas en todos los sentidos. Baste pensar que el
empresario de Las Ventas es el galo Simón Casas.
En la novillada nocturna de Mont de Marsan, utreros
franceses de la ganadería de Camino de Santiago para un madrileño, Francisco de
Manuel, y dos promesas galas, Rafael Raucoule, Rafi,
y Dorian Canton. Al día siguiente, la matinal de Saint Vincent de Tyrosse
presenta erales de Lartet para Yon Lamothe y Tristan Espigue, cartel
completamente francés.
Es la prueba indudable de cómo en Francia han desarrollado una estructura bien pensada, con medio centenar de ganaderías y varias escuelas taurinas que educan a los jóvenes con deseos de ser toreros. Ya no es necesario traer nada del otro lado de la frontera, ni cuadras de caballos ni veterinarios ni siquiera los protagonistas de muchos espectáculos. A la entrada de la plaza, se agolpan las publicidades de novilladas y corridas del entorno.
Es la prueba indudable de cómo en Francia han desarrollado una estructura bien pensada, con medio centenar de ganaderías y varias escuelas taurinas que educan a los jóvenes con deseos de ser toreros. Ya no es necesario traer nada del otro lado de la frontera, ni cuadras de caballos ni veterinarios ni siquiera los protagonistas de muchos espectáculos. A la entrada de la plaza, se agolpan las publicidades de novilladas y corridas del entorno.
Las fiestas en esta zona del suroeste francés están
ligadas al toro, a la corrida landesa basada en jugar al toro a cuerpo limpio
por equipos, con un jefe vestido con chaquetilla con parecidos adornos a los de
un matador. Muchos pueblos, por pequeños que sean, tienen su plaza, en muchos
casos ovaladas o rectangulares para facilitar el juego del toreo propio.
Souprosse, Saint Sever, Aire sur l’Adour, Mimizan, Saint Perdon… cada pueblo tiene
su plaza y su frontón como señas de identidad.
Pero lo más impactante es el orgullo con el que el
aficionado francés vive su fiesta. La adoptaron en su momento y la han hecho
tan suya que le han dado su propia característica, la del culto al animal y el
torero como héroe que se enfrenta al toro. Y aunque por la influencia venida
del sur les cabe todo, son conscientes de que espectáculos con toros mortecinos
como el mano a mano protagonizado por Enrique Ponce y Sebastian Castella en
Mont de Marsan ante reses de Núñez del Cuvillo no son su objetivo. Lo ven como
un efecto colateral de la importación de la fiesta.
Después de la corrida, se celebra un coloquio en
medio de las casetas que amenizan la fiesta para reflexionar sobre el festejo y
pensar en cómo hay que mejorarlo. Se felicitan por las faenas del valenciano y
del francés, pero recuerdan las emociones de los días anteriores con los toros
de La Quinta y presagian las del día siguiente, con los temibles de Dolores
Aguirre.
La principal diferencia es que en Francia opinan
los aficionados y se les escucha. Hacen la fiesta antigua, la que se hacía en
España antes de haber caído en las redes de los empresarios que han globalizado
la tauromaquia. Los lugareños dan identidad a cada feria y en la mayoría de las
localidades galas esto se mantiene. El Ayuntamiento nombra una comisión taurina
formada por aficionados, que se apoya en un profesional para contratar a
ganaderías y toreros de acuerdo con los gustos de sus paisanos y a la tradición
de su plaza. Van al campo en excursión a ver los toros y se sienten orgullosos
de enseñárselos a sus paisanos el día grande de las fiestas. Esto es
precisamente lo que ocurría en España no hace tantos años, con empresarios
identificados por largo tiempo en los cosos y que entendían las pretensiones de
los aficionados; así se diferenciaba Sevilla de Madrid, Valencia de Castellón o
Bilbao de San Sebastián; y es lo que ocurría en infinidad de pueblos, donde
cada uno buscaba su mejor espectáculo.
En Saint Vincent de Tyrosse, por ejemplo, su
corrida anual siempre tiene un carácter torista. Este año han buscado el
desafío entre dos de las ganaderías más antiguas, Miura y Palha. Los diestros
no son figuras, sino especialistas en reses complicadas y en llevar emoción a
los tendidos con faenas meritorias. El madrileño Fernando Robleño, que cortó
una merecida oreja, es un habitual del país vecino, mientras que el jienense
Alberto Lamelas, quien se jugó la vida de forma admirable, basa su temporada en
las actuaciones francesas al tiempo que en Madrid debe seguir su profesión
ligada a un taxi; completó la terna el mexicano Arturo Macías, figura en su
país, pero con pocas oportunidades a este lado del Atlántico, a pesar de su
valentía y buen hacer. El festejo no resultó brillante, pero sí entretenido,
con largas dosis de emoción e interés en una corrida que no resultó pesada, a
pesar de haber durado dos horas y media. En dos ocasiones, hubo un quiebro
landés en la salida del toro a la plaza, un sorbo de identidad para los
paisanos que ocupaban los tendidos.
Las ciudades taurinas de Francia están unidas. Se
apoyan unas a otras con medidas que castigan a quien les defrauda y premian a
quien les agrada. Respetan los gustos de cada plaza, pero luchan de forma
conjunta para crecer. Y las comisiones están presentes en todas las plazas. Así
han logrado que la fiesta de los toros haya sido nombrada Patrimonio Histórico
Cultural en Francia. España ha reaccionado de la mano de la Fundación Toro de
Lidia, cuyo presidente, Victorino Martín, estuvo invitado para presenciar el
desafío ganadero del domingo en Saint Vincent de Tyrosse.
Banderas rojigualdas se combinan en las plazas con
la tricolor francesa, sin patriotismos ni negaciones. Disfrutan de los
pasodobles, de la manzanilla andaluza y de las tapas de ibéricos con la misma
cultura que han desarrollado en varios siglos de educación y cultura social. La
gente camina por las calles de ciudades y pueblos con camisetas con el dibujo
de un toro bravo, con camisas con anagramas taurinos y pañuelos de fiestas al
cuello en los que la imagen del toro es el elemento principal.
Después de asistir a cuatro festejos en poco más de
24 horas, ni una presencia de antitaurinos. Y los hay que luchan activamente,
pero Francia ha regulado su espacio y no están amenazando ni insultando en las
puertas de las plazas. Quizás sea otra muestra de la cultura cívica de un país
que busca la discusión en lugar de las luchas fratricidas.
La fiesta cumple los mismos patrones que en España,
pero respira un espíritu diferente marcado por el orgullo de sentirse
aficionado, y conviene al taurino español tomar un sorbo de ello de vez en
cuando para comprobar cómo puede existir una expresión tan válida y tan
distinta de la tauromaquia.
En España aún se vive en la ignorante creencia de
que los franceses se han limitado a asumir los toros, pero lo importante es el
desarrollo que han sido capaces de establecer en un espectáculo que desde hace
dos siglos se asentó en muchas plazas del vecino país. A mediados del siglo
XIX, las corridas en Bayona o en Nimes eran habituales e, incluso, llegaron a
París, al coso de la Rue Pergolesse, donde se celebraron varias funciones con
espadas que debían quedarse varios días en la capital y confraternizar con la
sociedad parisina como los actores o cantantes líricos de la época. Figuras
como el vasco Luis Mazzantini o Félix Robert, francés, departían en los Campos
Elíseos. Por eso, para Francia no es una cultura moderna, sino una tradición
arraigada en lo más profundo de pueblos como los pueblos del departamento de
Landas, que hacen gala de su tradición y de una afición que en España ha calado
en los complejos históricos de la cultura hispánica.
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