30 de octubre de 2015

Atrevido artículo de un Premio Pulitzer en «The Wall Street Journal» en defensa de la Cristiandad


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Bret Stephens, jefe de Opinión de Internacional, elogia a Ratzinger

Atrevido artículo de un Premio Pulitzer en «The Wall Street Journal» en defensa de la Cristiandad

Atrevido artículo de un Premio Pulitzer en «The Wall Street Journal» en defensa de la Cristiandad
O Europa comprende que es la Europa de las peregrinaciones, o morirá por falta de fe en sí misma.

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24 octubre 2015

[Bret Stephens recibió en 2013 el Premio Pulitzer por sus columnas de análisis de política nacional y exterior en The Wall Street Journal, donde es también jefe de opinión inernacional. Trabaja asimismo como comentarista en Fox News.

El pasado lunes 19 
publicó un artículo, In Defense of Christendom [En defensa de la Cristiandad], que ha sido rebotado y comentado cientos de veces en Estados Unidos. En contra de Stephens, quienes aborrecen las raíces cristianas de Europa. A favor, quienes las proclaman, aunque también algunos de estos sugieren críticas, en la medida en que movimientos de ideas como la Ilustración y el liberalismo, que Stephens asocia sin matices al cristianismo, han influido notablemente en que la Europa actual vaya progresivamente abandonando esas raíces.

Sin que Religión en Libertad comparta todas las tesis de Stephens, nos invita a compartirlo con nuestros lectores la importancia adquirida por el artículo y el interés del debate que suscita, además de su rotundidad a favor del cristianismo, su incómoda valentía al hablar del islam, y los interesantes puntos de vista que aporta sobre problemas ahora mismo candentes en el Viejo Continente.]


En defensa de la Cristiandad
La muerte de Europa está a la vista. Todavía confusa y aún no inevitable, es de todas formas visible y está cada vez más cercana, como un planeta distante en la lente de una satélite que se acerca a él. Europa está llegando a su fin no por causa de su economía esclerosada, su demografía estancada o las disfunciones del superestado. Tampoco es la causa real la llegada masiva de emigrantes de Oriente Medio y África. Precisamente esta gente desesperada es la última y poderosa brisa contra el tronco de una civilización desecada.

Europa se está muriendo porque ha pasado a ser moralmente incompetente. No es que Europa no defienda nada; es que Europa defiende cosas triviales y lo hace superficialmente. Los europeos creen en los derechos humanos, en la tolerancia, en la apertura, en la paz, en el progreso, en el ambiente, en el placer. Estas creencias son todas muy bonitas, pero también son secundarias.


Bret Stephens (el más joven en la foto), recibiendo el 2013 el Premio Pulitzer de manos de Lee C. Bollinger, rector de la Columbia University.

Los europeos ya no creen en esas cosas de las que surgieron sus creencias: el judaísmo y el cristianismo; el liberalismo y la Ilustración; el orgullo castrense y la capacidad; el capitalismo y la abundancia. Y mucho menos creen en luchar o sacrificarse o rezar o incluso discutir sobre estas cosas. Tras haber ignorado y socavado sus propias bases, se preguntan porqué su casa se desmorona.

¿Qué es Europa? Es Grecia y no Persia; Roma y no Cartago; el cristianismo y no el califato. Estas distinciones son fundamentales. Decir que Europa es una civilización aparte no significa decir que es mejor o peor. Es sencillamente decir: esto somos nosotros y eso sois vosotros. Tampoco es decir que Europa tiene que ser una civilización cerrada. Sólo tiene que ser una civilización que no se disuelve al contacto con los extranjeros que admite dentro de ella.

Esto es lo que hace que la diplomacia de Angela Merkel, regente indiscutida de la política exterior europea, resulte tan extraña y desconcertante. La canciller alemana lidera un partido llamado Unión Cristiano Demócrata, y uno de sus objetivos principales es recuperar el derecho de Alemania a un conservadurismo razonable.


La visita de Angela Merkel a Recep Tayyip Erdogan a mediados de octubre supuso un cambio de política de la Unión Europea respecto a las migraciones masivas. Se intentará que Turquía las frente a cambio de su aproximación a la Unión, que algunos países, en particular Francia, rechazan.

Y sin embargo, allí estaba ella el domingo, en Estambul, ofreciendo un acuerdo según el cual Europa concederá visados gratis a los turcos para que viajen a Europa a partir del año que viene, además de agilizar la entrada de Turquía en la Unión Europea, si Ankara presta más ayuda para el asentamiento de los refugiados sirios y de otros lugares en su propio país. Y Europa también pagará la cuenta de todo esto.

Esto es Machtpolitik [Política basada en la Fuerza] al revés, en la que la canciller mendiga pequeños favores de poderes débiles sobre cuestiones temporales a cambio de mayores concesiones que implican ramificaciones de amplio alcance. Hay 75 millones de turcos, cuya renta per capita no llega al nivel de la de los panameños. El país está dirigido por un islamista electo con una vena autocrática, propenso a declaraciones antisemitas, que apoya abiertamente a Hamas, niega el genocidio armenio, ostenta cifras récord en número de periodistas encarcelados y organiza juicios farsa al estilo soviético contra sus opositores políticos. Turquía es además frontera con Siria, Irak e Irán, por lo que estos países se convertirán también en las fronteras de Europa si Turquía entra a formar parte de la Unión Europea.

Este es el país que la Sra. Merkel propone llevar al seno de Europa. Sus defensores podrán decir que está siendo poco sincera, pero esto agrava la vergüenza de su apertura.

También agrava el peligro. ¿Pueden las tradiciones políticas liberales de Europa, su legado religioso y cultural, sobrevivir durante mucho tiempo a una llegada masiva de emigrantes musulmanes, del orden de decenas de millones de personas? No. No, dada la frecuente e infeliz experiencia de Europa con una gran parte de su población musulmana. No, cuando tienen grupos de emigrantes que rechazan la integración y países de acogida que sólo plantean vacilantes exigencias cívicas.

Y no cuando una superficial política de inmigración, gestionada sólo para la autosatisfacción moral, lleva a la inevitable reacción. En Suiza, hace unos días, una mayoría relativa de votantes votaron al Partido Popular Suizo, conocido sobre todo por su postura anti-inmigración. Sus partidos hermanos en toda Europa son también los beneficiarios políticos de la afluencia de emigrantes, porque trafican con las quejas legítimas contra el estado postmoderno por vender remedios miopes. Pocas cosas son tan peligrosas para la democracia como un populista a medio camino.


En 2009, lo suizos aprobaron una ley para impedir la construcción de nuevos minaretes en el país.

También dice algo de la política de nuestros días el que esta columna sea condenada por pasarse de la raya. El tenor de los tiempos es tal que ya no es posible afirmar, sin suscitar un airado disentimiento, que Europa no puede ser Europa si no es verdadera con su herencia principal, a saber: el matrimonio entre razón y revelación que produjo una civilización de gran maestría tecnológica regulada por la decencia humana.

“Es encomiable que Occidente intente ser más abierto, más comprensivo hacia los valores de los otros, pero ha perdido su capacidad de autoestima”, observó un importante teólogo alemán hace una década. “Todo lo que ve de su historia es lo despreciable y destructivo; ya no es capaz de percibir lo que en ella hay de grande y puro. Lo que Europa necesita es aceptarse de nuevo a sí misma, una aceptación que sea crítica y humilde si realmente desea sobrevivir”.

Este teólogo era Joseph Ratzinger, conocido como Benedicto XVI. Está pasado de moda, lo que hace que sea aún más válido escucharle.

Publicado en The Wall Street Journal.
Traducción de Helena Faccia Serrano.

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