25 de mayo de 2012

Jugando a pirómanos con la identidad nacional


VIDA&ARTES

Jugando a pirómanos con la identidad nacional

La agitación nacionalista y el afán de protagonismo mediático explican la pitada al himno

Aguirre lidera la reacción nacionalista española a costa de alimentar la protesta

Diputados del PNV colocan una bufanda del Athletic de Bilbao a un león del Congreso de los Diputados. / ULY MARTÍN
El mismo día en que se supo que la final de la Copa del Rey la iban a disputar un equipo catalán y uno vasco, el Barça y el Athletic, se supo también que la probabilidad de que hubiera silbidos más o menos intensos cuando sonara el himno nacional era muy elevada. Los había habido en una final con los mismos contrincantes en 2009 y el clima político desde entonces no ha mejorado. Al contrario. Así que lo que hizo Esperanza Aguirre cuando el martes propuso suspender el partidofue intensificar los decibelios de la pitada y amplificar los efectos de una convocatoria cuya razón de ser es precisamente aprovechar el eco mediático que suscita.
Es un ejemplo paradigmático de un tipo de agitación política que utiliza los resortes de la sociedad mediática para lograr sus objetivos. Quienes, desde posiciones minoritarias o extremas, quieren alzar la voz por encima del ruido ambiental necesitan aprovechar las ventanas de oportunidad que la actualidad les ofrece. Y la final de la Copa del Rey es una oportunidad de oro. En una cultura periodística hiperreactiva, que hincha y pincha con facilidad sucesivos globos mediáticos, la presidenta no podía ignorar el incendio que sus palabras iban a provocar. Al contrario. Justamente porque porque la estrategia funciona, Esperanza Aguirre encontró en la convocatoria de pitada una excelente oportunidad para reforzar su condición de “lideresa" del sentimiento nacional español.
Algunos de sus oponentes, entre ellos el portavoz del Gobierno catalán, Francesc Homs, interpretaron la reacción de Aguirre como un intento de desviar la atención del hecho notorio de que, después de haber presumido de presidir la autonomía con menos déficit público, haya tenido que reconocer que sus cuentas no son tan fiables como proclamaba y que su déficit duplica la cifra anunciada. Sin desdeñar el beneficio colateral de este tipo de ilusionismo político, que la presidenta de Madrid domina, lo inquietante de este episodio es el tipo de agitación política al que se recurre.
La pitada obedece
a un tipo de agitación política basada en el impacto mediático
Esta es una estrategia que ha utilizado con mucho éxito el movimiento ecologista y ahora aplican otros grupos minoritarios para tratar de superar un umbral de visibilidad pública cada vez más alto. El sentido de la oportunidad mediática es el que convirtió a una pequeña organización local denominada Greenpeace en una marca transnacional cuyas acciones han logrado alcanzar un impacto global. Esa misma estrategia es la que han utilizado, con notables resultados, los grupos independentistas catalanes, que tuvieron en la desaparecida Crida a la Solidaritat un excelente magisterio en el arte de dominar los tiempos y las oportunidades del escenario mediático.
Un estadio lleno de cámaras y millones de personas pendientes de ellas es sin duda una excelente oportunidad para promover un acto de reivindicación nacional, como ya hicieron en la inauguración del Estadio Olímpico de Barcelona en 1989. Para Salvador Cardús, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, la imagen que ha proyectado Aguirre de un estadio con una tribuna repleta de autoridades pero con las gradas vaciadas de ciudadanos indigandos “es la mejor metáfora que podía crearse de la situación del país”. Pero este tipo de activismo es, según Cardús, un arma de doble filo: puede ser muy eficaz, pero tambien entraña un riesgo de sobreinerpretación política, de darle más significado del que tiene. Aunque todo el estadio pitara el himno y abucheara al Príncipe, “sería un error extraer consecuencias políticas o pensar que sobre ellos se puede construir una alternativa política”.
Pero ¿dejan poso? Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía y director del Instituto de Gobernanza Democrática de la Universidad del País Vasco, cree que sí. “Al final, lo que hacen los políticos es gestionar las emociones. Puede que el incendio dure solo unos días, pero contribuye a focalizar a la sociedad en una dirección determinada. Los sentimientos colectivos sobre cuestiones como la identidad no se crean de la noche a la mañana. Tampoco la cultura política. Y este tipo de impactos recurrentes acaban influyendo”.
El peligro de este tipo de activismo es que se le dé más valor del que tiene
Cataluña vive sumergida en la agitación política promovida por el independentismo. Campañas como la de los referendos independentistas o la de insumisión fiscal consiguen un gran eco informativo. El hecho de que no tengan ninguna virtualidad legal es secundario. Lo que importa es crear un estado de opinión. Ahora, una nueva campaña contra el pago de unos peajes que se consideran un agravio, está siguiendo el mismo patrón con los mismos excelentes resultados ensu principal objetivo: situarse en el centro de la agenda informativa y reforzar lo que se ha convertido en el mantra político de todo el abanico soberanista: la idea de que “Madrid nos roba”. Madrid tiene la culpa de todo. Si Cataluña no sufriera expolio fiscal, se dice, la crisis ni se notaría.
Con este planteamiento se ocultan, en opinión de Gabriel Colomer, profesor de Sociología de la UAB y anterior director del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), las carencias de gestión del propio Gobierno y una agenda económica de corte neoliberal que se escuda en la crisis para recortar el Estado de bienestar. Pero la idea del agravio ha calado profundamente en la opinión pública catalana. Lo reflejan las encuestas de opinión que realiza periódicamente el CEO y muy especialmente la posición de los ciudanos sobre qué quieren que sea Cataluña: una región de España, una comunidad autónoma como ahora, un estado dentro de una España federal o un estado independiente.
Entre 2006 y 2012, los partidarios de que continúe como una comunidad autónoma han caído del 38,2% al 27,8%, mientras que la preferencia por un estado independiente ha pasado del 14% al 29%, al que hay que sumar los partidarios de que sea un estado dentro de una España federal, que aunque ha descendido del 33,4% al 30,8”, sigue siendo la primera opción. De lo que se deduce que casi el 60% de los catalanes no están satisfechos con el sistema autonómico vigente.
Todos están de acuerdo en que semejante cambio no puede ser fruto únicamente de la agitación política. Hay una base real, política y económica, que actúa como caldo de cultivo. Raúl Tormos, investigador del CEO, ha profundizado en las razones de este cambio. “Como se ha visto en los casos de Quebec o de Escocia, en el proceso de decisión la cuestión identitaria tiene un papel principal, pero en el cambio operado en Cataluña se observa que la cuestión económica también juega un papel muy importante en estos momentos. Al motor identitario se suma ahora un cálculo de tipo coste-beneficio que es el que hace crecer el sentimiento, porque incorpora a la causa independentista a personas que no son necesariamente nacionalistas, sino que llegan a este punto por desafección o por hartazgo de una situación que les perjudica".
Que el sentimiento independentista tenga un componente reactivo es algo que no sorprende. Se alimenta de una mezcla de melancolía por la soberanía perdida hace tres siglos y la convicción de las nuevas generaciones, positiva y desacomplejada, de que el tablero europeo puede moverse de nuevo, como lo ha hecho ya varias veces desde la caída del muro del Berlín. Los medios de comunicación juegan un papel determinante en este estado de opinión. Las investigaciones de Tormos demuestran que los medios audiovisuales que se expresan en catalán, bajo la hegemonía de TV3, configuran un "marco de referencia" catalanocentrista que hace que todo lo que ocurre sea presentado desde la óptica del nacionalismo. El resultado es que las personas que se informan mayoritariamente a través de estos medios tienen más probabilidades de ser partidarios de la independencia. Y lo mismo ocurre, en sentido contrario, con los medios que desarrollan un marco de referencia hispanocentrista.
El Gobierno de CiU acaba de nombrar a Miquel Calzada, un carismático comunicador, como comisario de los actos de conmemoración del 300 aniversario de la derrota de Cataluña frente a las tropas de Felipe V el 11 de septiembre de 1714, que sin duda se convertirá en una nueva oportunidad de afirmar el sentimiento nacional y expresar la frustración que anida en muchos catalanes tras el intento fallido de conseguir mayores cotas de autogobierno con reforma del Estatut.
La idea del agravio ha calado cada día más en la opinión pública catalana
Curiosamente, también el nacionalismo español es de naturaleza reactiva. Jordi Muñoz, politólogo y profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha estudiado este fenómeno en su tesis doctoral, basada en una extensa encuesta realizada dentro del programa de investigación del CIS. “El nacionalismo español tiene un componente reactivo que no se observa en otras democracias avanzadas. Se produce una especie de paradoja: por una parte, la expresión pública del sentimiento nacional es mucho menor que en EEUU, Francia o Reino Unido. La gente no canta el himno espontáneamente y los símbolos tienen poca presencia pública. Pero tiene en cambio elementos de nacionalismo explícito más potente que en otros países, que se explica por la contraposición a otros nacionalismos internos. Esta componente reactiva es la que explica, por ejemplo, el fenómeno de UPyD y los intentos de imponer una simbología nacionalista española en vida pública”, explica Jordi Muñoz. El único apoyo explícito que recibió Aguirre a su propuesta fue el de la líder de UPyD Rosa Díez.
El de Aguirre es un nacionalismo que se siente amenazado: “No podemos permitir que el partido se convierta en una manifestación hostil contra España y los españoles". Toda la cúpula del PP salió en bloque a desdramatizar, sin desautorizar, a la presidenta. Pero Jesús Posada, presidente del Congreso de los Diputados, expresó de forma muy certera lo que las palabras de Aguirre significaban: “Es un error total aprovechar un partido de fútbol para pretender exacerbar los sentimientos separatistas y separadores”.
Una parte importante de la cúpula dirigente del PP salió el mismo martes a desdramatizar. Y a matizar, porque con sus declaraciones incendiarias, la presidenta madrileña había ido bastante más allá de lo que la ley permite y la corrección política aconseja. Por mucha que sea su determinación, ni la presidenta ni el ministro de Interior pueden suspender un partido simplemente porque la gente silbe. Les ampara la libertad de expresión. Y silbar no es ningún delito, como ya dejó muy claro la Audiencia Nacional al archivar la denuncia presentada por la fundación Denaes por la pitada de la final de 2009.
En seis años, el independentismo ha subido 15 puntos,
según la Generalitat
La posición de Aguirre mostraba además un elemento muy incómodo para el PP: el autoritarismo, ese espíritu de “ordeno y mando” que recuerda al franquismo y que tiene además un antecedente històrico que nadie quiere emular: el cierre durante seis meses del estadio de Les Corts, después de que los asistentes a un partido amistoso del Barça, que reunió a 14.000 seguidores, pitaran cuando sonaba el himno español. Eso era en 1925, en plena dictadura del general Primo de Rivera, y la orden de cierre la firmaba un militar apellidado Milans del Bosch.
Todos coinciden en la necesidad de desdramatizar pero también advierten sobre los riesgos de jugar a pirómanos con el sentimiento identitario. La convocatoria de una manifestación ultraderechista coincidiendo con el partido añade un elemento de riesgo con el que no se contaba. Ahí radica la peligrosidad de una estrategia de agitación que cabalga a lomos de sentimientos. Una vez agitados, puede resultar difícil embridar el caballo desbocado.

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