13 de octubre de 2016

Por qué el lenguaje caótico de Donald Trump es tan terrible

Por qué el lenguaje caótico de Donald Trump es tan terrible

Para los fieles seguidores de Trump, sus pronunciamientos descabellados y absurdos no son meteduras de pata, sino ejemplos de valentía para decir la verdad.

Por: Andrew Hines

03 Ago 2016


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Hace poco, Hillary Clinton describió las ideas de Donald Trump como “peligrosamente incoherentes”. “Ni siquiera son ideas de verdad”, dijo, “sino una serie de vociferaciones extrañas, rencillas personales, y mentiras descaradas”. No se equivocaba. Un rasgo prominente del aberrante estilo retórico de Trump es la incoherencia.
Sin embargo, en el contexto de la comunicación política, lo que resulta especialmente sorprendente de Trump es que rara vez hace uso de una útil herramienta política: la metáfora central.
Una buena metáfora central suele ser uno de los distintivos de todo discurso político eficaz, pues crea el núcleo lógico en torno del cual un argumento adquiere cohesión. El célebre y divisivo discurso “ríos de sangre” de Enoch Powell crece en intensidad cautelosamente hasta que llega el punto en que compara sus aprensiones personales sobre la política de inmigración con la profecía de la Eneida de Virgilio, cuando el autor ve el río Tíber “espumando con tanta sangre”.
En el contexto de la política estadounidense, Franklin D. Roosevelt utilizó una metáfora de la guerra en su discurso inaugural en la era de la Depresión, al proclamar: “Asumo sin vacilación el liderazgo de este gran ejército de nuestro pueblo, dedicado a un ataque disciplinado contra nuestros problemas comunes”.
Una razón de que ese discurso tuviera un efecto tan poderoso fue la capacidad de FDR para identificar la resonancia entre el poder de la fuerza de trabajo estadounidense tras la depresión y el poder del ejército en una batalla.
En el ámbito de la retórica clásica, Aristóteles llegó al extremo de decir que la capacidad para discernir estos tipos de semejanzas era la marca de un genio. En su opinión, una semejanza entre dos cosas –digamos, una fuerza de trabajo y un ejército- puede generar un nuevo significado para el escucha. Es capaz de colapsar en un mismo concepto todas las ideas y los problemas complejos y, de esa manera, volverlos inteligibles y apasionantes.
Desde hace mucho tiempo, esto se ha considerado la definición de la retórica política astuta, y tal vez lo sea más que nunca en el siglo XXI, la era del soundbite simplista. No obstante, Trump, quien ha pisoteado casi todas las normas políticas concebibles en este periodo electoral, casi nunca usa el tipo de metáforas coherentes que los retóricos políticos han sacado a relucir desde hace milenios.
VIVO O MUERTO
A veces, los lingüistas hace una distinción entre metáforas “vivas” y “muertas”. Las metáforas muertas son las que se han utilizado tan frecuentemente en nuestro discurso cotidiano que hemos olvidado que son metáforas y en vez de ello, las interpretamos como lenguaje literal. No hace falta mucha inteligencia para captar este concepto; ¿notas que no puedes “captar” realmente un concepto, sino que se trata de una metáfora muerta?
Como todos nosotros, Trump usa muchas de estas metáforas: recuerda la vez en que tuiteó, chapuceramente, que los escoceses estaban retomando su país. Por supuesto, nadie “retoma” literalmente un país, pero usamos la metáfora tan a menudo que su calidad figurativa ya no nos sorprende.
El caso de las metáforas vivas es mucho más difícil de explicar. Aunque el término no existía en la época de Aristóteles, los ejemplos que usaba el filósofo griego son del tipo que podríamos llamar metáforas vivas. Igual que la metáfora del “gran ejército” de FDR, las metáforas vivas tienden a causar un impacto perdurable e inmediato. Tienen el poder de definir, unificar, y atrapar la atención del escucha. Y ante todo, ayudan a crear una estructura central coherente sobre la cual el orador puede construir su argumento.
Donald Trump rara vez usa metáforas vivas, pero cuando lo hace, se convierten en titulares noticiosos, literalmente. En abril, durante su muy esperado discurso “serio” sobre política exterior, dijo que iba a “sacudir el herrumbre de la política exterior estadounidense”. Esta metáfora viva se convirtió en el titular del análisis queFinancial Times hizo del discurso. Sin duda la metáfora llama nuestra atención, pero ¿a qué se refería con “sacudir el herrumbre”? ¿Y realmente sacudirá a Estados Unidos con tanta violencia?
Dudo mucho que Aristóteles quedara impresionado.
MEZCLADAS
La retórica típica de Trump es una mezcla aleatoria de metáforas, algunas muertas, y otras vivas. En mayo, cuando dijo que China está “violando a nuestro país”, no hay duda de que llamó la atención del público. Pero luego, en la línea inmediata del discurso, dijo: “tenemos las cartas, no lo olviden”.
Tener o sostener las cartas es casi una metáfora muerta; entendemos esa oración sin necesidad de pensar en un juego de naipes. Pero no olvidemos la línea anterior. Y así veremos que, a diferencia del célebre nexo de FDR entre “el gran ejército de nuestro pueblo” y el “ataque disciplinado contra el problema común”, una metáfora de violación y una metáfora de un juego de naipes difícilmente resuenan entre sí.
Debido a este tipo de caos metafórico, los discursos de Trump casi siempre carecen de una imagen unificadora. Pero nuevamente, tal vez la incoherencia es justo lo que hace tan atractiva su retórica.
Para los fieles seguidores de Trump, sus pronunciamientos descabellados y absurdos no son meteduras de pata, sino ejemplos de valentía para decir la verdad. La razón de esto quizás no estribe solo en el contenido de los discursos de Trump, sino en su estructura. Al hablar en inglés, no siempre pronunciamos las metáforas y el discurso con el tono perfecto, y a veces se escuchan como una serie de ideas fragmentadas.
Eso es justamente lo que ha señalado la lingüista Jennifer Sclafani, de la Universidad de Georgetown, acerca del estilo de Trump: debido a que sus oraciones están fragmentadas y pasan de una cosa a otra, su retórica “puede parecer incoherente e ininteligible al compararla con la estructura organizada de las respuestas de otros candidatos. Por otro lado, su estilo de conversación también le permite construir la identidad de un individuo auténtico, con quien puedes identificarte, y confiable, cualidades que los votantes buscan en un candidato presidencial”.
De suerte que, sea o no electo, la campaña de Trump podría tener un impacto profundo y perdurable en la retórica política moderna. Pues, al parecer, las reglas del discurso funcional pueden romperse.

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Publicado en cooperación conNewsweek/ Published in cooperation withNewsweek

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