19 de agosto de 2016

EDITORIAL Punto de inflexión El nuevo escenario exige transparencia y negociaciones más participativas EL PAÍS

Punto de inflexión
El nuevo escenario exige transparencia y negociaciones más participativas
Albert Rivera, ayer durante la rueda de prensa después de la reunión con el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy.
Albert Rivera, ayer durante la rueda de prensa después de la reunión con el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. ULY MARTÍN

El líder de Ciudadanos se ha ganado el respeto de todos los que se negaban a aceptar el ridículo y peligroso propósito de condenarnos a las terceras elecciones generales en un año. Y acierta al desear que la próxima legislatura se convierta en un tiempo de reformas controladas desde el Parlamento. Ya veremos el recorrido que tendrá todo eso en la práctica, pero es lógico marcarse unas metas de ese porte antes de comprometerse en un pacto con el PP, suficiente como para que Mariano Rajoy haya anunciado de una vez que está dispuesto a presentarse a la votación. Tanto el pacto acordado entre los dos como la fecha prevista para la sesión de investidura (30 de agosto) deben considerarse razonables, tras el largo tiempo que se ha perdido en un sinfín de escaramuzas previas. Es verdad que cabe sospechar que Rajoy trate de jugar con esa fecha para hacer aún más amenazante la sombra de unas terceras elecciones el 25 de diciembre. Pero también es cierto que celebrar el debate una semana después hubiera puesto el horizonte electoral en el igualmente absurdo 1 de enero. Fuera de estas cábalas, lo importante es que no se debe esperar más para la investidura y que nadie debe siquiera pensar en la opción de volver a votar, por lo que cualquier calendario al respecto debe ser considerado irrelevante.

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El presidente en funciones ya se muestra consciente —si es que no lo era con anterioridad— de que él es quien debe moverse para conseguir los apoyos o las abstenciones que le faltan.
Hablar no es un desdoro para nadie, y menos en una cultura política que, gracias a la reconducción intentada desde Ciudadanos, tiene que tornarse mucho más participativa. La condición indispensable es que las negociaciones sean transparentes; nada de secretismos frente al conjunto de los ciudadanos ni respecto a otros partidos que también deseen implicarse en las políticas del futuro. Aquí no hay más solución que instalar un Gobierno entre varias minorías y hacerlo como respuesta a los deseos de los votantes, ante los cuales hay que rendir cuentas.

El objetivo de la negociación abierta consiste en formar un Gobierno en minoría. Albert Rivera descarta la participación de su partido en el futuro Ejecutivo, según las precisiones aportadas por él mismo. En anteriores ocasiones hemos señalado que debería reconsiderar esa postura, pero se comprende el cuidado que ha puesto en evitar las salpicaduras que pueda levantar la torpe gestión de los numerosos casos de corrupción protagonizados por políticos del PP. De ahí su insistencia en la firma previa de un pacto a favor de la regeneración. Lo más lamentable de todo esto es que el PP haya tenido que verse forzado por Ciudadanos para aceptar una batería de medidas anticorrupción, en vez de haberlas aplicado bajo su propia responsabilidad desde hace mucho tiempo.

No solo en ese terreno cabe esperar cambios reales. Un Gobierno en minoría supone una alteración considerable respecto al funcionamiento de los Ejecutivos de mayoría absoluta que hemos conocido en España, el último de ellos encabezado por el propio Rajoy, hasta las elecciones generales del año pasado. Implica entrar más claramente en la cultura de la negociación y del pacto, como se hace en otros países europeos, sin la cual resulta irresoluble tanto la formación de Ejecutivos como la gobernación en sí misma cuando no hay mayorías monocolores. El camino es inédito; el futuro de sus protagonistas, también. Esperemos que este punto de inflexión no se quede en agua de borrajas.


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