8 de abril de 2015

41º-Aniversario - Plinio Corrêa de Oliveira La política de distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas Para la TFP: ¿omitirse o resistir?

Plinio Corrêa de Oliveira


La política de distensión del Vaticano
con los gobiernos comunistas
Para la TFP:
¿omitirse o resistir?


"Catolicismo", No. 280, abril de 1974 y en 36 diarios brasileños, y luego reproducido en otros 73 diarios y revistas de once países
  Bookmark and Share

I - Los hechos
Al regresar de Cuba, vía Méjico, Mon­señor Agostino Casaroli, Secretario del Consejo para Asuntos Públicos del Vaticano, enunció los resultados de su viaje en una entrevista concedida en esa ciudad. Afirmó Su Excelencia que "los católicos que viven en Cuba son felices dentro del RÉGIMEN socialista". No es pre­ciso decir de qué especie de RÉGIMEN so­cialista se trata, pues es conocido que el RÉGIMEN vigente en Cuba es el comunista.
Siempre hablando del RÉGIMEN de Fidel Castro, Su Excelencia continúa: "Los ca­tólicos, y de un modo general el pueblo cubano, no tienen el menor problema con el gobierno socialista".
Deseando tal vez dar a estas declaracio­nes estremecedoras cierto aire de impar­cialidad, Monseñor Casaroli lamentó al mismo tiempo que el número de sacer­dotes fuese insuficiente en Cuba: sólo doscientos. Agregó haber pedido a Castro mayores posibilidades de practicar cultos públicos. Y terminó afirmando muy inespe­radamente que "los católicos de la isla son respetados en sus creencias como cualesquiera otros ciudadanos".
Para no considerar si no lo que desde un primer momento se nota en estas decla­raciones, causa perplejidad que Monseñor Casaroli reconozca que los católicos cuba­nos sufren restricciones en su culto pú­blico y al mismo tiempo afirme que ellos son "respetados en sus creencias". Como si el derecho al culto público no fuese una de las más sagradas de sus libertades.
Si los súbditos no católicos del régimen cubano son tan respetados cuanto los ca­tólicos, es el caso de decir que en Cuba nadie es respetado...
¿En qué consiste, entonces, esa "felici­dad" que, según Monseñor Casaroli, disfru­tan los católicos cubanos? Parece que es la dura felicidad que el régimen comunista dispensa a todos sus súbditos: la de aga­char la cabeza. Pues Monseñor Casaroli afirma que "la Iglesia Católica cubana y su guía espiritual procuran siempre no crear ningún problema al régimen socia­lista que gobierna en la isla".
Profundizando más, las observaciones que el alto dignatario del Vaticano reco­gió de su viaje conducen a conclusiones aún de mayor alcance.
En una época en que Su Santidad Pau­lo VI ha realzado más que nunca la im­portancia de la normalidad de las condi­ciones materiales de existencia, como fac­tor propicio para la práctica de la virtud, no es concebible que Monseñor Casaroli considere "felices dentro del RÉGIMEN so­cialista" de Fidel Castro a los católicos cubanos si éstos están sumergidos en la miseria. De donde debemos deducir que, según Monseñor Casaroli, ellos gozan de condiciones económicas por lo menos so­portables.
Ahora bien, todos saben que eso no es verdad. Y, más aún, los católicos que toman en serio las Encíclicas de León XIII, Pío XI y Pío XII, saben que eso no puede ser así, pues estos Papas enseñaron que el RÉGIMEN comunista es lo opuesto al orden natural de las cosas, y la subversión del orden natural —tanto en la economía como en cualquier otro campo— sólo puede pro­ducir frutos catastróficos.
Por esta razón, los católicos de cualquier parte del mundo, ingenuos o mal informa­dos sobre la verdadera doctrina social de la Iglesia, si leyesen los resultados de las averiguaciones que Monseñor Casaroli hizo en Cuba, serían inducidos a una conclu­sión diametralmente opuesta a la realidad. Es decir, que nada tienen que temer de la implantación del comunismo en sus res­pectivos países, pues en esta hipótesis se­rán perfectamente "felices", tanto en lo que respecta a sus intereses religiosos cuanto a su situación material.
Duele decirlo, pero la verdad obvia es ésta: el viaje de Monseñor Casaroli a Cuba redundó en una propaganda de la Cuba Fidelcastrista.
Este hecho, terrible en si mismo, es un lance en la política de distensión que el Vaticano viene ejecutando, desde hace mu­cho tiempo, con relación a los regímenes comunistas. Varios de estos lances son muy conocidos por el público.
Uno de ellos fue el viaje realizado a Rusia en 1971 por Su Eminencia el Car­denal Willebrands, Presidente del Secre­tariado para la Unión de los Cristianos. El objetivo oficial de la visita era asistir a la instalación del Obispo Pimen en el Patriarcado "ortodoxo" de Moscú. Pimen es el hombre de confianza, para asuntos religiosos, de los ateos del Kremlin. La visita era por sí misma altamente presti­giosa para el prelado heterodoxo, a justo título considerado la "bête noire" de to­dos los "ortodoxos" no comunistas en el mundo entero. Durante su dicurso en el Sínodo que lo eligió, Pimen afirmó la nu­lidad del acto por el cual, en 1595, los ucranianos abandonaron el cisma y vol­vieron a la Iglesia Católica. Esto signifi­caba proclamar que los ucranianos no de­ben estar bajo la jurisdicción del Papa, sino bajo la de Pimen y sus congéneres. En lugar de tomar una actitud frente a esta estridente agresión a los derechos de la Iglesia Católica, y la conciencia de los católicos ucranianos, el Cardenal Wille­brands y la delegación que lo acompañaba se mantuvieron mudos. Quien calla, otor­ga, enseña el Derecho Romano. Disten­sión...
Como es natural, esta capitulación trau­matizó profundamente a aquellos católicos que siguen con atención continua la polí­tica de la Santa Sede. El trauma fue aún mayor entre los millones de católicos ucra­nianos diseminados por Canadá, por los Estados Unidos y otros países. Y tuvo relación con las disensiones dramáticas entre la Santa Sede y Su Eminencia el Cardenal Slipyj, valeroso arzobispo mayor de los ucranianos, durante el Sínodo de Obispos realizado en Roma en 1971.
La conducta de Su Eminencia el Carde­nal Silva Henríquez, Arzobispo de Santia­go, vista en su conjunto, constituye otro lance de la distensión con los gobiernos comunistas promovida por la diplomacia vaticana. Como es notorio —y la Sociedad Chilena de Defensa de la Tradición, Fa­milia y Propiedad (TFP) lo demostró en un lúcido manifiesto reproducido en va­rios órganos de la prensa nacional e inter­nacional—, el Purpurado chileno empeñó toda la influencia y autoridad inherentes a su cargo para que Allende ascendiera al poder, para festejar su toma de posesión y para ayudarle a mantenerse en la pri­mera magistratura hasta el momento trági­co en que el líder ateo se suicidó. Con una flexibilidad que muy poco habla a su fa­vor, el Eminentísimo Cardenal Silva Henrí­quez procuró acomodarse, por medio de algunas declaraciones públicas, al orden de cosas que sucedió al RÉGIMEN de Allen­de. Sin embargo, no por eso cesaron las manifestaciones de su constante simpatía hacia los marxistas chilenos. Así, Su Emi­nencia celebró una misa de "requiem" en la capilla de su palacio cardenalicio por el alma de otro comunista, el "camarada" Tolla, ex ministro de Allende, él también un infeliz suicida. Al acto asistieron fami­liares y amigos del muerto.
No consta que el Purpurado haya sufrido la menor censura por todas estas actitu­des, tan aptas para acercar los católicos al comunismo. Si hubo quien imaginase que él perdería su Arquidiócesis, hubiera espe­rado en vano hasta hoy. El Cardenal Silva Henríquez continúa tranquilamente inves­tido de la misión de conducir hacia Jesucristo las almas de su populosa e impor­tante Arquidiócesis.
Mientras éste la conserva, por imposi­ción de la política de distensión, otro Arzobispo, por el contrario, perdió la suya. Se trata de una de las figuras más admira­bles de la Iglesia en el siglo XX, cuyo nom­bre es pronunciado con veneración y en­tusiasmo por todos los católicos fieles a las tradicionales enseñanzas económico-sociales emanadas de la Santa Sede. Más aún, el nombre de este prelado es acatado con sumo respeto por personas de las más distintas religiones. El es un florón de la gloria de la Iglesia, inclusive ante los ojos de los que no creen en ella. Este florón fue quebrado hace poco. El Eminentísimo Cardenal Mindszenty fue destituido de la Arquidiócesis de Esztergom para facilitar la aproximación con el gobierno comunista húngaro.
Como se ve, la visita de Monseñor Casa­roli a Cuba —inclusive haciendo abstrac­ción de sus posteriores declaraciones más arriba mencionadas— constituyen un esla­bón de una cadena de hechos que se vie­nen produciendo desde hace varios años. ¿Dónde terminará esta cadena? ¿Para qué sorpresas dolorosas, para qué nuevos trau­mas morales deben aún prepararse los que siguen aceptando, con todas sus conse­cuencias, la inmutable doctrina social y económica enseñada por León XIII, Pío XI y Pío XII? Estamos seguros de que incon­tables católicos, al releer estas noticias, al enterarse de las perplejidades de las angus­tias y de los traumas expresados en estas líneas, sentirán retratado su propio drama interior: el más íntimo y el más doloroso de los dramas, porque por encima, muy por encima de las cuestiones apenas sociales y económicas de que se trata, tiene un ca­rácter esencialmente religioso. Se refiere a lo que hay de más fundamental, vivo y tierno en el alma de un católico apostólico romano: su vinculación espiritual con el Vicario de Jesucristo.

II - Católicos, apostólicos, romanos
La TFP es una entidad cívica y no religiosa. Sus di­rectores, socios y militantes son, sin em­bargo, católicos, apostólicos y romanos. Y, en consecuencia, católica es la inspira­ción que los ha movido en todas las cam­pañas emprendidas por la TFP en bien del país.
La posición fundamentalmente antico­munista de la TFP resulta de las convicciones cató­licas de los que la componen. Es porque son católicos, y en nombre de los princi­pios católicos, que los directores, socios y militantes de la TFP son anticomunistas.
La diplomacia de distensión del Vatica­no con los gobiernos comunistas crea, no obstante, para los católicos anticomunistas una situación que los afecta a fondo, mu­cho menos en cuanto anticomunistas que en cuanto católicos. Pues en cualquier mo­mento se les puede hacer una objeción sumamente embarazosa: ¿la acción anti­comunista que efectúan no conduce a un resultado precisamente opuesto al deseado por el Vicario de Jesucristo? ¿Y cómo se puede comprender la figura de un católico coherente, cuya actuación camina en direc­ción opuesta a la del Pastor de los Pasto­res? Tal pregunta trae como consecuencia, para todos los católicos anticomunistas, una alternativa: cesar la lucha o explicar su posición.
Cesar la lucha, no podemos. Y es por imperativo de nuestra conciencia de ca­tólicos que no podemos. Pues si es deber de todo católico promover el bien y com­batir el mal, nuestra conciencia nos impone que difundamos la doctrina tradicional de la Iglesia y combatamos la doctrina co­munista.
En el mundo contemporáneo resuenan por todas partes las palabras "libertad de conciencia". Son pronunciadas en todo Occidente, y hasta en las mazmorras de Rusia... o Cuba. Muchas veces esta expre­sión, de tan usada, toma incluso significa­dos abusivos. Pero en lo que ella tiene de más legítimo y sagrado, se inscribe el de­recho del católico a actuar en la vida re­ligiosa, como en la vida cívica, según los dictámines de su conciencia.
Nos sentiríamos más encadenados en la Iglesia que Solzhenitzyn en la Rusia soviética, si no pudiésemos actuar en consonancia con los documentos de los gran­des Pontífices que ilustraron la Cristian­dad con su doctrina.
La Iglesia no es, la Iglesia nunca fue, la Iglesia jamás será tal cárcel para las conciencias. El vínculo de la obediencia al Sucesor de Pedro, que jamás romperemos, que amamos con lo más profundo de nues­tra alma, al cual tributamos lo mejor de nuestro amor, ese vínculo lo besamos en el mismo momento en que, triturados por el dolor, afirmamos nuestra posición. Y de rodillas, mirando con veneración la figura de Su Santidad el Papa Paulo VI, le mani­festamos toda nuestra fidelidad.
En este acto filial decimos al Pastor de los Pastores: nuestra alma es Vuestra, nuestra vida es Vuestra. Mandadnos lo que querais. Sólo no nos mandéis que crucemos los brazos delante del lobo rojo que embiste. A esto nuestra conciencia se opone.

III - La solución en el Apóstol San Pablo
Sí, Santo Padre —continuamos—, San Pedro nos enseña que es necesario "obe­decer a Dios antes que a los hombres" (Hechos, V-29). Sois asistido por el Espí­ritu Santo y hasta reconfortado —en las condiciones definidas por el Vaticano I— por el privilegio de la infalibilidad. Lo que no impide que en ciertas materias o cir­cunstancias la flaqueza a que están sujetos todos los hombres pueda influenciar y has­ta determinar Vuestra actuación. Una de ésas es —tal vez por excelencia— la diplo­macia. Y aquí se sitúa Vuestra política de distensión con los gobiernos comunistas.
¿Ahí, qué hacer? Las páginas de la pre­sente declaración serían insuficientes para contener el elenco de todos los Padres de la Iglesia, Doctores, moralistas y canonis­tas —muchos de ellos elevados a la honra de los altares— que afirman la legitimidad de la resistencia. Una resistencia que no es separación, no es rebelión, no es acritud, no es irreverencia. Por el contrario, es fi­delidad, es unión, es amor, es sumisión.
"Resistencia" es la palabra que escogi­mos a propósito, pues ella es usada por el propio San Pablo para caracterizar su ac­titud. Habiendo tomado el primer Papa, San Pedro, medidas disciplinarias referen­tes a la permanencia de prácticas remanen­tes de la Antigua Sinagoga en el culto cató­lico, San Pablo vio en esto un grave riesgo de confusión doctrinal y de perjuicio para los fieles. Se levantó entonces y "resistió cara a cara" a San Pedro (Gal. II, 11). Este no vio en el lance inspirado y fogoso del Apóstol de los Gentiles un acto de rebel­día, sino de unión y de amor fraterno. Y, sabiendo bien en qué era infalible y en qué no lo era, cedió ante los argumentos de San Pablo. Los Santos son modelos de los católicos. En el sentido en que San Pa­blo resistió, nuestro estado es de resis­tencia.
Y en esto encuentra paz nuestra conciencia.

IV - Resistencia
Resistir significa que aconsejaremos a los católicos para que continúen luchando con­tra la doctrina comunista con todos los re­cursos lícitos en defensa de la Patria y de la Civilización Cristiana amenazada.
Resistir significa que jamás emplearemos los recursos indignos de la CONTESTACIÓN, y menos aún tomaremos actitudes que en cualquier punto discrepen de la veneración y de la obediencia que se debe al Sumo Pontífice, en los términos del Derecho Ca­nónico.
Resistir, sin embargo, comporta emitir respetuosamente nuestro juicio, en circuns­tancias como la entrevista de Mons. Casa­roli sobre la "felicidad" de los católicos cubanos.
En 1968, el Santo Padre Paulo VI estuvo en la próspera capital colombiana, Bogotá, para el 39.° Congreso Eucarístico Interna­cional. En un discurso dado un mes des­pués, desde Roma al mundo entero, afirmó que allí había visto la "gran necesidad de aquella justicia social que coloque inmen­sas categorías de gente pobre (en Ibero­américa) en condiciones de vida más ecuá­nime, más fácil y más humana" (Discurso del 28-9-68).
Esto, en el Continente en que la Iglesia goza de mayor libertad.
Por el contrario, Monseñor Casaroli no vio en Cuba más que felicidad.
Ante esto, resistir es enunciar, con se­rena y respetuosa franqueza, que hay una peligrosa contradicción entre esas dos de­claraciones, y que la lucha contra la doc­trina comunista debe proseguir.
He aquí un ejemplo de lo que es la verdadera resistencia.

V - Panorama interno de la iglesia universal
Es posible que a algunos lectores, la presente declaración les cause sorpresa. Porque, habiendo evitado al máxi­mo tomar la actitud pública que hoy asu­me, la TFP no divulgó cuánto desconcierto y disconfor­midad corroe a los católicos de los más variados países como consecuencia de la distensión del Vaticano con los gobiernos comunistas. Y prolongaría demasiado este ya extenso documento hacerlo aquí. Nos limitamos a resumir, a título de facilitar la más cabal explicación de nuestra acti­tud, lo que ocurre actualmente entre los católicos germanos. Lo dice el ex diputado federal alemán Hermann M. Goergen, ca­tólico de pensamiento y conducta serenos.
En un importante matutino sudameri­cano ("Correo do Povo", 23-3-74, Porto Alegre, Brasil) escribió un artículo en el que se refiere a la publicación de dos libros de autores alemanes sobre la polí­tica del Vaticano: "Wohin steuert der Va­tikan?" (¿Hacia dónde va el Vaticano?), de Reinhard Raffalt, y "Vatikan Intern" (El Vaticano por dentro), publicado bajo el pseudónimo de "Hieronymus". Ambos encontraron tal eco, que "están en el or­den del día de los intelectuales y políticos alemanes". El señor Goergen considera la obra de "Hieronymus" satírica, hipercrí­tica y exagerada. Por el contrario, encuen­tra la de Raffalt, "sobia", con "tesis bien fundamentadas", inspiradas “en un profun­do amor a la Iglesia”. Y Raffalt proclama: "El Papa Paulo VI es un socialista".
El señor Goergen agrega que, poco des­pués de la divulgación de la obra de pri­mera calidad de Raffalt, un periódico ale­mán publicó una caricatura mostrando a Paulo VI paseando en compañía de Gro­miko. Al pasar por un cuadro exhibiendo al Cardenal Mindszenty, Gromiko dice a Paulo VI: "Bueno, cada uno tiene su Sol­zhenitsyn".
Continúa informando el señor Goergen que un jesuita alemán, Simmel, publicó en el tradicional semanario "Rheinischer Mer­kur", "conservador y defensor intransigen­te de la Fe y de los Papas, una crítica considerada por Roma hasta irreverente'', con el título: "No, Señor Papa!". Afir­ma luego el señor Goergen, a propósito de la destitución del Cardenal Mindszen­ty: "Una verdadera ola de apoyo (al Car­denal) recorrió a los católicos alemanes". La "Frankfurter Allgemeine Zeitung" ha­bló abiertamente de los "sueños cristiano-marxistas" del Papa Paulo VI. Y la "Paulus Gesellschaft" (Sociedad de Pablo), porta­voz del diálogo entre cristianos y marxis­tas, condenó la "Ostpolitik" del Vaticano, denunciándola como "maquiavélica" por querer "imponer al mundo una paz roma­no-soviética". Ante este lenguaje, resalta más fácilmente cuán comedido es el de la TFP.
No podemos concluir nuestro comenta­rio al artículo del señor Hermann Goergen sin destacar una grave afirmación que éste hace: en Polonia, así como en Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia, los contac­tos y acuerdos con la Santa Sede no im­pidieron que continuara intensa la perse­cución religiosa. Esto también lo afirmó, en lo referente a su patria, el Cardenal Mindszenty.
Esto nos conduce a una perplejidad. La perspectiva de una atenuación de la lucha antirreligiosa era el gran argumento (insu­ficiente a nuestro entender) de los entu­siastas de la distensión vaticana. La prác­tica muestra que tal distensión no alcanza este resultado, y favorece sólo a la parte comunista. Cuba es otro ejemplo de esto. Y un autorizado promotor de la disten­sión, como Mons. Casaroli, declara que, en el RÉGIMEN de persecución los católicos viven felices. Preguntamos entonces si dis­tensión no es sinónimo de capitulación.
Si lo es, ¿cómo no resistir a la política de distensión, presentando públicamente su enorme desacierto?
Es un ejemplo más de cómo entendemos la resistencia.

VI - Conclusión
Esta explicación se imponía. Tiene el ca­rácter de una legítima defensa de nuestras conciencias de católicos, ante un sistema diplomático que nos hacía el aire irrespi­rable y que coloca a los católicos antico­munistas en la más penosa de las situacio­nes, que es la de hacerse inexplicables ante la opinión pública. Lo repetimos, a título de epilogo, al cerrar esta declaración.
Ningún epílogo, sin embargo, sería com­pleto si no incluyera la reafirmación de nuestra obediencia irrestricta y amorosa no sólo a la Santa Iglesia, sino también al Papa, en todos los términos mandados por la doctrina católica.
Nuestra Señora de Fátima nos ayude en este camino que recorremos por fidelidad a Su Mensaje y en la alegría anticipada de que se cumplirá la promesa hecha por ella: "Por fin, Mi Inmaculado Corazón triun­fará". 
São Paulo, 8 de abril de 1974
 
Plinio Corrêa de Oliveira

Nota: Para profundizar el asunto, consultar "TRADICION, FAMILIA, PROPIEDAD - Un ideal, un lema, una gesta", Parte III,Sección Segunda — Acciones conjuntas en el ámbito internacional, 1990.

No hay comentarios: