2 de agosto de 2010

Los «últimos» de Atocha

ABC

Los «últimos» de Atocha

Triste recorrido por la calle de Atocha, entre Antón Martín y la plaza de Jacinto Benavente. El 30 por ciento de los comercios han cerrado. Hay hileras de cierres y candados. Fantasmagórico

MARIA ISABEL SERRANO / MADRID

Día 02/08/2010 - 04.23h


Cierres echados, locales con el cartel de «disponible», cristales sucios. Candados y escaparates que ya no son tales. Inertes. Así está hoy una buena parte de la calle de Atocha, justo la que va desde Antón Martín a la plaza de Jacinto Benavente.
«Estamos gafados», dice uno de los comerciantes que mantiene, a duras penas, abierto el negocio. Hasta hace un par de años había, entre las dos aceras, unos setenta establecimientos a pie de calle. Había vida y actividad. Hoy han cerrado unos veinte. Casi el 30 por ciento. Lo casi inexplicable, es que resisten los más veteranos, algunos ya centenarios.
Entre «los últimos» de este tramo de la calle de Atocha están, por ejemplo, «Bobo y Pequeño», en el número 20; «Ribes & Casal», de tejidos, en el 26; «Selina Casado», dedicado a pelucas, en el 41; «Conde Hermanos», artesanos de las guitarras, que ocupa el número 53. T, también, en el 57, sigue en pie la antigua ferretería «García Ochandatay», a punto de cumplir 130 años con el mismo negocio abierto.
La crisis. Todos coinciden en ello. Los malos tiempos han hecho mella en los pequeños comercios de esta calle. Un tramo que era puro salir y entrar de los locales, es ahora la antítesis de la actividad comercial. Es triste recorrer este tramo. Estremece. Han echado el cierre muchas tiendas «import/export», según reza en lo poco que queda de escaparate. O tahonas que surgieron de la noche a la mañana pero que no han resistido el zarpazo de las vacas flacas. Bares y cafeterías con un candado en la puerta y basura acumulada junto a cierre, ya roñoso. Hasta un salón de juegos tiene el letrero de «cerrado». «¡Ni siquiera la parroquia de San Sebastián, ahí mismito, les ha servido de amparo!», asegura la regente de un hostal casi encimita de la iglesia donde, por cierto, no falta ningún día algún mendigo a las puertas.
Por debajo de los gastos
Manuel Pérez Sánchez tiene 87 años. Y no se puede jubilar. Regenta la popular tienda de tejidos y ropa de casa, «Bobo y Pequeño». Todo un clásico. El establecimiento nació en 1939. «Hemos vendido tejidos en general», nos dice Manuel. «Despachamos por debajo de los gastos. Hay cuatro empleados pero recuerdo que, hasta hace bien poco, teníamos doce».
«Yo no iba para ferretera pero lo llevaba en la sangre. Hoy, se prima a los nuevos locales, muchos en manos de extranjeros inexpertos», confiesa Maria Luisa
«El público pide lo que no tenemos ni podemos tener porque no hay que olvidar que la crisis también afecta a los fabricantes. Si quieres mantener un negocio abierto hay que tener quinientos productos, un suponer, como poco. Eso es imposible de mantener en los tiempos que corren y con lo bajas que están las ventas», se queja. El hombre lo tiene claro: «Zapatero no se da cuenta de que un país subsidiado es un país arruinado».
El gerente de «Bobo y Pequeño», a sus 87 años, que se dice pronto, trabaja todavía diez horas diarias. «No me puedo ir aunque quisiera. Resisto porque, de lo contrario, me arruino. Creo que, si esto no cambia radicalmente, terminaremos cerrando. Como los demás de esta calle. Ya he vendido mucho de mi patrimonio personal. Me duele que llegue un día y que no pueda pagar a los empleados. El otro día entraron nueve personas. Compraron tres. Cuando vi la caja que se había hecho me sentí fatal».
Salimos de «Bobo y Pequeño» y caminamos hacia Antón Martín. En «Ribes & Casals, desde 1933» los rollos de tela, de todos los colores, estampados y texturas, llaman la atención. Es una tienda muy peculiar. Y original. Ya no es fácil encontrar en Madrid un establecimiento de estas características. Pero ahí sigue.
En su interior, pocas clientas que van de un lado a otro del local. Hay dos que, por su conversación, parecen modistas. O, simplemente, dos mujeres que saben mucho de costura porque «con esta de crespón se hacen peor las jaretas y los dobladillos», escuchamos que le dice la una a la otra.
Varios pasos más allá, en el número 26, «La Trastienda» tiene el cierre echado. Parece un comercio no muy antiguo pero, está claro, no ha resistido a la crisis. La estampa es casi fantasmagórica.
En el número 41 sigue «Selina Casado», el reino de las pelucas. No es para echar cohetes pero se van defendiendo. En el 43 también resiste una galería de arte. Y, a continuación, el desconsuelo: cuatro comercios seguidos con el cierre definitivo. Se nos cae el alma a los pies. El edificio con el número 49 de la calle está completamente vacío y deshabitado.
«Zapatero no se da cuenta que dando subsidios al paro no se sale. Un país subsidiado es un país arruinado, pero no le entra en la cabeza», dice Manuel
Paso a paso llegamos hasta el 53. ¡Qué alegría!. Y no sólo porque el negocio siga ahí sino porque se trata de un reputado taller de guitarras. Es «Conde Hermanos». Ahora «Sobrinos de Domingo Esteso». Da igual. Nos atiende Carmen Conde. «Estamos aquí desde 1950. Resistimos porque nuestra tradición se remonta a 1915 como artesanos de la guitarra, dice Carmen. «¿Crisis?. Desde luego que se nota. En especial, los últimos cuatro años. Vamos aguantando porque los clientes son fieles y porque saben que nuestro producto es de máxima calidad».
«Bienvenidos»
El número 57 es especial. Así nos lo parece. Y no sabemos si es por el local en sí o por quien lo atiende. Ambos son un verdadero puntazo. Da gusto que al abrir la puerta de esta ferretería ya estés leyendo un cartel que dice: «Bienvenidos». Una rareza que, a estas alturas de la vida, se agradece. Y te chivan al oído que, aunque no encuentres lo que vas buscando, te van a atender con cariño y profesionaldad. Así es. No nos equivocamos.
Entre bombilla y bombilla, tornillo y tornillo, María Luisa García del Río nos enseña unos documentos, únicos, sobre la historia de su tienda.
Los papeles, amarillentos y escritos a plumilla, dan fe de que la licencia de apertura de esta ferretería se la dieron a su abuelo, Esteban García Ochandatay. Está firmada en 1888 por el entonces alcalde de Madrid José Abascal. La ferretería se publicitaba como «la mejor y más surtida de Madrid». De ahí su interminable oferta: alcayatas, escarpias, tiradores, clavos, atornilladores. fabellas, hebillas y palanganas. El negocio siempre ha presumido de sus «importaciones de Inglaterra y Alemania».
María Luisa no iba para ferretera. Quería estudiar una carrera. «Pero lo llevaba en la sangre y aquí estoy, tan contenta. Esto necesita mucho cariño. No cierro. Soy tozuda, soñadora y lo he mamado». Y este es su lamento: «Se prima a los nuevos locales. muchos en manos de extranjeros inexpertos en el comercio. No conocen nuestras costumbres ni tienen paciencia. Pan para hoy, hambre para mañana. ¡Más vale que apoyen a tiendas centenarias como esta!». Alguien debería tomar nota.