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Las Españas son la realizacíon en el campo politico-social del principio de estética: "La belleza consiste en la unidad dentro de la variedad"
¡No queremos que Él reine sobre nosotros! y ¡no tenemos más rey que el César! son los términos con los cuales los judíos repudiaron la Realeza de Nuestro Divino Salvador. Y estos son los términos en los cuales todavía hoy se desarrolla la lucha.
La tolerancia, así como su contraria, la intolerancia, no pueden ser consideradas intrínsecamente buenas, ni intrínsecamente malas. En otros términos, hay casos en que tolerar es un deber y no tolerar es un mal. Y casos en que, al contrario, tolerar es un mal y no tolerar es un deber. Antes de nada, recordemos que toda tolerancia, por más necesaria y legítima que sea, tiene riesgos que le son inherentes. En efecto, la tolerancia consiste en dejar subsistir un mal para evitar otro mayor. Ahora, la subsistencia impune del mal crea siempre un peligro, pues el mal tiende necesariamente a producir efectos malos y además tiene una seducción innegable. Así, existe el riesgo de que la tolerancia traiga por sí misma males aún mayores que aquellos que se desea evitar. Hemos visto en esta materia los mayores disparates. Y casi todos ellos conduciendo al exceso de tolerancia. Los males de nuestra época tomaron el carácter alarmante que actualmente presentan porque hay con relación a ellos una simpatía generalizada, de la cual participan frecuentemente aquellos mismos que los combaten. Existen, por ejemplo, muchos antidivorcistas. Pero entre éstos, son numerosos los que tienen una actitud exageradamente sentimental. En consecuencia, consideran románticamente los problemas nacidos del "amor". Colocados ante la difícil situación del matrimonio de un amigo, esos antidivorcistas juzgan sobrehumano, por no decir inhumano, exigir del cónyuge inocente e infeliz que recuse la posibilidad de "rehacer su vida", es decir, de dar muerte a su alma por el pecado. Continúan lamentándolo, pero cuando se encuentran ante el problema de la tolerancia, tienen interiormente todos los pretextos para justificar las condescendencias más extremas y aberrantes. Así, comentan con dejadez lo ocurrido, reciben a los recién "casados", los visitan, etc. Es decir, con el ejemplo trabajan a favor de divorcio, al mismo tiempo que con la palabra lo condenan. Está claro que el divorcio gana mucho más que lo que puede perder con esa conducta de millones de antidivorcistas. ¿De dónde vino la decisión de tolerar de esa manera el cáncer roedor de la familia? En el fondo ellos tenían una mentalidad divorcista. Pero no paremos aquí. Tengamos el coraje de decir la verdad entera. El hombre moderno tiene horror al sacrificio. Le es antipático todo lo que exige de la voluntad el esfuerzo de decir "no" a los sentidos. El freno de un principio moral le parece odioso. La lucha diaria contra las pasiones le parece una tortura china. Y por esto, no es sólo con relación a los divorciados que el hombre moderno, incluso el dotado de buenos principios, es exageradamente condescendiente. Y porque es considerado "pobrecito", raras veces recibe el beneficio de un castigo severo. No es necesario decir a dónde conduce esa educación. Los frutos están ahí. Son millones los desastres morales ocasionados por una tolerancia excesiva. Quien escatima la vara, odia a su hijo, quien le tiene amor, le castiga, enseña la Escritura (Prov.13, 24). ¿Pero hoy en día quién hace caso de esto? Esta tolerancia se apoya en todo tipo de pretextos. Se exagera el riesgo de una acción enérgica. Se acentúa demasiado la posibilidad de que las cosas se arreglen por sí mismas. Se cierran los ojos a los peligros de la impunidad.
En las calles de Irak la gente censura las reformas estéticas y reclama el cambio del sistema tras la invasión estadounidense del país. La multitud que el viernes tomó Bagdad y siete provincias del sur exigen un ajuste de cuentas con la élite política que ha administrado el país desde 2003 a la que acusan de corrupción y negligencia al no proporcionar servicios públicos y empleos a los jóvenes.
Un grupo de manifestantes opositores al socialista Morales, que le acusan de fraude electoral tras las elecciones del domingo pasado, derribaron en la noche del lunes una estatua del fallecido ex mandatario venezolano Hugo Chávez en la localidad de Riberalta, en la Amazonía. Ataron una soga al cuello del monumento, le cortaron los pies con motosierras incluso a machetazos, tiraron hasta caer a tierra y luego le prendieron fuego.
Sobre el monumental Valle de los Caídos, construido después de la guerra de 1936 contra el comunismo en España, sobrevuela un engaño como sobre tantas cosas hechas por la Revolución.